Las etnias de Honduras, apuntes de viajes

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4 de diciembre de 2021
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12:21 am
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Las etnias de Honduras, apuntes de viajes

La conformación poblacional actual de Honduras es producto de un largo e intrincado proceso de mestizaje, que le ha convertido en un sitio interesante, sin duda es un privilegio contar con un país pluriétnico y multicultural, eso es para valorarlo, protegerlo y estudiarlo desde distintas disciplinas.

Si bien es cierto tenemos grupos autóctonos como los Tolupanes, Lencas, Pech, Tawahkas y Chortís, otros denotan raíces afro-caribes y que se conformaron posteriormente al proceso de conquista y colonización, Garífunas, Negros-Creoles y Misquitos. La ausencia de un censo oficial sobre las etnias y pueblos afro-caribes, solo es una muestra de la incompetencia estatal, por lo que varias instituciones lo que manejan son datos aproximados, sobre cuantos indígenas y negros forma parte de Honduras.

El indio desde lo mestizo
Desde mis años escolares en Ilama, Santa Bárbara, más de un docente nos “aconsejaba” “no se metan con esos indios…” décadas después he seguido escuchando tales aseveraciones hasta en el interior de familias ligeramente ilustradas, sin que estos últimos procedan de alguna realeza europea. Situaciones similares he podido constatar en otros lugares del interior donde predominan pueblos que desde su imaginario se autodefinen como “pueblos de blancos…”. Socialmente se sigue utilizando el término indio, lógicamente con un carácter peyorativo, ser indio es sinónimo de un estrato social inferior. Pródigas afirmaciones se evidencian desde frases como “tenías que ser indio”, “hagan una fila de indios”, “es más cuadrado que un indio”, “tiene pelo de indio” o “sus facciones son de indio” “esos indios son malos”, entre otros…

He podido visitar las diferentes comunidades donde residen grupos culturalmente diferenciados a nivel nacional y en ellos se respira un ambiente de armonía, respeto a sus bosques, a sus fuentes de agua, a sus animales y sobre todo a sus prácticas culturales.

En algunas comunidades los niveles de participación son más evidentes cuando se trata de las festividades patronales, similar situación se experimenta en comunidades caribes, donde los movimientos cadenciosos al ritmo de tambores y maracas son el mejor pretexto para enfrentar la monotonía.

En cada grupo cultural, que cohabita nuestro territorio se perciben mundos interiores específicos, desde las organizaciones y desde el interior de las familias y se tiene claro que, desde el Estado, lo único que ha sido constante es el abandono.

Ante esa falta de inclusión estatal, más la existencia de políticas orientadas a invisibilizar las etnias, estas últimas han terminado casi desconociendo a varios gobiernos, de ahí que el sentido de pertenencia en las comunidades indígenas y afrodescendientes se reduce a lo local.

Hace algunos años en el descuidado parque central de Puerto Lempira, le pregunté a un misquito, ¿Cuál era su opinión sobre el busto de Lempira que se exhibe en el parque de su cabecera departamental? Su respuesta fue categórica y dijo “nosotros nada sabemos, aquí lo trajeron, talvez por el nombre de la ciudad”. La respuesta amerita mayor reflexión.

Convivencia sí, pero con ciertas variables
Igual de interesante resulta que los miskitos vean al ladino como “indio”, y a sus vecinos tawahkas como “sumitos”, pero ese sumito no es cariñoso, sino despreciativo. Una buena cantidad de miskitos viven con mujeres tawahkas, sobre todo en las comunidades de Krautara y Krausirpi, situación que no deja de generar cambios, el idioma Tawahka cada vez se habla menos, significa que va rumbo a la extinción. Salvo una serie de investigaciones realizadas por lingüistas desde la UNAH y algunos institutos extranjeros, el resto de instituciones del Estado nada han hecho, para fortalecer la lengua en mención. ¿Será que están esperando que se extinga, para investigarla?

