Un padre y amigo en el cielo

MA
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8 de diciembre de 2021
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12:04 am
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Un padre y amigo en el cielo

Infraestructura resiliente ante desastres

Álvaro Sarmiento

El 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, se cumple el quinto aniversario del tránsito al cielo de un gran hombre, padre y amigo, Javier Echevarría, obispo de la Iglesia Católica, prelado del Opus Dei y sucesor de dos santos; san Josemaría Escrivá y el beato Álvaro del Portillo.

Gran hombre, no necesariamente por su estatura física, ya que era un hombre menudo, más bien por su estatura espiritual, diría que fue uno de esos “gigantes” que se traslaparon entre los siglos XX y XXI. Su consistencia -desde muy joven- entre lo que pensaba y actuaba era sencillamente total. Desde el inicio de su labor como prelado del Opus Dei, el año 1994 se notaba en su hablar, en su predicación y sus continuas cartas mensuales una pasión creciente, más bien alimentada por su creciente espíritu juvenil por conocer y amar plenamente a nuestro Señor Jesucristo. Para los que le vimos al menos en videos y fotografías durante esos años, perder la lozanía de la juventud física y encorvarse por el peso de los años y una enfermedad, impresionaba como imprimía en su hablar y mirar más bien la energía de un jovencito con ganas de comerse al mundo.

Un hombre que terminó su vida, exprimido hasta la última como un limón seco, amando, sirviendo, preocupado y ocupado especialmente por los más necesitados. En una tertulia muy familiar con miles de personas aquí en Tegucigalpa en el año 2000, respondiendo a una interrogante de un empresario sobre la responsabilidad de reconstruir el país después del huracán Mitch, comentaba “entenderíamos mal la caridad cristiana y la solidaridad si pensásemos que ayudar a los demás es (exclusivamente) dar un poco de dinero, alimento… lo cual es necesario, pero debéis comenzar a reconstruir el país, cada una y cada uno de vosotros cumpliendo vuestros deberes profesionales, familiares, con ese sentido de profesionalidad, acabando bien vuestras tareas”. Eso no impidió que al terminar esa reunión se dirigiera a la colonia Las Brisas a visitar y llevar consuelo a un jardinero que había perdido todo durante la tormenta. Seguramente bajo su empuje y orientación, con total libertad y responsabilidad un grupo de personas fundó y mantiene iniciativas como Fundación Taular, donde a través del Instituto Tecnológico se desarrolla y promueve formación humana e intelectual a jóvenes estudiantes. Don Javier empujó miles de estas iniciativas sociales en todo el mundo.

Pero don Javier -el padre para muchos- no fue un filántropo. Sus acciones nacían y se encaminaban al amparo de una profunda vida cristiana, aprendida y fortalecida a lo largo de años de trato con san Josemaría. Don Javier, fue un gran pedagogo en la preparación de la Navidad. Un consejo muy práctico para estas semanas próximas plasmada en su última carta pastoral “En medio de las prisas, de las compras -o de las estrecheces económicas, quizá ligadas a cierta falta de seguridad social-, de guerras o catástrofes naturales, hemos de sabernos contemplados por Dios. Así encontraremos la paz del corazón”. Y también una sugerencia muy concreta “No dejéis de acordaros en estos días de la gente sola o que pasa necesidades, y a quienes podemos ayudar de un modo u otro, conscientes de que los primeros beneficiados somos nosotros mismos”.

Si bien es cierto la última -de varias- tarjeta navideña que recibimos en familia de don Javier fue del mes de su fallecimiento, su mensaje permanece y perdura. Con ilusión pedimos que pronto se inicie su proceso de canonización, un santo del servicio continuo y desinteresado. Un amigo de verdad.

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