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25 de noviembre de 2021
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12:44 am
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MILAGROS

QUIZÁS, esos observadores que vienen de afuera esperando milagros electorales, carecen de cierta información difícil de adquirir de la noche a la mañana. Esperemos que la elección transcurra en paz, antes, durante el sufragio y los días después conforme salgan a luz los resultados definitivos. Es lo deseable. Aunque costará meter armonía en bandos encontrados, que llevan años dándose maceta como si fuese guerra de exterminio de enemigos. Para el enfrentamiento despiadado cuentan con las poderosas armas de las redes sociales cuyo nocivo servicio –ganancia de los gigantes tecnológicos– depende de instigar el conflicto, la odiosidad y la fragmentación de la sociedad. Nunca es tarde para un acuerdo de paz y respeto a resultados. Y que, de repente, en el despabilar de un mico, sustituyan actitudes malsanas por conductas distintas. Lo otro que sucedió fue que el sistema electoral pasado colapsó. En el lapso de este período han tratado de rehacer lo destartalado.

La crisis postelectoral de once mil vírgenes se encargó que el antiguo tribunal y el proceso eleccionario perdieran toda credibilidad. Un año pasó que los actores principales nunca se vieron la cara en un diálogo propiciado por mediadores. Evidenciando las pocas ganas de la élite política de llegar a acuerdos platicados. Sin embargo, sucedió –no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista– que al fin partidos políticos mayoritarios representados en el Congreso Nacional convinieron mínimas reformas constitucionales. El propósito, ofrecer mayor confianza dentro de la total desconfianza existente. Desmontando la base registral anterior –objeto de rechazo– y volver a empezar de cero inscribiendo ciudadanos. Aparte de ello, encima de ese trabajo harto complicado, dotarlos de una nueva tarjeta de identidad. En eso cayó encima la pandemia. (Pero los políticos indolentes quieren que todo esto camine como si estuviesen dentro de la normalidad. Reclamos por el voto domiciliario y ahora la entrega de tarjetas de gente que no las reclama). Además, los partidos convinieron colocar figuras de mayor prestigio en un nuevo Consejo Nacional Electoral. Pero el poder que manda no dio los recursos necesarios para desmontar la vieja estructura mañosa de abajo. Bastaba poner mortales a la cabeza –y exigirles prodigios– con uno que otro funcionario de confianza. El avance fue que esta vez el ente –lo que más se objetaba– no sería controlado por el oficialismo. Sería un cuerpo colegiado donde el deseado equilibrio queda en manos de tres consejeros de los partidos que convinieron las reformas.

A saber por qué persiste la idea que deban marchar como soldados en fila india. Disgusta a los metiches –que andan en todo menos en lo propio– la discrepancia interna. ¿Así como era antes cuando solo había una voz de mando? Imposible que a lo interno no ocurran diferencias –no son trillizos– que los mismos partidos, en lucha irreconciliable, manifiestan afuera. Más bien debiese ser motivo de aplauso que ahora haya un balance en las decisiones tomadas. El logro –¿no les parece?– es un CNE no controlado por ninguno de los partidos, que frente a la opinión pública resulta ser una institución mucho más confiable. (¿Creen que abona a la confianza –en el ambiente de desconfianza generalizado– agarrar a palos al órgano que dirige el proceso? ¿El único poste que queda en pie del cual asirse –después que hicieron leña de todo lo demás– para generar algo de confianza?). La clase política no se resigna a perder dominio de lo que antes manoseaba. De allí que las mujeres aguerridas hayan tenido que defender públicamente la autonomía e independencia del CNE que han pretendido cercenar. (Lograron que quitaran algunas impertinencias, pero siempre los dejaron atados. El único organismo autónomo amarrado en su ejecución presupuestaria, como si fuera oficina gubernamental). Pero eso no es todo. Lograron montar elecciones primarias exitosas –casi a pura voluntad y esfuerzo propio– auxiliados por las Fuerzas Armadas. Sin Ley Electoral definitiva, dependiendo de retazos y decretos improvisados, peleando los recursos para sufragar los comicios. La ley no salió hasta a las cansadas, ya para las generales. El CNE demandó fondos para habilitar los sistemas informáticos y tecnológicos exigidos en la nueva ley. Mes y medio diputados patearon la lata. Intentando, en una ley de presupuesto, meter reformas a la ley general recién aprobada para atar al organismo electoral. El CNE advirtió que sin recursos no podía echar a andar el proceso de compras de las herramientas tecnológicas. Cuando finalmente aprobaron el dinero, el CNE tuvo que carrerear –ya entre pocos oferentes– el proceso de adquisición de tecnología. Lo que hay, es lo que pudieron conseguir debido a la tardanza en obtener los recursos. Pero los políticos exigentes –siendo suya la culpa del retraso– ahora quieren resultados impecables. Ojalá los haya y todo funcione mejor de lo previsto. (Lo que haga falta saber, puede la preocupada comunidad internacional consultarlo con el Sisimite, que lee los editoriales –y piensa mejor “milagros” que “dolores”– donde esta historia se ha contado repetidas veces).

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