CUENTO: BAJO EL MISTERIO DE LA AURORA

ZV
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14 de noviembre de 2021
/
12:49 am
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CUENTO: BAJO EL MISTERIO DE LA AURORA

El té de jengibre, canela y anís, humea hacia tus fosas nasales. Remisamente esculcas en medio del desorden de papeles y objetos. Tanta brutalidad para venirte a dar cuenta que no ha sido para nada efectiva esta labor. No puedes encontrar “eso”. Te frustra tener tanta ventaja, aguaceros, trueno, noche, y nada. Hay alguien que te ha antecedido. No sabes por qué has fallado. –¡Mal rayo lo parta!, ¡Lo escondió bien! —Rabiatas un poco. No hay más que hacer. Caminas hacia el refrigerador, tiras de la puerta y ves tres cervezas. Te volteas y unos Gauloises salen de una cajetilla. Caminas hacia ellos. Miras en la pared un cartel. La imagen muestra a una chica con el dorso descubierto y en el rostro un antifaz. Las esculturales piernas están cubiertas por unas leggins transparentes y terminan en unas sandalias de plataforma blancas. Usa un panty negro. Está inclinada sobre una silla. Trae puestos unos guantes oscuros. Los labios están rojos y camufla una sonrisa. Esto te hace pensar en Amanecer. Vuelves la vista a la taza decorada con gatos persas sobre la mesa donde buscabas “ese objeto”. Te has quejado. Odias tener que atrasarte buscando en ese desconcierto de papeles. No pagan tan bien como para perder tanto tiempo. Vuelves la mirada a la refrigeradora. Hay cervezas. Será bueno tomarse una. Amanecer, a pesar del frío, debe estar disfrutando de algunas kawuamas en ese bar del mural extraño; debe estar gozando de la hermosa fantasía de la noche y sus temibles recovecos. Cómo pudieron mezclar a The Ramones con DJ Tiesto y ese mequetrefe reguetonero que no tiene ni la mugre idea de cómo le llaman. –Amanecer— repites como si fuera un mantra. Luego rememoras sus palabras. Sus irascibles palabras: –Lo que esperé de usted fue que me dedicara un poco de tiempo. Que pusiera al menos un beso en mi rostro. Esperé algo sencillo, una mueca de amor, un “te amo” en mi muro. Usted no pudo hacer nada. –Ves a Amanecer correr bajo el temporal. No te muevas, no la salvas de ella ni del futuro amor que tendrá con ese tipejo, a quien no disciplinas por eso de no romperle a la sufrida Amanecer, nuevamente, los añicos que tiene por corazón. Piensas en esa frase estúpida que le gritaste: –Tenemos algo aún, tenemos el cariño mutuo. La amistad, el llanto, las malditas circunstancias. El dolor. La muerte. –No hay dudas, Amanecer ha de estar con ese tipejo. Quizá lleve ya unas seis cervezas. También es posible que sus acorazonados labios después de cada trago, arremetan contra la boca de ese imbécil. Él ha de estar recibiendo una serie de frenéticos besos y yo aquí, regodeándome en mi incompetencia. Exhalas tu rabia. Sobre la mesa donde está el té ya no humeante, hay un ordenador encendido con el reproductor tocando unas canciones que no conoces. Son de esas que acostumbran promover las emisoras marginales en esta marginal ciudad de este país olvidado. El tipo a quien venías a consultar está boca abajo, desplomado y emplomado. Hay un largo carmesí en derredor suyo. La augusta lluvia permanece intensa. Los truenos se han alborotados más. Ya has decidido. Caminas al refrigerador, tomas una lata de cerveza, luego coges la cajetilla de Gauloises. Arrancas el cartel de la sensual chica. Sales por la puerta de enfrente. Silencioso avanzas y aunque hicieras ruido, nadie escucharía con esta noche de truenos y lluvia. Ese algo que siempre, o ese alguien que se mueve delante de ti ha estado agazapado entre los revoltijos de la mesa y el charco bermejo. Te sigue. Lo perceptas. Te metes al vehículo que has dejado estacionado unas dos cuadras, doblando la esquina. Arrancas, enciendes los limpiaparabrisas, avanzas hacia el misterio, doblas a la derecha, la autopsia está cerca. Te detienes en la bocacalle. En el asiento del copiloto has puesto el cartel de la chica que tiene ese aire a Amanecer. Un rayo cae. Te estregas con las manos el rostro. Ves hacia ambos lados, arrancas. Hay una fuerza que te impele, un sonido agudo, sabes que no es un trueno. Derrapes, scrach, tacleada, aceleración, tu costado izquierdo se tritura. Te ha alcanzado ese que te ha seguido. Maldita Rastra sin luces. Tu corazón vuela, tus entrañas igual. Recuerdos apresurándose en tus pupilas. Lamentaciones. Amanecer, Amanecer vuelves a pensar. Respiros forzados. Ella debe llevar varias kawuamas. El maldito la besa, el maldito se la ha llevado otra vez a la cama. ¡Mal rayo lo parta!

La lluvia no cesa. Vez el cielo despejado. Quizá deliras. La aurora tiene una luz esplendente. Se filtra en tus ojos. Huele a humus. Huele a oxido. Huele. Mmmm ¡Qué delicioso aroma! Es el alba y el aroma quizá de la muerte. Amanece, amanece, amanece ya. Solo la decapitada cabeza de la chica del cartel mantiene la sonrisa. Hay un estertor. Tú le sonríes. Te sientes satisfecho. La lata de cerveza se abre, cae el objeto, lo encontraste lo encontraste. Los muertos no lloran ni se remuerden ni celebran. Tú tampoco y al amanecer duermes, duermes, duermes. Quién te ha seguido, también sonríe. La aurora, la aurora, la auro… ra…

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