Jesús

MA
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29 de noviembre de 2021
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01:17 am
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Jesús

Marcio Enrique Sierra Mejía

Me dio por ir a la concentración política de cierre de campaña del candidato Nasry Asfura. Y aventurarme a observarla desde la cancha del estadio del centro olímpico. Mezclándome en el recorrido para entrar al lugar, con filas de gentes que deseaban entrar. Ya cercano a la entrada la gente se apelotaba y empujaban para avanzar. Una vez adentro me sentí más relajado y me ubiqué en un espacio en el que las personas mantenían una prudente distancia unas de otras. Y una vez que me sentí cómodo y tranquilo para observar. Descubrí que no tenía mi pequeña cartera en la que guardaba importantes credenciales y tarjetas de crédito. Lo primero que pensé fue me la robaron. E inmediatamente le pedí al amigo que me acompañaba, su celular para llamar a cada banco y bloquear las tarjetas. En mi mente recordaba el momento antes de salir de casa, cuando decidí no llevar el celular precisamente para evitar cualquier circunstancia que diera lugar a su robo. Pero no pensé así para el caso de mi pequeña cartera porque consideré que al llevarla en la bolsa delantera del pantalón. Sería muy difícil sustraerla y robarla. Sin embargo. Ocurrió que perdí mi carterita y un sentimiento de frustración e impotencia invadió mi corazón. Para contrarrestar tal sentimiento, me acerqué a unos observadores internacionales europeos que estaban cercanos a mí y entablé diálogo con ellos. La conversación fue bastante superficial pues no me interesaba ahondar la plática sobre el acontecimiento porque mi ánimo no estaba muy dispuesto a ponerles mucha atención, puesto que, en mi mente rondaban otras preocupaciones. Hablamos del volumen de asistentes. Del desorden que había para entrar y salir. De la tardanza en aparecer el candidato. Sin embargo, mi indisposición mental era evidente. Empecé a sentir que ya no quería estar en el evento.

Y no tardé en decidir marcharme. Le comuniqué a mi amigo y amablemente me ofreció acompañarme y salirse también para irme a dejar a la casa. Al regreso, durante la caminata que realizamos para llegar hasta donde habíamos estacionado el vehículo, comentamos el incidente e hicimos conjeturas, de cómo había sido que me habían robado la carterita. También teníamos la esperanza de que se me había salido de la bolsa en el carro y que quizá la iba encontrar en el piso del mismo. Llegamos y buscamos, pero la bendita carterita no estaba en el vehículo. Guardé silencio durante el trayecto hasta la casa y cuando llegamos. Le expresé a mi amigo ¡Dios sabe lo que hace y está en sus manos resolverlo! ¡Yo haré lo que tengo que hacer para reponer las tarjetas y los carnets! Me despedí y le di las gracias a mi amigo.

Ya en la casa le hablé por teléfono a mi esposa para contarle lo ocurrido. Al final de la conversación que tuvimos me dijo, ore y pídale a Dios que le apoye en todo lo que tenga que hacer para recuperar los documentos. Pues lo hice y con mucha humildad le pedí a Dios que me ayudara a salir avante. Al día siguiente, al revisar el WatsApp, vi que mi hijo desde México, me había enviado un mensaje que decía: “hola buenas tardes. Kuería saber si ud conocía al señor Marcio Enrique Sierra Mejia”. Mi hijo le contestó. ¡Sí es mi papá! ¡Es que encontré los documentos de él! En dónde le replicó mi hijo en el mensaje. “X donde anduvo la caravana del Partido Nacional”.
Inmediatamente, le envié un mensaje a mi hijo en el que le indicaba que le diera mi teléfono fijo a la persona que me los había encontrado para hablar y verificar con él lo que había encontrado. Al rato me llamó la persona. Le contesté con mucha alegría y le pregunté su nombre. Me contestó “me llamo Jesús. Y tengo sus tarjetas”. “Dígame cuáles por favor le contesté”. Él me fue leyendo una por una las tarjetas y comprobé que las tenía todas.
Entonces le pregunté. Y dónde vive para ir a recogerlas. En Ojojona, yo cuido a mi abuela me contestó”.

Inmediatamente le pedí que por favor viniera a Tegucigalpa y que lo iba a encontrar en el City Mall enfrente al Banco Promerica. Jesús llegó y cuando lo vi me impresioné mucho. Era un joven bajo de estatura. Agradable, dulce y sencillo. Lo abracé con cariño y respeto. Hasta mis ojos se humedecieron. Lo compensé y le ofrecí mi amistad por siempre. Al siguiente día me envió un mensaje que transcurrió así: ¡hola que tal! ¡Le habla Jesús! -hola buenas noches, gracias por su actitud honesta Dios te bendiga siempre- le contesté. Él replicó “No hay nada que agradecer, es algo que se debería hacer siempre”.

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