Ensayo: “TAL VEZ, UN DÍA”, UNA HISTORIA DE AMOR EN EL CARIBE

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26 de diciembre de 2021
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12:26 am
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Ensayo: “TAL VEZ, UN DÍA”, UNA HISTORIA DE AMOR EN EL CARIBE

Por: Juan Ramón Martínez

Se trata de una bella novela de amor, en que los amantes rompen las convenciones y desde la infidelidad, construyen un mundo de aceptadas y creativas felicidades. No de los otros, sino que de ellos. Descubriendo que los miembros ejemplares, los intachables, al final del día no lo son tanto; pero en este caso, ser diferentes y anticonvencionales, no los hace perder prestigio, dignidad o admiración. Como todo gran amor, tiene mucho de secreto; y solo el azar, lo pone en evidencia para unos pocos capaces de valorarlo. Descifrar sus códigos y apreciarlos. Mientras tanto, se esconde para que los otros no se enteren; para que no sufran la pena de los amores secretos, que no entienden. Y no gocen sus placeres y sus encantos inolvidables. Pero “Tal vez, un día”, tiene un par de características adicionales: es la obra prima de Jaime Segura Socías y contraria a otras obras literarias que tienen carácter coral, en esta el lector cae en la fácil tentación de creer que es una pieza literaria común y corriente; pero al final, el lector conoce tal perfección que, se resiste a aceptar, en forma evidentemente equivocada que tal obra, solo sea posible como fruto de las numerosas manos que se le han metido los dedos en sus costuras más íntimas, para no dejar, sino mínimos e invisibles hilos sueltos. Deliberados, hilos sueltos. Es obvio. que el autor pasa por alto el talento de los lectores y pone en evidencia sus exagerados temores de los burócratas del servicio exterior español, del que es miembro, normalmente la mayoría de sus integrantes, malos lectores, –con sus excepciones– al insistir al final, mientras nos saboreamos la boca complacidos, que no se trata de una obra histórica. Tampoco autobiográfica y menos biográfica y que, todos los protagonistas, son ficticios, cosa que es obvio para cualquier lector que sabe que las historias tienen sus tiempos, sus espacios físicos y sus formas de ir develándose ante el lector que, descubre que siempre que una novela, una buena novela, depara sorpresas, incluso emboscadas porque si no sorprende, es una simple crónica más. Flor de un día apenas.

Jaume Segura Socías, Sao Paola, Mallorca (1973), licenciado en derecho, diplomático de carrera, especialista en América Latina. Afable y cordial, con natural habilidad para escuchar y aprender. Ha sido embajador de la UE en El Salvador, de España en República Dominicana. Actualmente es embajador de la EU, en Tegucigalpa, Honduras. Es un hombre jovial, de fácil e inteligente conversación, amigo de intelectuales locales y lector de variadas andaduras. Como decíamos es su primera novela, publicada bajo un sello editorial poco conocido; pero primorosamente editada y finamente impresa. La primera información que tuve de “Tal Vez, Un Día”, es que era una novela moderna, porque entendí que los diálogos estaban construidos por conversaciones vía celular. Cosa que no es cierta. (Creo que el apurado crítico, para entonces, no la había leído). Apenas hay una breve conversación entre el protagonista más visible, -no es el mejor logrado- Miguel, miembro de la delegación diplomática española en Cuba y su padre, residente en España, además embajador jubilado el mismo. Y, además, casado con una cubana de Santiago de Cuba. Protagonismo importante para describirnos al héroe, -el más idealista, más comprometido con las consignas revolucionarias, con mayor complejo de culpa- pero el más humano de todos los que se mueven en esta bella y agradable novela.

