Santos Vásquez, el sacerdote que bendice a muertos olvidados

MA
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18 de diciembre de 2021
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05:30 am
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Santos Vásquez, el  sacerdote que bendice  a muertos olvidados

El sacerdote Santos Pablo Vásquez Ávila es párroco de la parroquia San Martín de Porres, en el barrio Morazán de Tegucigalpa.

Un hedor punzante se escapa de las bolsas impermeables donde yacen los cadáveres de una veintena de hondureños víctimas de la violencia. Personas extrañas, protegidas con overoles blancos y mascarillas, los depositan en féretros, en el Cementerio Humanitario de Tegucigalpa. No hay lágrimas, ni frases de dolor, ni flores…

Sin embargo, allí, pese al riesgo de contraer el COVID-19, se encuentra el padre Santos Pablo Vásquez Ávila, para bendecir con el amor de Cristo ese último adiós a estos seres humanos olvidados en la Morgue Judicial del Ministerio Público (MP).

¿Acaso entre los difuntos, hay alguno aún buscado por su madre con desesperación? ¿Será posible que, a la distancia, algún pariente observe el sepelio con dolor y culpa, al saber que no pudo reclamar el cuerpo de su ser querido?

Por predicar la palabra de Dios en esos entierros masivos, donde por mucho tiempo solo se escuchó el soplar del viento, hoy se destaca en esta sección, Ángeles de la Pandemia, la vocación de servicio y amor al prójimo del sacerdote Santos Pablo, un ejemplo de la valiosa labor que ha realizado la Iglesia Católica en el transcurso de la pandemia.

VOCACIÓN RELIGIOSA

Pese al riesgo por la pandemia del COVID-19, el padre Santos Pablo oficia misas durante los entierros masivos de muertos no reclamados en la morgue.

El 24 de noviembre de 1987, el nacimiento de Santos Pablo, en Tegucigalpa, llenó de alegría el hogar de Elvia Argentina Ávila y su esposo, Santos Pablo Vásquez, quienes ya tenían a sus hijos mayores, Mayra y Carlos.

El pequeñín, sin embargo, por decisión del papá, fue registrado en el vecino municipio de Sabanagrande, en el departamento de Francisco Morazán.

En su adolescencia, al ver la labor social de los padres carmelitas de la parroquia Santa Teresa de Jesús, Santos Pablo comienza a sentir admiración y curiosidad por el trabajo sacerdotal.

“El padre Javier Meléndez me invitaba a ir a las aldeas de Mateo, Sabana, Empedrado, Galeras, y ahí comencé a preguntarle ¿qué hace un sacerdote?”, cuenta el religioso.

Agrega que “el padre me fue comentando su experiencia y de ahí me surgió a mí, pues, la curiosidad; después, platicando con otros sacerdotes, Alex y Melgar, llegué a proceso vocacional, más que por el deseo de ser sacerdote, por curiosidad de preguntar qué quería Dios para mi vida”.

A los 30 años de edad, en el 2018, Santos Pablo cumple su sueño de convertirse en sacerdote, “un 5 de agosto Dios me dio la gracia de poder ordenarme, de manos del señor cardenal Óscar Andrés Rodríguez”.

La primera parroquia a la que fue asignado es la San Juan Bautista, ubicada en el municipio turístico de Ojojona, en Francisco Morazán, “que atiende precisamente a los municipios de Ojojona, Santa Ana y San Buenaventura, ahí empecé a prestar mis servicios como sacerdote, en la cual estuve dos años y meses como sacerdote ayudando en todas las aldeas”.

UN RETO EN PANDEMIA

Desde joven descubrió su vocación religiosa; en la gráfica, en sus tiempos de estudiante en el Seminario Mayor.

En octubre del 2020, siete meses después de que fuera declarada la emergencia sanitaria por COVID-19 en Honduras, el padre Santos Pablo es trasladado a la parroquia San Martín de Porres, en el barrio Morazán, en Tegucigalpa.

Al sacerdote le toca recomenzar el trabajo pastoral que se había suspendido debido al confinamiento que las autoridades de Salud habían ordenado, para frenar el mortal virus.

¿Cómo se involucra en los sepelios de los muertos abandonados?

