EL ÚNICO POSTE

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23 de noviembre de 2021
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12:25 am
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EL ÚNICO POSTE

LÁSTIMA que no hubo acuerdo de paz electoral y de respeto a los resultados. Todavía hay tiempo para que lo suscriban. Sin embargo, aparte de ello, el pronunciamiento de sectores de la denominada sociedad civil –auspiciados por la preocupada comunidad internacional– debió incluir siquiera unas palabras de aval a la autoridad electoral que tutela el proceso eleccionario. Después de todo –con tantas otras instituciones en entredicho, más el descontento popular agudizado por la profunda crisis– la autoridad electoral, como cuerpo colegiado, es el único poste que queda en pie de donde asirse. Nada más hay que infunda confianza a la ciudadanía que la confianza que pueda emanar del ente que dirige el proceso comicial. Ningún bien hacen al país ni a su esperanza de futuro, dañándole la imagen. Aunque ingenuamente piensen que cuestionando vaya a corregirse algo que, por cualquier cantidad de razones, no es perfecto. El CNE ya ha tenido que soportar la hipocresía política. La embestida repitente de políticos mañosos endosándoles las culpas propias.

Si sacaron la Ley Electoral definitiva tarde eso ¿culpa de quién es? Si los fondos del presupuesto los dieron regateando y a las cansadas –obstruyendo la adquisición a tiempo de sistemas tecnológicos– ¿de quién es la culpa? Pese a ello, milagrosamente los consejeros salieron avante con el proceso interno y primario de los partidos –en medio de una pandemia– y ahora capeando trampas en campo minado, tienen que sacar adelante las elecciones generales. Decimos lo anterior porque inquietan esos bajos niveles de confianza del amable público en la democracia y en sus instituciones. Claro que esto no es mal de ahora, sino el tóxico resultado de tanta duda, sospecha, incertidumbre alimentada al ambiente durante todos estos años. Y a estas alturas del camino, nada se gana, el país pierde, de impertinentes señalamientos al ente electoral. Cualquier sector queriendo figurar –dizque golpeando gana puntos entre la opinión pública– que busque mejor otro trompo de ñique. Dicho lo anterior, otro ejemplo de cómo andan las cosas patas arriba. Vamos al silencio. Pero de la prensa convencional para caer al estruendoso bullicio de las redes sociales. Así que –virtud de leyes prehistóricas que regulan lo que era no lo que es hoy en la actualidad– hubo un cese de hostilidades. Pero en el frente moderado del campo de batalla. En el otro frente –el de las redes sociales– sigue la guerra encarnizada.

Ajá –decíamos ayer– ¿y qué dispone la ley sobre las escandalosas redes sociales? ¿Las armas que facilitan los gigantes tecnológicos a bandos fanatizados –de zombis robotizados controlados por algoritmos– para que el bestial enfrentamiento no se detenga? Nada. Absolutamente nada. Más bien, ya que ahora la transmisión es estereofónica, por dos canales, pero distintos –si hubiese ley para la realidad presente– lo sensato sería más bien quitar ese tapaboca a los medios de comunicación tradicionales. Ahora es cuando más se ocupa que permanezcan activos. De manera que pueda el público tener acceso a información relativamente veraz, para contrarrestar las “fake news” que se propagan víricamente del otro lado. Si hay contribución de los portales tecnológicos a la comunicación –y como corolario a la campaña política– no ha sido de inocentes herramientas de socialización como lo fueron en un inicio. Rápido se percataron que apelar al bajo instinto animal –la ofensa, el insulto, el ataque, el escándalo, la mentira, la distorsión y la manipulación informativa– exacerbando conflictos, multiplicaba los enganches de adictos automatizados y por supuesto las multibillonarias ganancias de los gigantes tecnológicos. (Amarrar la confianza a ese poste –aconseja el Sisimite– porque, después de hacer leña de todo lo demás, no queda otro).

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