Una abuela en Honduras

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16 de diciembre de 2021
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12:04 am
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Una abuela en Honduras

Por: Carlos Antonio Carrasco

LA PAZ, Bolivia

Las elecciones del 28 de noviembre fueron aceptadas por oficialistas y opositores, concediendo la victoria de Xiomara Castro (62) por 53%, bien por encima de su principal contrincante, el alcalde Nasry Asfura. Todos los comicios anteriores de los últimos 20 años estuvieron cuestionados por los perdedores atribuyendo fraudes repetitivos. Xiomara se convirtió en la figura emblemática de la resistencia al esquema conservador instaurado luego del golpe de 2009, que expulsó a su esposo Manuel “Mel” Zelaya (69) de la presidencia, vistiendo solo pijama y pantuflas, pero colado a su inefable sombrero alón, a bordo de aquel avión expreso desde Tegucigalpa hasta San José de Costa Rica. La enérgica acción militar tuvo como motivación que “Mel”, con entusiasmo deportivo, se acopló a la línea trazada por Hugo Chávez, afiliándose al ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), actitud que alarmó a los sectores más reaccionarios del país y que estimuló a los castrenses a tomar esa drástica decisión. Lamentablemente, desde entonces Honduras confrontó una sospechosa relación de los mandos supremos con las mafias del narcotráfico. En efecto, el actual presidente Juan Orlando Hernández está en la mira de la DEA, implicado por su hermano “Tony”, que purga cadena perpetua en una prisión americana, sentenciado por tráfico de drogas. Irónicamente, uno de los principales contendores en las recientes elecciones es Yani Rosenthal, liberado luego de cumplir -en Estados Unidos- tres años de condena por lavado de activos oscuros. Dentro de ese escenario, efectivamente, Xiomara aparece más limpia que la Madre Teresa de Calcuta y el elector depositó su esperanza en la abuela ejemplar, cuyas inclinaciones izquierdófilas podrían diagnosticarse como una enfermedad infantil, menos grave que aquella que contaminó a sus contrarios, cautivos de vínculos con gente detestable.

Bajo ese aroma malsano, Honduras, una nación que, si bien no tiene los recursos naturales de otras en la región, cuenta en cambio con esa población batalladora contra el medio ambiente, a veces agreste que, por falta de oportunidades laborales, obliga a su juventud a buscar otros horizontes y engrosar esas macabras caravanas para migrar hacia el imaginario paraíso americano. A ello, hay que anotar la amenaza delictiva de las pandillas (las maras) que hacen del secuestro y la violencia callejera una actividad rentable.

En cuanto al mal olor de su clase dirigente, recuerdo con nostalgia las personalidades de brillante fuste que gobernaban otrora desde la máxima testera de Tegucigalpa, como Ramón Villeda Morales (el Pajarito) o Carlos Roberto Reina (1994-1998), talentoso estadista. Hoy en día, ni siquiera en otros niveles hay jurisconsultos como Max Velásquez o parlamentarios elocuentes tal que Antonio Ortez Turcios, sean liberales o “cachurecos” (conservadores), que hacían del sistema bipartidista un esquema constitucional civilizado. Es triste pensar que la pobreza persistente (60%) y la demagogia populista a la mode se apropien de ese espacio con el riesgo de empeorar la ya preocupante situación económica existente. Xiomara, si oye más a la razón que a su despistado marido, vencerá el reto de reconducir la nave del Estado alejada de las procelosas aguas de la corrupción sistémica y lacerante. En el plano regional, en nada ayudaría a Xiomara aproximarse a aquellos estados fallidos cuyo remedo de socialismo ha dado por único resultado la expansión del hambre y la miseria. Teniendo en cuenta que buena parte de sus ingresos fiscales derivan de las remesas que envían sus connacionales asentados en el extranjero y de la necesidad de inversiones extranjeras, el relacionamiento soberano pero amistoso con Washington y la Unión Europea se hace inevitable, cuidando de no caer en improvisaciones peligrosas como su vecino salvadoreño, atrapado por las “maras” locales.

Los sinceros amigos de Honduras deseamos a Xiomara buen viaje hacia ese futuro ignoto.

Carlos Antonio Carrasco es boliviano, doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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