DESHUMANIZACIÓN

ZV
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14 de noviembre de 2021
/
12:06 am
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DESHUMANIZACIÓN

NO negamos, bajo ninguna circunstancia, que los avances tecnológicos y científicos pueden convertirse en auxiliares de la felicidad humana. Pero, por razones objetivas, varios autores han practicado en estas últimas décadas, distintos análisis imparciales, detectando tanto el lado altamente positivo como también el negativo de las comunicaciones digitales que se han puesto de moda de manera casi inesperada.

No se puede ni se debe ocultar que los correos electrónicos vía Internet, así como las nuevas aplicaciones por teléfonos móviles, han venido a agilizar las comunicaciones parciales de los individuos y de las sociedades comerciales. Lo mismo que en el mundo financiero. Si bien es cierto los cablegramas, los teletipos y los “faxes” agilizaban las informaciones básicas entre los países, las regiones y los continentes, las comunicaciones directas por teléfonos móviles son diez veces más ágiles en ligamen con aquello que jamás pudo haberse imaginado hace unas tres décadas. Precisamente ahora, en tiempos de pandemia, se ha demostrado la utilidad práctica de los famosos “celulares” dentro de las relaciones familiares e institucionales. No pocos médicos han atendido vía telefónica a muchos pacientes con síntomas o padecimientos del fatídico “coronavirus”. Los estudiantes, por su parte, han recibido cursos a distancia auxiliados con las computadoras y con los mismos teléfonos móviles. Y la aplicación del “WhatsApp” ha funcionado maravillosamente.

Ahora, sin embargo, veamos el lado negativo del asunto. Para empezar decenas de miles de familias, sobre todo en los países atrasados, ya sea en los suburbios de las ciudades o en las zonas rurales, carecen de posibilidades económicas al momento de pretender comprar un ordenador o computador. Al grado que, hasta cuatro o cinco niños, de diversos grados, han recibido clases por medio de un único teléfono móvil. Eso se llama hacer milagros familiares, aun con el agravante que no es nada fácil conseguir, monetariamente hablando, una “súper-recarga” de Internet. A tales problemas cotidianos se suman los cortes de energía eléctrica y los “bajones” del servicio digital con severos problemas de “señal”. Algunos profesores resuelven sus problemas académicos enviando documentos unos tras otros, sin enseñarles casi nada a los muchachos. Porque muchos perezosos se niegan a brindar la necesaria información académica y la respectiva explicación a los alumnos. De hecho esta mala práctica se ha observado incluso en los tiempos normales y en los cursos presenciales. Ello es parte de la pérdida del viejo apostolado profesional y de la ausencia de los valores universales mismos.

Y es que este proceso de deshumanización al cual deseamos referirnos, comenzó muchas décadas atrás, aun antes que aparecieran las nuevas tecnologías digitales tantas veces volátiles. Un filósofo español señaló la “deshumanización del arte” en una publicación de mediados de la década del veinte del siglo pasado. Pero más allá de las posturas de aquel pensador, conviene referirse a una verdadera deshumanización de las comunicaciones en la vida real de cada día. Millones de personas pasan sumergidas revisando los teléfonos móviles, cuyas redes sociales aparecen cargadas de “memes” ofensivos y de mentiras totalmente distorsionantes. Los usuarios dan por hecho, como verdaderas, cada mentira y cada calumnia que atentan contra la dignidad de las personas, debido principalmente a la ausencia de valores que arriba señalamos.
El colmo es que millones de personas pasan “chateando” día y noche en sus teléfonos móviles. Pero casi nadie desea contestar una llamada telefónica directa de un amigo necesitado de una verdadera comunicación humana. O de un individuo enfermo que desde su cama de paciente solicita auxilio de sus familiares. No. La gente prefiere que se le envíe un mensaje por “WhatsApp” que tal vez puede revisar y contestar varios días más tarde, cuando la persona haya fallecido. Debe existir alguna manera de humanizar la deshumanización colectiva que actualmente padecemos.

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