Claudio Barrera, orgullo de las letras hondureñas

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19 de diciembre de 2021
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Claudio Barrera, orgullo de las letras hondureñas

Claudio Barrera de joven.

Por: Nery Alexis Gaitán

Figura fundacional de la generación del 35, Claudio Barrera, 1912- 1971, fue poeta de indiscutible talento y lucido antólogo. En 1949 fundó en Tegucigalpa, las revistas: “Surco” y “Letras de América” de grata recordación. Óscar Castañeda Batres sostiene que: “El sentimiento solidario de Claudio por el hombre comienza por los más humildes, pero hay un dolor mayúsculo en la poesía de Claudio Barrera: El dolor de su patria”. El escritor español, Luis Mariñas Otero, afirma que: “Está poderosamente influido por Vallejo y Neruda, a los que debe el carácter político de parte de su obra”. En 1965 publicó “Poesía Completa, a la que siguió Hojas de Otoño, en 1969.

A continuación, transcribimos el valioso trabajo sobre la calidad artística del poeta Claudio Barrera, de J. R. Fernández del Cano: “Poeta, dramaturgo, narrador y periodista hondureño, nacido en La Ceiba (capital del departamento de Atlántida) el 17 de septiembre de 1912 y fallecido en Madrid en 1971. Aunque su verdadero nombre era el de Vicente Alemán, ha pasado a la historia de las letras hispanoamericanas por su pseudónimo literario de Claudio Barrera. Influido por el chileno Pablo Neruda y por el español Federico García Lorca, está considerado como uno de los mejores representantes de la vanguardia en la literatura centroamericana del siglo XX, así como una de las figuras más destacadas, en las letras hondureñas, de la generación del 35 (también conocida como generación de la dictadura).

Hombre de vivas inquietudes humanísticas, cursó estudios de comercio y, a la par, el bachillerato en letras. Pronto se dio a conocer como poeta por medio de la pregunta infinita (Kobe [Japón], 1931), una extraordinaria opera prima que le reveló, cuando aún no había cumplido los veinte años de vida, como una de las voces más prometedoras de la lírica centroamericana. El libro es, en sí, un largo poema de casi trescientos versos, dividido en varios cantos que conforman una única línea argumental: el abandono del mundo de los vivos y el paso a los dominios de la muerte. Dedicado al poeta Marco Antonio Ponce, la pregunta infinita se articula como un texto con cierta vocación teatral, cercano a la estructura de la tragedia griega, en el que aparecen tres coros y las anotaciones explícitas acerca de qué personaje toma la palabra en cada momento.

Al poco tiempo de la aparición de este primer poemario de Claudio Barrera tomó el poder el Honduras el dictador Tiburcio Carías, que habría de mantenerse al frente del gobierno durante más de tres lustros (1933-1949). Enemigo acérrimo de la dictadura, Barrera reaccionó contra la tiranía institucional sin recurrir a la virulencia panfletaria de otros compañeros suyos de generación, sino mostrando un firme compromiso social con los oprimidos y los más desfavorecidos. Así, su producción lírica cobró un intenso acento social y se convirtió en herramienta al servicio de quienes se rebelan contra la desigualdad y la injusticia social. Es en este punto cuando se hacen más patente que nunca, en sus versos, las influencias del ya citado Neruda o del peruano César Vallejo.

Surgieron, en esta línea, nuevos poemarios de Barrera, como Brotes Hondos (Tegucigalpa, 1942) -su segunda entrega poética- y Cantos democráticos al general Morazán (México, 1944). Este último, compuesto de trescientos veintidós versos libres que se agrupan en seis partes bien diferenciadas entre sí, glosa la figura heroica del prócer Francisco Morazán, político y militar decimonónico que fue el último presidente de la República Federal de las Provincias Unidas del Centro de América (integrada por los Estados actuales de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica). Barrera ensaya una entronización del héroe que va desde lo concreto y cotidiano (su identificación con el paisaje y naturaleza de Centroamérica) hasta lo mítico y universal (para el poeta de La Ceiba, el demócrata Morazán encarnó los ideales absolutos de justicia y verdad).