En alguna ocasión, mientras cenaba con unos anfitriones miskitos, yo les dije ¿Pueden regalarme más guineo cosido?, y él miskito en tono de burla, dijo ¡este parece que fuera moreno…!, ellos ven al negro como un “comedor” de guineos… Los garífunas igual a referirse al ladino, lo denominan chumagú y no siempre es bien visto. Los Tolupanes, más huraños, no tienen una palabra para referirse al mestizo, simplemente lo evitan, los daños causados, bosques enteros destruidos, fuentes de agua dañadas, y peor aún dirigentes tolupanes muertos, por defender sus tierras.

Desde hace décadas los pech, han tenido que refugiarse en lo interno de sus bosques, ante la amenaza de ganaderos y terratenientes armados de Olancho y Colón, que amparados en su poder económico los han despojado de sus bienes, tanto que un grupo de pech desde hace años se establecieron en las cercanías de Las Marías, en dos caseríos denominados Baltituk y Pujulak en los alrededores de la Reserva del Río Plátano, (Gracias a Dios).

Tolupanes en riesgo
A lo largo de varias centurias los conquistadores utilizaron el término Xicaque o (Hicaque-Jicaque), como sinónimo de “salvajes”, con ello definían a una serie de grupos poblacionales no conversos y que rechazaban el sometimiento español.

A pesar de los siglos transcurridos y muchas confusiones, sabemos que a nivel lingüístico se identifica a los torrupanes o tolupanes, por ser hablantes del idioma tol. Reconocidos antropólogos y lingüistas, aseguran que los tolupanes o torrupanes, tienen más de 5000 años de antigüedad y que su lengua proviene de un tronco Hokon- Sioux, sin que las aseveraciones sean concluyentes.

Por la carencia de estudios especializados, difícilmente se pueden establecer fronteras para definir donde estaban ubicados inicialmente los diferentes grupos indígenas coexistentes. En la actualidad los Tolupanes o Xicaques, habitan en parte del territorio de Yoro, aglutinados es 28 tribus, más tres que se instalaron en la Montaña de La Flor entre las cercanías de los municipios de Orica y Marale, en Francisco Morazán, refugiados ahí por conflictos con familias ladinas.

Varios investigadores sostienen que, en 1870, al menos dos parejas adultas y un joven habrían huido a las Montañas del sur, desde la Laguna Seca (Yoro) huyendo de los trabajos de la zarzaparrilla, los impuestos y la “hispanización”, (ver Von Hagen, 1945: 37) (Chapman, 2007: 79).

La investigadora Linda Acosta, en un valioso texto denominado “Bien común e interculturalidad: claves al desarrollo de los Tolupanes de Montaña de la Flor”, retoma textos clásicos “Sin embargo para despistar cambiaron sus nombres y adoptaron los apellidos de Soto y Martínez, dividiéndose en dos grupos por el curso del río llamado localmente “la Quebrada de Beltrán” (Chapman, 2007: 36), aislados completamente hasta que en 1920 comenzaron a tener conflictos de tierra con los mestizos (Rivas: 2004: 151), conflictos que fueron amainados en 1929 con el otorgamiento del título de tierras de uso colectivo, 3200 hectáreas en la denominada Montaña de la Flor, por mediación de Francisco Mejía, entonces alcalde de Orica, quien solicitó dicho otorgamiento al presidente Barahona como reserva perpetua. Fue hasta 1992 que La Montaña de la Flor, obtiene el título de reserva forestal antropológica. La Montaña se ha ido dividiendo de tribus a comunidades de tribus, según ha pasado el tiempo y así el crecimiento de la población. (…) El último censo que se realizó en la Montaña en el año 2018 arrojó la cifra de 2200 habitantes –según me indicó Miguel Salinas, el médico del Centro de salud en San Juan.

Las tribus que se encuentran en la Montaña y que pertenecen al municipio de Orica son: Guaruma, Lavanderos, La Ceiba, La Lima y San Juan, cada tribu tiene entre 3 y seis comunidades. En la Montaña de la Flor también está la tribu de El Paraíso, que pertenece al municipio de Marale. Los Tolupanes han tenido que adaptarse a esta partición política para poder relacionarse con los gobiernos locales. Dicha partición no corresponde a la visión territorial de los autóctonos.

