El amor, el odio y la ambigüedad

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2 de diciembre de 2021
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12:03 am
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El amor, el odio y la ambigüedad

BARLOVENTO:

Por: Segisfredo Infante

Percibo que una cosa es decir que se lee filosofía, y otra cosa muy distinta es haberle dedicado décadas enteras de estudio a este árbol supremo del saber. Otro tanto ocurre con el conocimiento histórico y las tentaciones reiteradas por sesgar o distorsionar los hechos. Al final de la jornada comienzan a aparecer, documentalmente, los verdaderos sucesos tal como ocurrieron sin añadiduras. Para alcanzar este nivel de esclarecimiento se necesitan décadas, y a veces siglos, de recopilación de documentos y de fragmentos dispersos por el mundo, y asimismo las respectivas investigaciones sistemáticas.

Como Honduras continúa siendo un país históricamente adolescente, falta demasiado recorrido a fin de alcanzar la madurez y el equilibrio indispensables. Todavía desaprovechamos nuestros tiempos y movimientos en desacreditarnos hasta el fondo, unos a otros, olvidando que la vida es fugaz, con momentos bellos y dolorosos, de lo cual debemos aprender a sacar lecciones, tanto para madurar como individuos y también como sociedad. Uno de los viejos filósofos existencialistas de Europa señalaba que los seres humanos vivimos como si nunca fuéramos a morir. Por eso existen individuos que solo pasan enarbolando los símbolos de la destrucción; alabando la muerte o deseándosela a los demás, incluso a sus propios paisanos y parientes. Otros, más sofisticados y astutos, invierten semanas y meses enteros buscando la manera de encontrar el epíteto más hiriente con el fin de lastimar a un prójimo específico, creyendo que con eso logran esconder sus envidias, sus rencores, sus complejos de inferioridad e incluso sus odios infundados, en una sociedad que es producto del “Mundo Occidental” en donde se ha pregonado, durante siglos, la misericordia, el perdón, el amor y la reconciliación.

En este punto se vuelve indispensable retornar a la “Filosofía”, aunque en algunos países pretendan eliminar tal asignatura del “pensum” académico de las carreras de secundaria e incluso de algunas universidades. Me imagino que con eso pretenden contentar a las personas que sólo les interesan los negocios inmediatistas, y aplaudir una especie de enajenamiento tecnocrático que continúa expandiéndose por el mundo, en donde los intereses realmente humanos (y humanísticos) pasan a una cuarta dimensión.

“Quinientas orquídeas contra la adversidad” fue un artículo que le dediqué a un libro publicado por la periodista doña Elsa Ramírez, en LA TRIBUNA del 10 de octubre del año en curso. En tal artículo esbozo la tesis que “El sentido de la vida se sustancia en el amor y en la libertad”. Extraño dueto conceptual para aquellos que desconocen que el “amor” es un concepto íntimo en la vida de cada individuo civilizado con repercusiones hacia el resto de la colectividad. Luego se añade el concepto de “libertad”, que poco o nada tiene que ver con banderillas políticas de ocasión. Tanto Guillermo Hegel como Jean-Paul Sartre coinciden, a pesar de sus innegables diferencias teóricas, en que el “Hombre” ha nacido para la libertad. Pero a veces, accidentalmente, el individuo rebota contra circunstancias en donde la libertad política es negada o desconocida. O han sido creadas, dichas circunstancias, para soterrar deliberadamente el anhelo de libertad.

Diríamos que el concepto de “libertad” es multifactorial en sí mismo. O es “multis verbis” como dicen algunos expertos en temas de lenguaje. Para empezar la libertad tuvo que aparecer, consciente o inconscientemente, en las entrañas de las primeras civilizaciones que se vieron enfrentadas a los embates de la naturaleza o a la terrible hostilidad de grupos humanos salvajes, barbáricos o incivilizados. Se trataba, y continúa tratándose, de la lucha casi permanente entre el reino ciego de la necesidad, y el reino pensante de la libertad. No es, en este caso, un asunto exclusivamente político o ideológico, sino el problema de la sobrevivencia de comunidades enteras frente a los trastornos de la naturaleza, especialmente de las tormentas, las inundaciones, las sequías y las hambrunas, en el caso de las sociedades agrícolas sedentarizadas. Por supuesto que con el paso de los siglos el salto hacia la libertad política vino por añadidura, es decir, el salto de la caverna hacia la razón, tal como lo sugirió, en algún momento, el sociólogo y filósofo chileno Fernando Mires. Nosotros preferiríamos, siguiendo a Platón, hablar del ascenso gradual hacia la luz del conocimiento y en consecuencia de la libertad. Es decir, el paso de la conciencia primaria hacia la autoconciencia superior.

El amor y la libertad son conceptos supremos. Amor hacia el prójimo; amor hacia los hijos; hacia los amigos; y el amor entre un hombre y una mujer. Aquí se añade el amor a la libertad, incluyendo la libertad religiosa. Lo contrario de tales conceptos son el rencor acumulado y el odio desbordado. Tal vez en medio de ambos fenómenos podemos encontrar la ambigüedad y la indiferencia ante el simple dolor humano. Y es que sin amor y sin libertad la vida pierde su sentido fundamental.

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