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31 de diciembre de 2021
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12:03 am
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Informe final

CONTRACORRIENTE

Por: Juan Ramón Martínez

Por la fecha y por formación, no resisto la tentación. No de rendir cuentas; porque al fin y al cabo no se trata de datos numéricos, sobre cantidades no recibidas, sino que de planes y de resultados. Y para que, sirvan de referencia a las generaciones que, dentro de cien años o más, tengan que hacer lo mismo que, un pequeño grupo central y el apoyo de más de ocho mil personas, la mayoría educadores, hicimos en la oportunidad de conmemorar los doscientos años de vida independiente. Pero en el fondo para preguntarnos, si lo que hicimos, tuvo algún sentido para la población y creó un estímulo emocional duradero, que le dé dinamismo a la capacidad de la sociedad, en forma de potencia, para reconstruirse y reinventarse. Esta es, probablemente, la tentación -más que la simple vanidad- de contribuir, dentro de la perspectiva de Spinoza y de Bergson, a la autovaloración del hondureño, como una singularidad, dentro de un proyecto común, “como un eterno proyecto de producción y de vida”.

En primer lugar, lo hicimos. Con el pueblo y evitando -por más que algunos reventaron cohetillos para calmar a la población y hacerle creer que, todo era fruto del gobierno- que la conmemoración fuera la oportunidad para pedirle a otros países, ayuda para un acto que, si tiene sentido es, por su autosuficiencia orgullosa. Nos esforzamos y tuvimos logros, en compartir el relato nacional, a partir de hechos relevantes, positivos y negativos, que nos permitieron acercar la ciudadanía a la historia, como cosa suya, en la que los sujetos, eran precisamente, los celebrantes. Y dentro de una visión positiva, después de la valoración de lo poco que hemos avanzado -en igualdad, desarrollo económico, bienestar individual y colectivo, democracia y seguridad, prestigio y orgullo nacional e individual- descubrir las potencialidades que tiene la colectividad hondureña, para emprender acciones y proyectos futuros. Es decir, recuperar el orgullo nacional, levantar la cabeza y enfrentar, con valor, el porvenir.

En segundo lugar, la juventud, especialmente, aceptó con gusto y satisfacción incluso en algunas actividades en que nos faltó el apoyo de la colectividad, el placer de descubrir sus potencias personales y colectivas, las estrecheces del sistema educativo que lo atrapa y paraliza; e imaginar, la libertad, la ruptura de la soledad y el reencuentro democrático con el otro, más allá del pacto social, que lo vuelva protagonista responsable de su futuro. Fue muy emocionante descubrir fuerzas que nos permitieron, comprender las mezquindades de los que confundieron la celebración con el gobierno y el rechazo de algunos universitarios que, aunque reciben salarios públicos, nos dijeron que no trabajarían con nosotros, porque ello significaba hacerlo con el régimen. Pero además, para nosotros, fue interesante descubrir las distancias entre los educadores universitarios y Trinidad Reyes, entre los militares y Morazán; y, entre Cabañas, los policías y los luchadores en contra de la corrupción, que nunca tuvieron tiempo para conversar siquiera con nosotros. Y, lo que más nos dolió a los católicos, ver a nuestra iglesia de espaldas a Subirana, al dolor de los indígenas y al rechazo de los pobres. Sin embargo, no nos detuvieron estos problemas. Nos animaron mas bien y nos empujaron a contraer compromisos personales que, les daremos continuidad en los años que nos quedan por vivir.

Al final, descubrimos en la distancia, la falta de claridad y definición colectiva del “enemigo”, responsable del atraso nacional. Porque de la mano de Cavafis, creemos que esos “enemigos”, “traigan alguna solución, después de todo”. Esta deficiencia hace que el hondureño, no sepa a donde está el hermano por abrazar y que ello lo hará fuerte, cuando el peligro de los “bárbaros” aumente. De alguna manera, la unidad nacional, necesita este “enemigo” que oriente las emociones. Y la acción no sea una de lucha entre hermanos, mientras el “bárbaro” apuesta y juega con nuestras desgracias. Algunos, entienden estas cosas del alma colectiva. Pero apuestan a que el pueblo hondureño no lo sepa. Por ello, lo distraen, inventan espantapájaros y disminuyen, la potencia del hondureño y su colectividad de pertenencia, para aprovecharse de lo nuestro, mientras consiguen los aplausos serviles de quienes son y seguirán siendo -tal sus designios- la fuente de su bienestar y su riqueza.

Estamos satisfechos. En un libro por publicar, seremos más específicos y concretos Por mientras, ¡salud hermanos!

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