Es significativo señalar que estas tres “tribus”, debido al escaso contacto con los ladinos, conservan su idioma, su vestido (balandrán) y algunas prácticas como, cacería y pesca con procedimientos ancestrales, consumo de tabaco en pipas elaboradas por ellos mismos y el uso de “piedra de pedernal” para encender el fuego. Aún se rigen por la figura de un cacique o un consejo de ancianos. Las manifestaciones artísticas han desaparecido, apenas hemos visto a un par de tolupanes ejecutar la Caramba esporádicamente.

Los Tolupanes, enfrentan la amenaza permanente de los ladinos por quitarles sus tierras, o son engañados cuando intercambian sus productos, el grado de analfabetismo es alto. El hecho de mezclarse entre familias, tiene como resultado una serie de impasses, por lo que se observa un porcentaje de sordomudos, los niveles de desnutrición son altos y la falta de higiene les ocasiona serios problemas de salud. Los Tolupanes, son una etnia amenazada, en proceso de perder su idioma, coyuntura que debería verse como una oportunidad desde el Estado y desde la academia, para aunar esfuerzos y emprender un rescate cultural, basta ya de misioneros y sectas religiosas, de políticos de oficio, que amparados en la precariedad que padecen los Tolupanes, han llegado en modo “asistencialista”, a repartir las “buenas nuevas”, a tomarse la fotografía y se marchan.

Entre las costumbres más notables de los indígenas de la Montaña de La Flor, es que velan a sus muertos en la cocina, donde comen su comida diaria y beben café y no lloran ni se escandalizan ante la muerte como los ladinos, simplemente reflexionan sobre lo que fue el difunto. El cadáver se envuelve en las mismas sábanas que utilizaba para dormir, sus pocas pertenencias también se le incluyen en la fosa. En muchas ocasiones las chozas donde hubo muerto se abandonan, algo así como que la “selva se las traga”. Siguen creyendo que en los bosques existe una hierba invisible que pierde a la gente, o consideran que algunas personas pueden convertirse en animales, quedan escasos rituales y sí se practican los hacen al interior de las familias. Algunos ancianos comentan que la luna y el sol son dioses y que antes se hacían festividades, pero no precisan en detalles.

Los chortís una etnia binacional
Los Chortís en lo que respecta a Honduras se encuentran dispersos en aldeas y caseríos aledaños al municipio de Copán Ruinas y otros en las cercanías de la Antigua, Ocotepeque. Desde un par de décadas atrás, se ha concluido que el idioma Chortí, en lo que respecta a Honduras, únicamente lo hablan pocos ancianos en su entorno familiar. Algunas de sus prácticas agrícolas, se conservan, aunque influenciados por patrones católicos, se trata de campesinos de descendencia Chortí. Es significativo el hecho de que hayan logrado constituir organizaciones sólidas en la defensa y recuperación de sus tierras. Poseedores de una abundante tradición oral y con frecuencia repiten las luchas del Cacique Copán Galel, contra los colonizadores del siglo XVI.

En algunas comunidades Chortí, se lleva a cabo el Tzikin “comida para los muertos”, en lengua Maya- Chortí. Se trata de una celebración para honrar a sus difuntos el 1° de noviembre, sobre todo en comunidades como Carrizalón, Boca del Monte, Corralito, Ostuman, El Zapote, El Tigre, Choncó y San Isidro, ahí se escogen sitios públicos como salones comunales, iglesias y escuelas donde la comunidad puede reunirse.

Algunos informantes señalan que, con el Tzikin, se está invitando y compartiendo con los ancestros (esta puede ser una ceremonia familiar o comunal), esto significa que va dedicado a alguien especial, puede ser un querido ya fallecido. Se prepara un altar, donde se evidencian velas, “flores de muerto”, una cruz, algunas veces se coloca la imagen del fallecido, en el lugar se hacen rogatorios y canticos y se invoca el alma del difunto para que venga degustar los alimentos.

