NADIE SE ESCAPA

MA
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14 de diciembre de 2021
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12:25 am
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NADIE SE ESCAPA

¿CUÁNTOS se habrán ilusionado que pasando el pico de la pandemia solo sería cosa de dar vuelta a la página? Sentimos desengañarlos, no se acomoden. La peste sanitaria –si bien los casos de contagio y muertes han disminuido debido a la masiva vacunación en el mundo entero– todavía continúa haciendo estragos. Recién brotan casos aislados de las variantes del virus. Pero así al principio fue la pandemia. Con tan mala suerte que el tal ómicron podría ser de más rápida propagación. Pero además, sumado a los impactos nocivos de la peste, asoman las secuelas. Del trastorno a una normalidad que dejó de serlo. Hoy reemplazada por una nueva realidad que muestra la hemorragia de lesiones y arrastra el peso de las pérdidas sufridas. De la manera repentina que cambió la vida de tantos seres humanos. Del deterioro causado por meses de confinamiento. La contracción de los mercados y la fractura al aparato productivo.

El daño y hasta el colapso de muchas empresas. La infinidad de trabajadores que quedaron en la calle. La grosera reducción de los ingresos familiares y la evaporación de ahorros de toda una vida. El desplome de las economías que exigió de gastos y de inversiones extraordinarias –de recursos que ni por asomo fueron suficientes para mitigar la quiebra–sacados en calidad de deuda. Una cuenta gigantesca de facturas pendientes de pago. ¿De dónde sale el dinero para sufragar subsidios al desempleo, restituir lo malogrado, subvenciones para la subsistencia, estímulos de reinicio a una economía apagada, mientras trastabillan las actividades productivas o funcionan a medio vapor? Los norteamericanos tuvieron que elevar el endeudamiento legal permitido a proporciones inéditas. No haberlo hecho condenaba al cierre total del gobierno federal. Ello lo puede hacer la primera potencia mundial ya que su moneda es aceptada como reserva. El dólar –de intercambio universal– goza de confianza internacional. Por el tamaño de su economía, la relación de su capacidad generadora y la expectativa de su potencial productivo. El monto del paquete de estímulos a la economía, de las subvenciones para atender necesidades familiares, las ayudas sociales y ambientales, aprobados por la administración Biden, excede los números que caben en la pantalla de una calculadora. Son unos $1,750 billones. Esto aparte de los otros paquetes de estímulo aprobados anteriormente.

Los fondos para financiar ese gasto no es maná caído del cielo. Tampoco son datos de la informática almacenados en la nube. Tiene un elevado costo y ¿adivinen qué?, acarrea consecuencias. Aunque los recursos no sean desembolsados ni distribuidos de un solo golpe, el paquete contiene carga de alto voltaje capaz de disparar los precios a niveles de alarma. “La inflación de 12 meses a noviembre en Estados Unidos se ubicó en un máximo de 39 años”. “El incremento de precios alcanzó 6.8% en noviembre luego del 6.3% en octubre”. “Es la mayor inflación desde 1982”. Todo está caro, desde alimentos, ropa, autos, gasolina, productos electrónicos hasta pasajes de avión. La queja es colectiva. La crisis energética pega fuerte sobre los consumidores. El embotellamiento en las cadenas de suministros y la elevada demanda sube los precios de bienes y servicios justo en la temporada de las compras navideñas. Esperemos que este sea un fenómeno momentáneo con posibilidad de ser revertido. De lo contrario el elevado costo de lo importado repercutirá negativamente en la economía hondureña. No solo eso. Con la inflación suben las tasas de interés y los costos de financiamiento. La inflación es un impuesto invisible, del que nadie se escapa, que disminuye el poder adquisitivo de las personas. Con esta otra crisis encima, solo eso nos faltaba, una crisis inflacionaria. (Imperturbable ha estado el Sisimite allá arriba en sus aposentos si que nadie suba a fastidiarlo).

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