Aún regía el gobierno dictatorial de Tiburcio Carías cuando vio la luz el cuarto poemario de Claudio Barrera, Fechas de sangre (1946), inmerso en esa temática de defensa de los humillados y ofendidos. Con la caída del dictador, el poeta de La Ceiba ocupó un primer plano en el ámbito literario e intelectual de la Honduras de mediados del siglo XX, donde fundó dos revistas culturales de gran prestigio, Surco y Letras de América. Y, simultáneamente, dio a los tórculos su quinta colección de versos, La liturgia del Sueño, considerada unánimemente por críticos y lectores como una de las obras maestras de la poesía hondureña contemporánea, tanto por su exquisita factura formal como por la belleza y profundidad de sus contenidos. Barrera continúa ocupándose aquí de los temas eternos de la poesía humanizada (el amor, el dolor, la muerte…), con una voz ya decididamente genuina y original, reveladora de que algunos lastres de la tradición reciente -como los ecos tardorrománticos y anacrónicamente modernistas- ya han quedado, en su pluma, definitivamente preteridos.

Sobresale, dentro de este bellísimo poemario, la extensa composición que Barrera dedica a Tegucigalpa, en la que pinta los aspectos más sórdidos y descarnados de la vida en la gran urbe: “Esta ciudad es isla / con un trajín de colores desvanecidos, / como barcas abandonadas / en las riberas del mundo. / ¡Panoramas sin voz de remeros perdidos! / Es como un gran naufragio / que se hubiera paralizado / en una acuarela absurda y sin sentido”.

Con este brillante bagaje poético a sus espaldas, en la década de los cincuenta Claudio Barrera ya era una de las voces más importantes de la literatura nacional hondureña. Así se lo reconocieron no solo los críticos y los lectores, sino también las instancias oficiales del poder cultural, que en 1954 le concedieron el Premio Nacional de Literatura “Ramón Sosa”. El poeta de La Ceiba, que durante este decenio publicó otras entregas poéticas como Recuento de la Imagen (1951), El Ballet de las Guaras (1952) y La Estrella y la Cruz (1953), decidió reunir todos los poemarios que había publicado hasta entonces en un único volumen titulado Poesía completa (1956). Al año siguiente, Barrera publicó otra obra excepcional, La cosecha (1957), donde reflexionaba sobre la poesía y el oficio de poeta, en medio de esa constante exaltación de las cosas sencillas y cotidianas -presente en toda su obra- entre las que engloba también el verso y la palabra poética. La muerte y dolor reaparecen también como temas destacados de este libro; aunque es necesario agregar que en el conjunto de la producción poética de Barrera hay siempre una fe implícita en el ser humano y su capacidad para aceptar cualquier contratiempo y sobreponerse a la desesperanza. Y, cómo no, continúa triunfando en Cosecha el aliento firme y comprometido del poeta social, presente en bellos romances de corte popular en los que Claudio Barrera arremete contra el fraude electoral, la muerte violenta de inocentes a manos de sicarios, las penosas condiciones de vida de la población minera, la injusticia en que subsiste el campesinado del interior del país, etc.

Barrera, que se convirtió en uno de los personajes más respetados e influyentes de la vida intelectual hondureña al asumir la dirección de la sección literaria del rotativo tegucigalpeño El Cronista, publicó luego otras colecciones de versos como Pregones de Tegucigalpa (1961), Poemas (1969) -obra cuajada de numerosos poemas extensos de inspiración americanista-, Hojas de otoño (1969) -con el amor, la religión, la patria y la preocupación como temas de fondo-, Poemario 14 de julio (1969) -uno de sus poemarios más flojos, nacido de la inflamación patriótica que experimentó el poeta durante la guerra entre su país y El Salvador- y Canciones para un niño de seis años (1972).

