Otra Navidad

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23 de diciembre de 2021
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12:05 am
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Otra Navidad

Carolina Alduvín

Por: Carolina Alduvín
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Llega el fin de año, tiempo para volver la vista hacia los sucesos de los doce meses previos, en los diferentes aspectos de la vida y evaluar avances y contratiempos en nuestra vida personal y colectiva; igualmente, tiempo de trazar nuevas metas y planificar los pasos para alcanzarlas, al tiempo que seguimos atendiendo las de mediano y largo plazo. Tiempo también para hacer un alto en el camino, dejar a un lado los cotidianos afanes para relajar el acelerado ritmo que marca nuestras vidas, en especial, cuando habitamos en grandes ciudades y nos absorbe la presión para lograr y presentar mejores resultados en nuestro trabajo, los estudios, deportes y otros afanes que, terminan por dejar en los últimos planos familia, amigos y vida interior.

Muchas veces se nos olvida que la felicidad no es tanto una meta, sino la forma de vivir cada día, una forma de aproximarse a ella, es agradecer nuestras bendiciones, comenzando por las que tomamos por concedidas, como la propia vida, el hecho de despertar cada mañana, de seguir respirando, de ser capaces de ver, oír, sentir, movernos y que todas aquellas funciones de las que normalmente no somos conscientes, sigan operando segundo a segundo, como el bombeo de sangre desde el corazón, hasta el más delgado de nuestros capilares, el intercambio de gases que ocurre en cada uno de ellos, la metabolización de los alimentos ingeridos, la extracción de su energía para que nuestros mecanismos funcionen, mientras la mente divaga entre un pensamiento y el siguiente, desatando secreciones químicas capaces de enfermarnos o brindarnos bienestar de acuerdo a las emociones que despierten.

Nuestra felicidad pareciera depender de innumerables factores externos como el dinero, la posición social, las posesiones materiales, los honores y reconocimientos públicos, las posiciones de poder y las oportunidades de salirnos con la nuestra, independientemente de las consecuencias para nuestros semejantes; mismos que, fuera de perspectiva, lo que logran es robarnos la tranquilidad interior, tomar decisiones que tarde o temprano podríamos lamentar y anteponer la ambición a los sentimientos nobles que caracterizan a nuestra mejor parte. Se nos olvida que la felicidad nunca está fuera de nosotros mismos, ni siquiera en otras personas, por más queridas que sean, o por mucho que signifiquen para nosotros.

Hemos sido condicionados para identificar la temporada con comilonas, francachelas, derroche, luces, obsequios y mucho ruido. Esto no siempre corresponde a la verdadera alegría que deriva de la plenitud interior, de los buenos recuerdos, de las relaciones cordiales, de la amistad sincera, o de la satisfacción por las metas cumplidas, los sueños alcanzados, la ilusión de los nuevos comienzos, los pequeños logros que vamos colocando, a manera de ladrillos, para construir una empresa, una familia, un porvenir. Casi siempre, en mitad del ajetreo de los preparativos, los compromisos y la publicidad engañosa, nos deslumbra el brillo de las luces en las calles, vitrinas y balcones, se nos olvida el sentido del mensaje legado a las sociedades occidentales por el predicador venido al mundo, supuestamente en el solsticio de invierno.

Las escrituras consignan mensajes de amor en diversas enseñanzas en forma de historias cortas, como la de la propia natividad según el Evangelio de Lucas que nos dice: “José fue desde el pueblo de Nazaret en Galilea, al pueblo de Belén en Judea, el lugar donde nació el rey David. José fue allá por ser descendiente de David. Se fue a registrar en el censo con María, quien le había sido prometida en matrimonio. Ella estaba encinta y, mientras estaban en Belén, llegó el tiempo de tener a su bebé. Ella dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, no había lugar para que ellos se quedaran en una posada. Había algunos pastores en esos campos, cuidando de sus rebaños. Un ángel del Señor apareció ante ellos y la gloria del Señor brilló sobre ellos. Estaban muy asustados, pero el ángel les dijo: ¡No teman! Estoy aquí con buenas nuevas para ustedes, que traerán gran alegría a la gente. De pronto, un gran ejército de ángeles del cielo apareció junto a él cantando alabanzas a Dios: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a aquellos con quienes está complacido”.

Jesús de Nazaret, sus enseñanzas, los evangelios compilados décadas después de su muerte, fundamentan la fe cristiana y nos brindan un mensaje de esperanza cada cierre del ciclo solar.

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