TRANQUILIDAD POR ENCIMA DE TODO

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28 de noviembre de 2021
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12:04 am
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TRANQUILIDAD POR ENCIMA DE TODO

AUN cuando la idea de “fiesta cívica electoral” se ha venido abandonando drásticamente, desde el punto de vista del juego democrático como una actividad lúdica encaminada a restañar las heridas de la sociedad en cada momento en que se presenta la oportunidad de ejercer el sufragio individual y universal, sigue prevaleciendo aquella vieja idea de la fiesta cívica, que en algún momento de la historia hondureña deberemos recuperar y practicar con integralidad.

Conocedores de los zigzagueos políticos e ideológicos y de los terribles momentos de obscuridad histórica, sabemos que al final resurge, como el “Ave Fénix” de la simbología egipcia, la idea de la libertad intrínseca del “hombre” y la necesidad de renovar la democracia que, a pesar de sus defectos y fisuras, es el mejor modelo de gobierno que hasta ahora conocemos, tanto en el mundo occidental como en los países avanzados del mundo oriental.

La fiesta electoral debe servir para el ejercicio de una verdadera libertad individual y colectiva. No de simple declaratoria fraseológica. Es el momento más o menos coyuntural para que la ciudadanía y los auténticos demócratas (en caso que los haya) vuelvan sobre sus fueros y realicen autocríticas sinceras sobre las falencias económicas y sociales de la misma democracia, cuyos dirigentes a veces se duermen en sus laureles.

Democracia es sinónimo de tolerancia, respeto y pluralismo. Nunca debiera servir como trampolín táctico-estratégico para pulverizar a la misma democracia e imponer regímenes que atentan contra las libertades básicas. Es decir, libertad de expresión, de locomoción, pluralismo educativo, derechos humanos y libertad empresarial.

En el caso específico de este 28 de noviembre en Honduras, es nuestro deseo que impere, por encima de todo, la tranquilidad ciudadana y el respeto absoluto hacia las demás personas que desean depositar sus votos en las urnas de cada localidad. Pero ese respeto absoluto implica, entre muchas otras cosas, el respeto a la dignidad humana y a la vida inviolable de cada ciudadano, sin importar su tendencia partidaria. No puede haber tranquilidad cuando se irrespeta con señales, acciones y lenguajes agresivos, a las personas que trabajan en las mesas electorales, a los votantes, a los transeúntes y a los observadores nacionales e internacionales mismos. Tampoco puede haber tranquilidad y el subsecuente respeto cuando se anticipan los supuestos ganadores electorales mediante autoproclamas en horas tempraneras, cuando por experiencia se sabe, hoy en día, que incluso en las naciones poderosas los resultados ahora suelen procesarse lentamente. Sobre todo cuando se trata de elecciones más o menos reñidas.

Todos somos hondureños y todos anhelamos, en el fondo de nuestros pensamientos y corazones, la tranquilidad social y la estabilidad económica. Cualquier individuo público o anónimo que por extraños motivos pretenda socavar la estabilidad nacional, estaría atentando contra la hondureñidad, y se convertiría, en el terreno de los hechos, en una retranca histórica altamente peligrosa.

En este contexto lo más racional, en procura de la paz colectiva, es trabajar por los acuerdos conciliatorios el día de las elecciones y después de las elecciones. La desesperación, venga de donde viniere, es mala consejera para todos. También son pésimos consejeros los instintos de violencia que afloran sin ningún control de los dirigentes políticos; o que, posiblemente al revés, funcionan a control remoto.

Sería de desear que los observadores internacionales agucen sus miradas por debajo de los acontecimientos. No en aquello que ve a simple vista. Estas observaciones profundas e imparciales, nada sesgadas, pueden contribuir enormemente a la tranquilidad que la mayor parte de hondureños anhelamos, en lo que debiera ser una auténtica fiesta cívica a fin de fortalecer la democracia política y económica.

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