El entrevistado recuerda que, como parte de las labores de la parroquia, se oficia la misa del Miércoles de Ceniza en las oficinas de la Morgue Judicial, donde los empleados, conmovidos, le comentaron el dolor que les causaba “solo ir a dejar los cadáveres y que no haya ninguna bendición o acto”. Fue así que ellos le solicitaron una misa para esos difuntos y el sacerdote, sin dudarlo, aceptó.

“Claro que tenemos que ir a esos espacios donde nadie va, donde es tan difícil a veces que haya un signo de caridad, de fraternidad, es donde tenemos que hacernos presentes como iglesia, es donde el sacerdocio y donde la iglesia tiene aún más valor”, afirma.

EL PRIMER SEPELIO

El 5 de agosto del 2018, el hondureño fue ordenado como sacerdote, en una ceremonia oficiada por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez.

El padre Santos Pablo admite que no se borra de su memoria la primera vez que ofició una misa en el Cementerio Humanitario…

“Fue un poquito impactante el olor, el estado de los cuerpos, la insensibilidad a veces, el apresuramiento, la indiferencia… me causó mucho dolor al principio, pero también me llamó poderosamente a decir, ¡es aquí donde hay que trabajar!”, afirma.

“Así surge la iniciativa y el deseo, y ahora un poquito más comprometiéndonos a querer orar por ellos, que se les dé un ataúd digno para que sean enterrados como lo que son, personas, hijos de Dios, sin importar su condición o lo que haya pasado en la vida”, explica el religioso.

Cada vez que se programa un entierro masivo, el personal de la Morgue Judicial transporta los cadáveres hasta el camposanto, luego los deposita en ataúdes, y con respeto y solemnidad, todos guardan silencio para que el padre Santos Pablo inicie la misa.

En estas ceremonias, el sacerdote les recuerda a los presentes que “siempre, enterrar o dar cristiana sepultura a alguien es una obra de caridad… El respeto a la vida y dignidad de la persona está presente desde que es engendrado, nace, crece y muere”.

UNA DIGNIDAD ESPECIAL

La primera parroquia a su cargo fue la San Juan Bautista, en Ojojona, Francisco Morazán, donde cosechó el aprecio de los pobladores.

El padre agrega que “somos privilegiados porque Dios nos confía la gracia de poder acompañar en ese último momento y saber que ese cuerpo era templo del Espíritu Santo y allí habitó entonces la presencia de Dios, tiene una dignidad especial”.

A criterio del religioso, el trabajo de médicos y del resto de personal de la Morgue Judicial, en ese tipo de entierros, “no es simplemente un trabajo sino también es un servicio, y el servicio siempre se hace con amor, con generosidad y con bondad”, porque alguno de esos difuntos, algún día, “podría ser cualquiera de nuestros familiares, en cualquier lado y nos gustaría que los trataran con respeto y dignidad”.

El padre Santos Pablo admite que, aunque a veces siente el temor a contraer el COVID-19, “el temor no puede paralizarnos de dejar de hacer lo que tenemos que hacer, yo siempre he dicho eso, yo me encargo de las cosas del Señor y Él se encarga de las mías, si Él me ha llamado, Él tiene que cuidarme, claro que tomo todas las medidas de bioseguridad”.

Agrega que también hay que aceptar la voluntad de Dios, si se resulta contagiado, “gracias a Dios no nos ha pasado, pero si nos tocara pues está bien, asimilarlo, decirle al Señor, bueno, vamos a compartir también la cruz…”.

PROYECCIÓN
VALIOSOS SERVICIOS

Como párroco de la Iglesia San Martín de Porres, el sacerdote y los feligreses se han acostumbrado a cumplir con las medidas de bioseguridad.

Cada día, como párroco de la Iglesia San Martín de Porres, el padre Santos Pablo ofrece la santa eucaristía, realiza confesiones, bautizos, bodas, confirmas y primeras comuniones, a la vez que brinda acompañamiento espiritual a jóvenes, adultos y matrimonios.

“Aparte de ello en la parroquia también ayudamos con lo que es la Libra de Amor, es decir, la atención a los pobres y necesitados”, cuenta el entrevistado.

A su vez, el padre realiza visitas a enfermos del Hospital Escuela, “para acompañar y llevar fortaleza espiritual”, está a cargo del encuentro católico para novios, entre muchas otras valiosas actividades.

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