COEXISTENCIA

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26 de diciembre de 2021
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12:25 am
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COEXISTENCIA

LAS circunstancias sociales, económicas, internacionales y del entorno natural inmediato, suelen proyectarse, en ciertos momentos, como algo contrario a los deseos íntimos de los individuos o de diversos grupos humanos; por eso se ha venido hablando, sobre todo a partir del siglo veinte, de la necesidad de aprender a coexistir. O de adaptarse a esas circunstancias. No para renunciar a los sagrados principios que en buena hora nos heredaron los abuelos. Ni tampoco para rechazar los conocimientos básicos que en nuestro caso derivan de la cultura occidental, con el concepto central de democracia tolerante y pluralista.

Se trata de una especie de realismo frente a los hechos fácticos de la historia, que muchas veces se alejan, transitoriamente, de los contenidos de los documentos fundacionales de la república, y de los mismos libros historiográficos. Por eso debemos aprender a coexistir pacíficamente con grupos humanos que marcan diferencias profundas entre nosotros, un poco a la par de los niveles de racionalidad y de irracionalidad de las diferentes colectividades. De lo contrario el edificio social puede derrumbarse.

La coexistencia casi simultánea con prácticas ajenas a nuestras costumbres, es posible entre personas civilizadas. Pero, en un contexto controversial, es aún más probable que, ante todo y por sobre todo, se interponga el principio concreto del “amor al prójimo”. No como una carta de póquer sacada de la manga de la camisa. Ni por mera repetición mecánica de lo que rezan las sagradas escrituras. Sino como un principio interiorizado en lo más hondo del alma, y que en consecuencia se materializa en cada momento en que se presenta la oportunidad de exteriorizarlo o de ponerlo en práctica.

Sin embargo, por experiencia directa e indirecta sabemos, también, que no es nada fácil la coexistencia pacífica en sociedades en donde se colocan los instintos biológicos por encima de otras necesidades humanas más trascendentes. O el viejo deseo de ejercer el poder por el poder mismo. Pues por mucho currículum universitario que alguien pueda ostentar, en ciertos momentos le brotan como por arte de magia sus egoísmos, sus envidias y su tendencia rural al revanchismo, tipo siciliano. Es decir, le sale como de la nada el instinto primario de las vendettas individuales, familiares, políticas o ideológicas, en unos puntos geográficos más que en otros, con diferencias instintivas individuales.

No obstante lo anterior, debemos insistir, en la necesidad imperiosa de la confraternidad y de la reconciliación nacionales. Para que esto sea posible la bandera de la coexistencia con las demás personas es la más pertinente, la más oportuna y la más loable en este momento histórico. Lo era antes de las elecciones, en el proceso electoral mismo y con mucha más razón después de las elecciones, en una sociedad en donde el tejido social se encuentra muy lastimado, por motivos multifactoriales, en donde todos los hondureños, casi sin excepción, somos corresponsables.

Como este es un asunto de los hondureños cuyo sistema republicano fue fundado por personajes como José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera y Francisco Morazán, debemos posibilitar que los odios estériles que han aflorado en los últimos tiempos, sean apaciguados por nosotros mismos. No debemos permitir que esos odios sean importados o que vengan desde remotas regiones del continente americano. Eso significaría ausencia de criterios propios. Y ausencia de madurez y mesura especialmente por parte de dirigentes que deben ofrecer ejemplos concretos de civilización y cultura.

La coexistencia significa, para un alto porcentaje de la población, aceptar la realidad tal cual se presenta. Pero también significa que la otra parte poblacional entienda que toda realidad puede ser morigerada y que al final de la jornada todos somos hondureños interesados en prosperar y coexistir pacíficamente. Frente a las grandes necesidades nacionales, los puntillismos ideológicos pasan a un tercer plano. Lo primero de todo es nuestra Honduras, lo mismo que los intereses del conglomerado nacional.

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