Los tiempos de la novela. El tiempo más vivo y preciso, es mayo de 1958. Lo más dramático de este tiempo es la fuerza de los revolucionarios encabezados por Castro que se hacen fuertes en la Sierra Maestra; los excesos de la policía en contra de la oposición; el respaldo de la población ante el heroísmo de los jóvenes, (122) la caída de Fulgencio Batista en Cuba, el espacio físico donde se escenifica la novela, que se cierra, años después, muerto Fidel, más de cincuenta años del principio de la historia de amor. Tiempo en que el novelista, nos cuenta la historia, por medio de tres voces, -dos principales y una documental- la de un joven español, hijo de madre cubana, arrogante, con los prejuicios y las confusiones en el manejo de sus valores, la conducta de los cubanos y minucioso en el manejo administrativo de los gastos de la embajada, pretencioso por su cultura literaria, con cierto aire de prepotencia del español cuando juzga América Latina; y la de un narrador, omnipresente que lo sabe todo, lo que le da un gran movimiento y una precisión extraordinaria en donde la historia queda clara y solo se reservan los silencios, para que la hija más joven del protagonista principal, siga creyendo en la singular y ejemplar imagen del padre fallecido. En él, un medio -narrador, el tercero, que usa para mantener la unidad de la historia, es un conjunto de viejas cartas, de ida y de vuelta, por medio del cual conocemos la pasión de los amantes- una bella y apasionada mujer, esposa del embajador de México en La Habana y el, un idealista subteniente de las Fuerzas Armadas de Cuba que contactó con una poco clara conspiración contra Batista, mientras Fidel Castro, ya se encuentra en la Sierra Maestra. Es, un fiel conservador, con sentido del honor que, cree en la revolución la que imagina creara una nueva sociedad en Cuba, su país -que toda la belleza del amor físico, el encanto de las palabras dichas al oído y las finas letras que quedaran para que un nieto raro y emocionalmente poco maduro, que las encuentra, gracias a la donación de quienes compraron la casa familiar de Santiago de Cuba y con las cuales se descubre, de segunda mano, conocer los más eróticos momentos vividos por la pareja clandestina que al final, en la última carta, devela el mayor de los secretos. En la fraterna compañía de un viejo libro de Albert Camus, que, sirve de fondo a lo más poético de toda la novela: la belleza de la semilla, -del dos que, se hace uno- creciendo entre ambos, muchos años después: un hijo que para entonces tiene 35 años. Secreto que solo sabemos cuando leemos la última carta. Porque el otro tiempo en que trascurre la novela, son los años después de la muerte de Fidel Castro, cuando este es polvo, incrustado en una piedra gigantesca en el Cementerio de Santa Efigenia, en Santiago de Cuba. Y después de la muerte de Octavio Verona, el abuelo, el personaje principal, el más humano, el más logrado, idealista, dubitativo y comprensivo lo que, no deja de ser raro en un militar. Fiel a Rosario, una católica extrema que después de diez años, nunca su marido la vio desnuda. Que, aunque no cree en Dios y su Iglesia, la acompaña siempre a misa, quedándose fuera del templo para evitar, en los años duros de la exaltación revolucionaria que le falten al respeto por la práctica de su fe. Porque la ama y la defiende, de forma singular y disciplinada. Sin criticar nunca la revolución.

La trama y los personajes. La primera, la historia de amor, no es de lo mejor. Es una historia de amor, que solo es conocida cuando muere el abuelo, responsable de la misma. Por haber amado con pasión a una mujer excepcional. Posiblemente, lo mejor es, el uso del tiempo y el manejo del lenguaje. Las cartas como medio de expresión de los momentos eróticos y las afirmaciones del más joven e inexperto de los protagonistas (Miguel), que se expresa libre e ingenuamente (191), intoxicado de literatura y de música, es una suerte de sabelotodo que está por encima de los demás y que, como es natural, quiere cambiar al mundo, lo que no le evita caer en el error de confundir el apellido de García Márquez, con García Vásquez (179), en una parte de su verborrea. O con un lugar común, cuando le dice a su amigo Fredy, feliz cínico que sabe vivir la vida, “gracias por existir”, como le dijera Evita Duarte a Juan Domingo Perón cuando se conocieron en Buenos Aires, hace muchos años. Pecadillos veniales, castigo a la arrogancia verbal que no le quitan mérito a la novela que comentamos. Todo lo contrario, la conducta de Fredy que es testigo y confidente de la otra trama: los amores de Miguel con Rosa, que casada con un viejo italiano que reside en Italia, quiere ser escritora de teatro pero que, mientras tanto, mantiene con Miguel un tropical romance a la cubana, en donde la pasión clandestina y desinteresada (105), termina en un accidente en que ella muere junto a otras personas, calificadas por la Policía Cubana como disidentes. Entre los papeles la Policía encuentra el nombre del joven diplomático que, aunque no le prueban ninguna vinculación con la oposición al régimen revolucionario, como para declararlo persona non grata; queda marcado, al extremo que el nuevo embajador español, posterga su llegada por lentitud del gobierno de Cuba para darle su aceptación por La Habana hasta que, él sea destinado a Conakry, en África. Sin que Cuba lo declare non grato.

