Miguel Rodrigo Ortega

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28 de noviembre de 2021
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12:15 am
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Miguel Rodrigo Ortega

Algo más sobre la numismática

Por: Mario Hernán Ramírez
Presidente vitalicio “Consejo Hondureño de la Cultura Juan Ramón Molina”.

Con la partida sin retorno de este hondureño conspicuo, la patria pierde de verdad a uno de sus mejores hijos; hombre de talento inigualable, de honradez acrisolada y de patriotismo auténtico, el abogado Ortega, nacido en el emblemático departamento de Santa Bárbara en 1922, cuando nos abandona estaba a punto de celebrar sus cien años de fructífera existencia, que honraron a la tierra que lo vio nacer en su máxima expresión.

Don Miguel como cariñosamente le decían sus buenos amigos, ocupó relevantes cargos en la administración pública, habiéndose desempeñado, incluso, como embajador nuestro en algunos países del orbe; fue de los primeros directores del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS); perteneció a la docta Academia Hondureña de la Lengua (AHL); fue catedrático de la Universidad Nacional Autónoma y escribió numerosas obras de utilidad nacional e internacional, entre las que destacan su máxima producción intelectual “Morazán laurel sin ocaso”, en la que ubica al paladín en la mejor plataforma de su brillante carrera como estadista, militar y ciudadano irrepetible en la región centroamericana; pero don Miguel, también, nos lega una gran cantidad de obras de orden histórico literario, entre las que sobresalen: Cuento: Los instantes sin tiempo, México (1976); La senda de los sueños sin eco (1981); El espejo habitado (1985); Cuentos para el ayer de un futuro (1997); Cuentos a la orilla del olvido (inédito). Poesía: Itinerario de las briznas (1972), Letras en la piel de la espuma (1982), Oda al libertador (1983), Voces desde el sur del alba …en los labios del viento (2000). Ensayo: El arbitraje internacional, Instrumento de paz, Madrid (1958), El valor de los Tratados Internacionales en el Derecho Interno (1964), Títulos de adquisición de soberanía en la jurisprudencia y la doctrina internacional (1976), Golpe de Estado, Poder constituyente y Constitución (2009). Morazán, Laurel sin ocaso, del cual han sido publicados tres tomos (1988, 1991, 1992). Morazán ante la juventud (guía para la Cátedra Morazánica) (1991). Morazán, Perfil continental (1992); Obra literaria completa (2020) publicación de la Academia Hondureña de la Lengua.

Como sobresaliente miembro de la docta Academia Hondureña de la Lengua, esta institución le otorgó el premio Ramón Amaya Amador, en su última edición, mismo que anteriormente le fue otorgado a otros ilustres compatriotas como el historiador Jesús Evelio Inestroza y al no menos erudito Julio Escoto, ceremonias que se realizaron en el municipio de Jesús de Otoro, Intibucá; San Pedro Sula, Cortés y por supuesto Tegucigalpa, a las que asistió lo más granado de la intelectualidad nacional, lo cual le dio mayor realce a estos singulares eventos.

Con su obra magistral Morazán, Laurel sin ocaso, el abogado y escritor Ortega se ubica en una posición igual a la de sus antecesores, el primer historiador de Morazán, don Eduardo Martínez López y otro insigne escritor doctor en jurisprudencia José Ángel Zúñiga Huete y más acá en el tiempo el extraordinario don Miguel Cálix Suazo, quien hasta el momento ha escrito alrededor de 14 obras relacionadas con Morazán; independientemente de otros autores tanto hondureños como extranjeros que con su pluma y su talento han exaltado la memoria y el espíritu de aquél gran centroamericano cuyo nombre por su épica historia ha sido universalizado.

El abogado Ortega contrajo nupcias con la ilustre dama Rubenia Díaz Lozano, hija de la recordada novelista doña Argentina quien fuera esposa del ciudadano Porfirio Díaz Lozano; doña Argentina, dicho sea de paso, Guatemala, país que la adoptó como hija predilecta, la postuló en la segunda mitad del siglo pasado al Premio Nobel de Literatura.

La residencia de este gran hondureño durante los últimos tiempos era frecuentemente visitada por el desaparecido y prominente médico y escritor Dagoberto Espinoza Murra, quien se hacía acompañar del no menos intelectual poeta y escritor Óscar Armando Valladares, quienes compartían horas enteras en amenas y constructivas tertulias, que algunas veces eran transcritas hasta las páginas de este gran diario en el que laboró don Miguel, Dagoberto y continúa haciéndolo el poeta Valladares.

Nosotros, que tuvimos la agradable y honrosa oportunidad de pertenecer al selecto grupo de sus amigos, sentimos profundamente el enorme vacío que con su vida sin regreso nos deja este admirado compatriota, cuyo legado a las presentes y futuras generaciones será de permanente utilidad.

Cerrando nuestra despedida a don Miguel R. Ortega, estábamos cuando sorpresivamente la prensa nos informó del fallecimiento del también ilustre hondureño Ramón Velásquez Nazar originario del departamento de Valle, donde hoy lloran su despedida al más allá.

Velásquez Nazar fue uno de esos hondureños que a su paso por la vida dejan una huella indeleble, porque como dice un refrán muy popular “obras son amores y no buenas razones”; Velásquez Nazar tenía su residencia habitual en el paradisíaco Valle de Ángeles y desde allá viajaba los fines de semana hasta su propiedad en las inmediaciones del parque La Concordia para atender silenciosamente a decenas de hondureñas y hondureños que asistían en demanda de apoyo para su salud perdida, por lo que Velásquez Nazar, al despedirse para no volver, también deja un vacío difícil de llenar.

 

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