Como se trata de complacer el “alma del difunto”, entonces se prepara la comida que a él le gustaba, después de los prolongados rezos uno temprano y el otro ya casi a media noche, el guía rezador da la orden para que se comparta todo un banquete, en este se exhiben frutas, dulces, bebidas, frijoles, tamales, ticucos, atol chuco, cuajada, tortillas etc. Con el entendido que el difunto o los difuntos ya han degustado el banquete que se les ha ofrecido.

En el Tzikin comunitario cada vecino, colabora desde hace unos seis días antes, bien en la elaboración del altar o lleva alimentos para compartir. Algunos líderes sostienen que dicha ceremonia, también es una forma de agradecer por las cosechas de granos básicos durante el año.

Según la tradición el o los rezadores de la ceremonia del Tzikin, pasan por un proceso previo de “pureza” ellos, desde varios días ante tienen prohibido el consumo de carne, tampoco pueden sostener relaciones sexuales y solo consumen tortillas, frijoles y agua. Esto último con el fin de estar en armonía con la madre naturaleza, con los espíritus de los antepasados y con los espíritus de los alimentos.

Otro ritual que a veces se realiza, es él de apadrinar el agua, este consiste en que el chamán-guía realiza ofrendas en lugares sagrados, generalmente en pozos de agua, manantiales o montañas, con el objetivo de pedir lluvias y que sus cosechas sean abundantes. La presencia de sectas religiosas sigue siendo una amenaza a las tradiciones en las comunidades indígenas.

Resistencia esporádica o escasamente documentada
“La mayoría de las referencias elaboradas por sacerdotes y cronistas, apuntan que el indio, fue despojado, sometido, y básicamente junto al negro formaron los estratos menos privilegiados. Aunque hubo brotes de resistencia esporádicos en distintos sitios del territorio, la resistencia indígena más comentada se dio en el occidente de Honduras, liderada por Lempira. Posteriormente el levantamiento de Macholoa (cerca de la ciudad de Santa Bárbara) casi arrancando la segunda década del siglo XIX.

Una vez organizado el Estado de Honduras, se decretó el idioma español de carácter obligatorio, lo que significó el desaparecimiento forzado de muchas lenguas indígenas. El viajero Squier describe haber escuchado el idioma lenca en las comunidades de Guajiquiro y alrededores. Destacados investigadores han concluido que el idioma lenca, desapareció a finales del siglo XIX y que los últimos hablantes se encontraban entre los municipios de Guajiquiro, Opatoro y alrededores, pero tenemos una serie de toponimias indígenas valiosas.

De los lencas ahora nos queda un número indeterminado de pobladores ladinizados con una serie de tradiciones, prácticas religiosas, que valdría la pena reforzar, entre sus máximas expresiones culturales son el Guancasco, las Composturas y la Auxiliaría de la Vara Alta, esta última persiste en el municipio de Yamaranguila, Intibucá.

Nada despreciable son los distintos encuentros o guancascos que se llevan a cabo en el interior del país, en cada celebración participan dos pueblos o más con sus respectivos santos patrones y se visitan con reciprocidad. Los rituales de agradecimiento en las composturas, el respeto por los cerros, la tierra. Los lencas, además tienen una riquísima tradición oral, que sería oportuno sistematizar por subregiones. Sin embargo, muchas de las ceremonias se han venido perdiendo, más por el antojo de ciertos sacerdotes, tal es el caso de las fiestas en honor a San Sebastián en Erandique, Lempira, donde los parroquianos de El Matasano presentaban el “Baile del Negro”, estos acompañaban al patrón en todo su recorrido por el pueblo y además entusiasmaban a los concurrentes en el atrio de la iglesia, disfrazados, danzando al ritmo de tambor y guitarras. Pero algunos sacerdotes en vez de procurar fortalecer las prácticas culturales, las prohíben, eso hace que muchas tradiciones se pierdan y los pueblos terminen divididos. Continuará…

New York, El Níspero, noviembre, 2021

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