Además de la trama y la forma de contar la historia, como dijimos, lo mejor de esta novela son los personajes -bien definidos, con voz propia- y la forma como se mueven con naturalidad dentro de la historia, especialmente cuando efectúan ejercicios de reflexión sobre sus actos no convencionales, lo que les da vida y trasmiten vitalidad. Aunque muy marginal, es ejemplar la forma como el suegro de Octavio Verona, el padre de Rosario que no disimula lo poco que respeta su yerno, cuando Batista abandona el país el 31 de diciembre de 1958, muestra sus miedos ante los barbudos cubanos, con una autenticidad extraordinaria. Sin duda, la mejor de todos los personajes, es Adriana, una suerte de Enma Bobary, más libre e independiente que, en vez de esperar, toma la iniciativa y se ofrece, (“realmente, me miró, a mí, no a la mujer del embajador”,) (96) desde el despecho y el abandono en que la mantiene el diplomático mexicano, cuando ella está en la flor de los deseos y en la corola de todas las pasiones; y se le insinúe a Octavio Verona, exmilitar que, siendo subteniente, es dado de baja por sospecha de participar en una conspiración en contra de Batista y que, para el inicio de la relación anticonvencional, es profesor de disciplina en el colegio militar Loyola, en donde estudia el hijo de los embajadores de México en La Habana, Andy, un niño sensible el que, injustamente está sometido a un régimen de enseñanza militar, en donde el más “civilizado” castigo es el llamado “embudo”, en donde los niños, son obligados a tragar legumbres en contra de su voluntad. Adriana es la pasión y la voluntad para transgredir valientemente todas las convenciones establecidas por la sociedad para moldear la conducta de las personas. Para ella, “la falta de relaciones íntimas apasionadas era, más que la causa, el síntoma” (95), porque la vida es la libertad, tras el goce de las pasiones. Incluso para el escéptico y cínico Miguel, no tiene otra que reconocer, cuando lee las cartas que le escribiera a su abuelo Octavio, que “me sigue fascinando tanto tiempo después. Apenas he encontrado algún personaje de novela que se acerque a su valentía y talla” (326). Por ello él, en cambio, tímido en el fondo, aunque se sabe agraciado, fuerte y atractivo, es un hombre con los pies sobre la tierra que, no puede entender del todo, cómo una mujer de los encantos físicos y emocionales como Adriana se siente atraída y dispuesta a compartir su vida de comodidades con la suya, por medio de un asedio que se inicia, por un ejercicio de constantes rupturas de los deberes. Ella descuidada y desatendida sexualmente por su marido, empieza a imaginarlo, a soñar a Octavio Verona, a quien ha conocido y sentido que la ha visto como nadie lo hecho en su vida, e incluso, llega masturbarse en su nombre (97). Los amores, empiezan y terminan narrados por medio de cartas en donde los tanteos verbales, siguen al rápido baile en la embajada, los piropos abiertos y los diálogos de dos cuerpos ansiosos, tras los dobleces de las sábanas en habitaciones clandestinas o un cuarto rentado en donde se ven todas las tardes de cada jueves, ya en tiempos de la Revolución Cubana, en la cual, contrario a Adriana, Octavio Verona, cree con religiosa dedicación. Ella le recuerda la revolución mexicana y él se defiende diciéndole que esta es diferente. Al final descubre que ella tiene razón; pero no se queja y termina desempeñando un puesto educativo municipal en Santiago de Cuba en donde muere mientras le operan de un cáncer de próstata en un hotel en donde falta todo. Muchos años antes, un día lo recibe en su oficina del colegio Loyola, el iracundo embajador García la Concha que con una puñada de cartas que él le ha enviado a Adriana, le prohíbe que le vuelva a ver y escribir. Gracias a ese diplomático comportamiento de hombre engañado, los lectores podemos seguir las descripciones de los cuerpos dominados por la pasión, los diálogos en los asaltos de dos boxeadores de la pasión tropical y el fin de la relación. Ella que la inicia, ante la resistencia de Octavio Verona que sabe que, cuando el marido sea enviado a otro destino, dejarán de verse, después que se han inventado encuentros de una semana por las principales ciudades del mundo.

