SE QUEDÓ CORTO

ZV
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20 de noviembre de 2021
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12:13 am
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SE QUEDÓ CORTO

NUNCA hemos entendido del todo a qué se refieren por sociedad civil. Bajo la presunción que se insinúe lo opuesto a lo militar. Allí mismo colocan las asociaciones no gubernamentales. Aunque el gobierno, vaya contradicción, está conformado por civiles en sus distintas esferas de poder. Incluidos el instituto militar y la institución policial, también con civiles a la cabeza de la jerarquía de mando. Los partidos políticos también son entes con personalidad jurídica integrados por civiles. Antes, en el distante pasado, con fines de diferenciar esos grupos de la parte gubernamental, se referían a ellos como a las “fuerzas vivas”. Pero también un distintivo tonto, ya que lo antitético serían las “fuerzas muertas”. O quizás las ánimas camino a la gloria celestial o al purgatorio. Muchas de estas asociaciones de la llamada sociedad civil cumplen un laudable cometido. Suplen, en labor benefactora o asistencial, las necesidades que se presentan en áreas donde no llega el beneficio gubernamental.

A algunas de ellas recurren organizaciones extranjeras –o actúan como brazos suyos– cuando no quieren canalizar recursos a través del gobierno, desconfiando que por esa vía lleguen al destino final. Hay las que se organizan para ejercer presión sobre los gobiernos. Otras, figuración en la opinión pública. Y unas cuantas –a veces con patrocinio de la preocupada comunidad internacional– no disimulan su deseo de cogobernar. O mejor todavía, terciar como poderes paralelos en la función gubernamental. Pese a que, en Honduras, “la forma de gobierno –lee la Constitución– es republicana, democrática y representativa”. Asumiendo que “la soberanía popular corresponde al pueblo de donde emanan los poderes del Estado”. Lo representativo significa que esa voluntad se manifiesta por medio de representantes elegidos que ejercen los tres poderes del Estado. Dicho lo anterior, sectores de la denominada sociedad civil se manifestaron exigiendo paz electoral. Un anhelo compartido, que el proceso eleccionario, antes, durante la práctica de la votación y lo que suceda a partir del día después se realice sin violencia. Preferiblemente en un clima tranquilo de cívico comportamiento. Es una aspiración encomiable. La disyuntiva es ¿cómo conseguir ese don de la armonía –apenas a horas de la erupción volcánica, que ni lo quiera la Virgen vaya a ocurrir– en una sociedad que ha estado en guerra –unos contra otros como si se tratase de exterminar enemigos– durante tanto tiempo? Escalonando la agresividad, en la medida que las redes sociales son armas para exacerbar el conflicto, propagar odiosidad e instigar malquerencias que mantienen tan desparramada la colectividad.

Este clima caldeado que buscan apaciguar no es bullicio repentino. Es instigado –ya llevan bastante tiempo en ese empeño– por las mismas élites, los gobiernos, la afición desaforada con sus barras bravas, actores políticos y espectadores, medios convencionales sensacionalistas, las irascibles redes sociales, los metiches maniobrando en terreno ajeno y, sí –unos a la bulla y otros a la cabuya– por una que otra de esas organizaciones de la sociedad civil. Cuidado –alertaba la sabiduría popular– que sembrar vientos es cosechar tempestades. Sin embargo, todo esfuerzo por evitar situaciones de violencia, pese a la crispada atmósfera que han engendrado, es patriótico. Solo que, en nuestro provinciano parecer, la exigencia de un acuerdo de paz y de respeto a los resultados se quedó corta. Solo pasar el puente comicial sin mayores desgracias que lamentar no es suficiente. Es lidiar con lo que hay del otro lado del barranco. Y esta tremenda crisis que se sufre ocupa de mucho más. Como mínimo, de un liderazgo deseoso de reconciliar pedazos enfrentados, de preparación para resolver inmensos problemas y de imaginación que vea el bosque más allá del palo que se tiene enfrente. (El bosque –escuchó decir el Sisimite– no la selva).

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