FELICIDAD DEL PUEBLO

ZV
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21 de noviembre de 2021
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12:43 am
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FELICIDAD DEL PUEBLO

PARECE un absurdo teatral utilizar tal expresión en el curso del siglo veinte y comienzos del veintiuno, con tantas tragedias y horrores que hemos leído, percibido y a veces experimentado en forma directa. Nuestros tiempos “modernos” se han lucido con el tema de los verdaderos genocidios, las guerras catastróficas y las persecuciones ideológicas implacables, con un extremo de intolerancia tal, que se cae en el ridículo cuando algunos hablan de “democracia popular” olvidando que el meollo de esta forma de gobierno es la tolerancia y el pluralismo respetuoso de las ideas ajenas.

Aparte de las tragedias es recomendable puntualizar que la expresión “felicidad del pueblo” ha sufrido una especie de vaciamiento conceptual en el curso de los siglos, por aquello del uso y del abuso de la misma expresión, cuando en realidad muchos de los que la han utilizado, en lo menos que han pensado es en la felicidad de la ciudadanía. De hecho los buenos gobernantes orientales (escasos por cierto) y los pensadores griegos, fueron quizás los primeros en utilizar, constitucionalmente, la palabra “felicidad” para incluirla en sus leyes y en sus constituciones políticas. Esa palabra se convirtió en una especie de sinónimo de “bien común”. Desde entonces, es decir, desde aproximadamente veinticinco siglos, se ha incluido en los documentos más o menos republicanos (y más o menos democráticos) este viejo concepto de “bien común”, sobre todo en el curso del siglo veinte.

Pero ocurre, lastimosamente, que el maltratado “bien común” se convirtió en otra frase trillada que ha sufrido vaciamiento conceptual. Es decir, se le ha dejado sin ningún contenido real. Aparece sólo en los documentos, en tanto que lo que se busca es la felicidad de unos pocos que levantan diversas banderillas contradictorias. La felicidad del pueblo, o el auténtico bien común, conecta en forma directa con la credibilidad política y con la estabilidad económica de una sociedad en cualquier parte del planeta. No se debiera hablar de la felicidad del pueblo en un mundo de desempleados, enfermos, desilusionados y hambrientos. Mucho menos en sociedades en donde se persigue y se reprime la libertad de expresión; se cierran los periódicos y los canales televisivos; se destruyen las iglesias; se queman libros y se prohíbe que la gente profese la religión de sus ancestros.

Sin estabilidad económica y política, y sin pluralismo ideológico, es un completo absurdo hablar de democracia y de “bien común”, tanto en Honduras como en el otro lado del planeta. Como diría Abraham Lincoln, al pueblo se le puede engañar en un momento y en un lugar. Pero no se le puede engañar en todo momento ni en todo lugar.

Con frecuencia sucede que algunos sectores populares gritan consignas y levantan banderillas que tarde o temprano terminan por hundir al mismo pueblo. Los hechos históricos, especialmente de los últimos dos siglos, son contundentes. Pues cuando se percatan del tremendo engaño que han sufrido, ya pareciera demasiado tarde. Y resulta difícil, incluso traumático, volver a la normalidad. Sin embargo se ha demostrado, tanto geológica como históricamente, que un río caótico y desbordado tarde o temprano vuelve a su cauce natural, aunque para ello tengan que transcurrir más de cien años.

A pesar de todo, nunca debemos borrar de nuestros idearios la antigua idea de conseguir la felicidad básica de cada pueblo. Los niños deben tener acceso a las escuelas y colegios gratuitos con profesores de mentalidad abierta. Y para los adolescentes deben existir las universidades estatales permanentemente, con el propósito que los egresados de tales universidades posean cuando menos dos capacidades: La de crear pequeñas y medianas empresas, y la de iluminar al mundo con ideas humanísticas consistentes.

Honduras, un país mestizo históricamente joven, se encuentra como a la espera de construir su felicidad básica, la cual radica, repetimos, en la estabilidad económica y política, en el pluralismo de las ideas, en la seguridad ciudadana y en otros conceptos sobrios que son correlativos unos de otros.

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