En tercer lugar, el personaje es, sin duda Miguel. “Soy medio cubano” dice (52), cuando conoce a Ludmila y a Rosa, hermosas hermanas cubanas. Rosa lo busca e inicia con él una relación amorosa, que empieza en Viñales y que solo termina con su muerte accidental. Inocente, ingenuo por lo menos inicialmente, se resiste a aprobar los gastos de comida del perro del embajador, es la voz crítica de Cuba. Mientras Leonardo Padura solo muestra las limitaciones, y a quien cita con facilidad para mostrar sus lecturas y sus gustos musicales, -nada despreciables-, Miguel critica las faltas de lo elemental para la vida en que todo es vacío, culpando al régimen, y se enreda feliz, en una pasión amorosa con Rosa, el cuarto personaje que con su belleza, su cultura y sus aficiones por el ejercicio del sexo y el amor, conquistan al novel diplomático cubano que, no entiende la falta de interés de Rosa en las cosas materiales; y se extraña, ante sus súbitas desapariciones, las que tiempo después interrumpe y regresa sin dar explicaciones. Pero que valora su pasión e imaginación por el sexo. Hasta que una vez, camino a Santiago de Cuba, donde Miguel va a conocer la casa de sus padres y donde vivió sus primeros cinco años, ella le confiesa que es una mujer casada, con un viejo italiano que la visita en ciertas épocas del año y que, aunque ha querido que se vaya con él a Italia, ella no puede vivir fuera de Cuba. “Lo quiero; pero no lo amo” (110). Por ello, cuando su muerte accidental, se le vincula con un grupo de disidentes, el lector tiene la sospecha que sí, en efecto, se mueve en contra de las políticas revolucionarias que muerto Fidel Castro, han perdido efecto en las nuevas generaciones y desaparecido el complejo de culpa de no sacrificarse a la altura de su líder, por lo que deben callar avergonzados. No deja de ser raro en Miguel, los celos en que cae con el italiano, viejo y ausente, siendo que Rosa es su amante y que quien debía sentirse mal es, el italiano del cual no conocemos su nombre siquiera. Y que tampoco sabemos que ella haya tenido tan apasionadas conductas sexuales, porque es su manera de ser. O porque es su estilo de comunicarse con los seres amados. La conducta de Miguel, romántica, apasionada, medieval e irracional, confronta con el cinismo de Fredy que nos da una lección de cómo vivir la vida, desde el ahora, sin remordimientos del pasado, sin quejas del presente; y sin esperanzas sobre el futuro. Miguel, en la visita a la casa familiar en Santiago, recibe de una de los compradores que la ha convertido en un hospedaje para turistas, varias cajas conteniendo entre otros recuerdos familiares, los atados de las cartas que nos develan la historia central de Adriana y Octavio, el abuelo ejemplar, muerto en olor de santidad a los ojos de sus hijas, una de ellas, la madre de Miguel, a la cual decide no enseñarle las cartas, porque hay cosas que, más bien, no deben conocerse nunca. Fredy, personaje secundario y entrañable amigo de Miguel es, quien lee primero las cartas, porque aquel no tiene valor para hacerlo. Y le ayuda a superar la muerte de Rosa. En un momento le dice: “¿No has pensado Miguel, que Rosa quizá te estaba protegiendo? Si de verdad era una disidente, cosa que yo dudo mucho, tal vez no dejó que te metieras demasiado en su vida, para no comprometerte” (236).

La moraleja de la novela es interesante: exalta la fuerza nacida de la obligación de ser libres, la disposición de las personas para ser fieles a sus convicciones, sus caídas y sus lealtades. La debilidad amorosa del abuelo, es justificada por la fidelidad a la revolución cubana por parte de Octavio Verona, que pese a las posibilidades, nunca abandona su país para irse a vivir a Miami donde residen sus hijas y nietos y más bien, sigue fiel, “Octavio se levanta del balance, con parsimonioso esfuerzo, a preparar café con leche y pan con mantequilla para su mujer, quemadito, como a ella le gusta” (349). Porque para él, la felicidad es la seguridad de hacer las cosas rutinarias y mecánicas. No importa que, una semana después, el doctor Ferre lo operará, sabiendo ambos que su corazón fatigado no saldrá de la anestesia. Porque la único nuevo y maravilloso que le ocurrió en la vida, fue para Octavio Verona, la revolución cubana, para él, lo más importante de todo. Incluso mucho más que su amor por Adriana. Una agradable transgresión, la única que se permitió en su ordenada vida, repetida hasta el final. Una apuesta por el riesgo, en que el premio era la pasión y el amor inolvidables, y en que, sin promesas, los seres humanos, creemos trascender. Porque a fin y al cabo, el encanto del amor es, la posibilidad de recordarlo. Porque tal vez un día, es una promesa que no se cumple jamás. Como en el libro de Albert Camus, de alguna manera, todos somos extranjeros. Unas palabras finales para el que, queriendo ser héroe de la revolución, lo fue del amor en una novela extraordinaria: “Me estremeció el amor de mi padre hacia su suegro”, dice Miguel. “Se refería a él casi como un padre, con una gran admiración y melancolía, y hasta con un algo de conmiseración. No creo que pudiera imaginar la historia de mi abuelo con Adriana, pero mi padre estaba convencido que ese hombre había vivido grandes renuncias y decepciones” (331). (PD. Algo, no me gusta en esta novela. Como tiene que ser, tengo preferencias. Soy lector libre, al estilo de la clasificación de Cortázar. Los agradecimientos de las páginas finales y los desmentidos anticipados, me parecen innecesarios. Excepto que sean un guiño de complicidad, con lectores avispados. O una trampa para amarrar la relación, en forma definitiva, con el lector más despistado, con la obra. No soy perfecto como Octavio Verona. Siento más la fuerza de la pasión de Adriana y me afecta, cierto afán perfeccionista repetido verbalmente de Miguel. Así como la inevitable tentación de la transgresión, especialmente literaria.

Tegucigalpa– Barcelona, Diciembre de 2021

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