En su faceta de antólogo y estudioso de la poesía hispanoamericana, Claudio Barrera dio a la imprenta los volúmenes titulados Antología de poetas jóvenes de Honduras, desde 1935 (1950), Poesía negra en Honduras (1960) y Mensajes de amor a las madres (1963), escrito en colaboración con Julio Rodríguez Ayestas.

El escritor de La Ceiba fue además, un notable narrador especializado en el género del relato breve. En este ámbito de la creación literaria, publicó el volumen titulado Los desdichados, compuesto por cuatro cuentos que se articulan entre sí con una finalidad totalizadora y moralizante, en el sentido en que la conclusión de cada uno de ellos, planteada como una moraleja tradicional, enuncia el contenido del siguiente. Todos ellos giran en torno al tema de la avaricia y de la miseria moral de quienes son víctimas de este desorden de la conciencia. “El cinturón de oro” -el primer relato del libro- habla de un indígena que, a pesar de haberse enriquecido con el comercio de ganado, vive miserablemente hasta que la muerte le sorprende sin que haya disfrutado de sus ganancias. El segundo cuento, “La mina fabulosa”, refiere las tribulaciones de un hombre que, tras haber hallado una mina de oro, no da noticias de ello por temor a ser víctima de los ladrones, con lo que acaba muriendo sin comunicar a nadie -ni siquiera a su familia- la ubicación de tan rico tesoro. “El colchón millonario” cuenta la historia de una vieja avara que muere sin haber dejado testamento; sus deudos queman sus miserables y deterioradas pertenencias, sin advertir que en un colchón que dan a la hoguera arden miles de dólares. Por último, “La herencia de fuego” relata el penoso fin de un avaro que muere víctima de un incendio mientras su criado se dedica a rescatar de la voracidad de las llamas parte del dinero atesorado por el moribundo, quien en vida no supo ganarse el afecto de nadie.

Claudio Barrera también probó fortuna como dramaturgo, por medio de un par de piezas teatrales de acusada vena poética, que revelan bien a las claras el influjo de la literatura dramática de Federico García Lorca. Se trata de María Carmen y La niña de Fuenterrasa, dos obras en las que, en medio de una espléndida recreación de los ambientes locales, triunfa la figura femenina en su dimensión espiritual”.

Ofrecemos a nuestros lectores dos poemas del exquisito poeta Claudio Barrera:

ESTAMPA
Señor: Tu conoces mi fe mejor que nadie.
Sabes como soy yo. Como te pido
la voluntad de ser como mi padre.
Como los robles de una antigua raza
que no han podido envanecer los aires.
Quiero esa tosca humanidad del barro
con que se hacía nuestra historia antes.
Quiero esa dura voz ilimitada
por la sabiduría de los años.
Cada día que pase, ser más hondo
y a pesar de la hondura ser más alto.
Amar en la mujer, ese prodigio
de la maternidad y ser sencillo,
para tejer en rústica parcela
un poema de amor para mis hijos.
Que me encuentren las tardes sobre el surco.
Las noches sobre el libro del pasado.
Con la mirada abierta hacia el futuro
y el corazón abierto entre las manos.

Ser nada más lo que soñó mi padre:
El roble antiguo de una antigua raza
que no han podido envanecer los aires.

LA TRAGEDIA
Cuando lacté las ubres de sueños infantiles
cargué el morral al hombro para abreviar los pasos,
conocí los crepúsculos rayados de fusiles
y los amaneceres pringados de balazos.

Era ingenua la loba y era infantil su parto.
Yo, un cachorro de nubes, no estaba a la medida.
Me reclamó la sangre, ya de sangre estoy harto.
Me reclamó la muerte y estoy harto de vida.

La gloria. El espejismo cubrió la lejanía.
Y una mañana de oro con mi mejor poesía
salí bajo el designio de la primer canción.

Y a pesar de la sangre que dejé en los rastrojos
y los primeros sueños que lloraron mis ojos,
voy llegando a la tierra limpio de corazón.

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