Poder, elecciones, violencia y ciudadanía en Honduras

ZV
/
27 de noviembre de 2021
/
12:02 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Poder, elecciones, violencia y ciudadanía en Honduras

¡Liberales! La victoria se construye la derrota también

Por: Luis Alonso Maldonado Galeas
General de Brigada ®

Honduras está expuesta a una crisis multidimensional creada, acumulada, sostenida y de alguna manera proyectada; sometida reiteradamente a fenómenos naturales extremos con efectos catastróficos, que impactan severamente en su desarrollo en todos los órdenes. Se suman las crisis de origen antropogénico, las que se conciben, se estimulan y se concretizan con cálculo razonado, ventajismo y perversidad; estas en definitiva derivan en consecuencias más destructivas, si entre las víctimas se incluyen la democracia, la Constitución, el Estado de derecho y la República; siendo que fuerzas poderosas deciden, imponen, someten y depredan todo lo que se opone a sus aviesos propósitos. La cooptación de otros poderes e instituciones estatales, la compra de voluntades, el centralismo y autoritarismo en la gestión del poder, son indicadores constantes en nuestra historia mínimamente republicana; hoy mucho más acentuados.

El poder como instrumento de la política, ha dejado en su ejercicio lecciones nefastas, donde el abuso, la usurpación, la imposición y la discrecionalidad han marcado patrones conductuales de aceptación o rechazo, de autoría y complicidad, de rentabilidad y beneficios personales y sectarios ampliamente compartidos. Muy distante de las expresiones imperativas de la democracia, a saber: participación, representación, inclusión, igualdad, libertad, equidad, dignidad y el bien común. El caudillismo es el principal actor en este escenario adverso, en donde muchos aplauden.

El poder personalizado ha desfigurado la descentralización, ha ejercido influencia impositiva sobre otros poderes constituidos, sus facultades de facto van más allá de las atribuibles a las instituciones; consecuentemente ocurre una degradación progresiva del Estado, convenientemente aprovechada por los círculos de poder en las estructuras superiores y complacientemente disfrutada por los beneficiarios de ese modelo dictatorial. Una fórmula infalible para pueblos sin honor y dignidad, agravada por la ignorancia.

La incultura democrática es una penosa realidad en la sociedad hondureña, en tal sentido, las elecciones a cargos de elección popular son tomadas como lo sustancial del gobierno, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; en las dos primeras afirmaciones se advierte una leve aproximación en su diseño y práctica electoral, en la última es evidente una brecha abismal entre lo real y lo aspiracional. Basta con revisar el marco jurídico, las instituciones rectoras, los partidos políticos, los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, la participación de la ciudadanía entre otros componentes del sistema, para identificar leyes incompletas, inequitativas e injustas, órganos electorales politizados, anarquía, nepotismo, autoritarismo y divisionismo al interior de los partidos, debilidad en la aplicación de la ley, oportunismo y trasfuguismo inescrupulosos, activismo que sustituye a la militancia, discurso demagógico y confrontativo en vez de propositivo con un mensaje conciliador y solidario; dejando hasta hoy lecciones antidemocráticas, que desafortunadamente han sido tomadas como modelos mayoritariamente aceptados.

Ejercer el sufragio es más un evento traumático que un ejercicio de la voluntad y la libertad de conciencia; el elector pasa por un mercado de compra venta, por ambientes de miedo y amenazas, por un estado de ansiedad e incertidumbre, al presumir que su voto será modificado o invalidado por cualquier modalidad de fraude. En ese ambiente de comercio y conductas delictivas, con excepciones de honestidad y respeto a la norma, se eligen presidentes, legisladores y alcaldes. La función pública desempeñada por el funcionario electo, no dista mucho de lo experimentado durante todo el proceso eleccionario.

La violencia durante el período electoral, se ha incrementado en los últimos años; se identifica como la más perjuiciosa aquella que se practica desde las estructuras del poder, tomando decisiones que limitan las garantías y derechos constitucionales, que violentan las reglas, que condicionan el actuar de las instituciones restringiendo sus facultades, ejerciendo presión para que el ciudadano se convierta en una marioneta sin autodeterminación. En consecuencia, se acumulan las frustraciones que inevitablemente desencadenan en violencia. Los responsables casi siempre se invisibilizan.

La aprobación de la línea continua para la elección de diputados, es una violación a la libertad de conciencia, un acto de obediencia a la irracionalidad y un culto a la estupidez. Cuando se acepta sin el grito de protesta, le viene bien a quien lo practica, se complace a sí mismo y a su amo. ¿Será este acto un delito electoral o constitucional… violencia política?

Si hacemos una valoración de la ciudadanía, fácilmente encontraremos múltiples causales que han incidido para su estancamiento, deformación y degradación; el pueblo ha sido privado de su libertad, sometido a gobiernos dictatoriales y de facto, encerrado, desterrado, y enterrado por su libre pensar, ha estado ausente en los eventos y decisiones que a retazos han venido dando vida a la democracia y vitalidad al sistema republicano, ha servido de instrumento inerte para fines deleznables, ha sido un número sin valor que ha desconocido el poder que le pertenece y lo ha otorgado ingenuamente al usurpador nacional o extranjero, ha sido desplazado de su sitial como depositario de la soberanía en toda su dimensión y alcance. Hace falta una reivindicación honrosa, para situar al ciudadano en la base de la pirámide del poder.

Esculpamos el perfil del ciudadano: abramos caminos de fe en su espíritu, atemos su voluntad a la constitución y las leyes, inculquemos un acendrado amor a la patria, hagamos que identifique a la persona como fin supremo de la sociedad y del Estado, motivémoslo para que reconozca y se empodere de su poder inalienable e imprescriptible, démosle facultades para verificar y evaluar el cumplimiento de su mandato, dejémoslo en libertad para analizar, participar, exigir, demandar, protestar, resolver y ordenar conforme a derecho, revistámoslo de una armadura valórica sustentada en la identidad nacional. Finalizada la obra, temblará la tiranía, resplandecerá la República.

El poder es un fluido virtuoso, que se mueve con facultades relativas y alcances limitados otorgados por la ciudadanía, para la dignificación humana.

Más de Columnistas
Lo Más Visto