La óptica de un estadounidense

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2 de enero de 2022
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12:01 am
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La óptica de un estadounidense

Clave de SOL:

Por: Segisfredo Infante

Águeda Chávez posee la gentileza de hacerme llegar unos libros poco usuales y, a veces, sorprendentes. Entre ellos debo mencionar el libro “Eureka: cuentos y microcuentos de ciencia y ficción”, editado por una alianza natural entre “Ceutec” y “Unitec”, dos universidades hondureñas. Pero el que más ha provocado simpatía sobre mi espíritu, es el libro “Las Capitales de Hispanoamérica”, del diplomático, viajero y cronista norteamericano William Eleroy Curtis. Un equipo de investigadores hondureños se ha hecho cargo de la traducción, los fotograbados, la corrección de pruebas y, finalmente, de la lujosa edición y publicación, a cargo de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, la Comisión del Bicentenario de esta misma Universidad, con el financiamiento principal de la Universidad Tecnológica Centroamericana (UNITEC).

El “Grupo de Investigación Filológica de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras”, fue el soporte intelectual más importante de este trabajo. Me refiero a la selección y cuidado de los textos en tanto que la publicación se centra en las capitales de los países de América Central, dejando para más tarde las capitales de otras naciones hermanas. De las personas responsables tangibles e intangibles de esta edición particular, apenas conozco a Marlon Brevé Reyes, Francisco José Herrera Alvarado, Roger Martínez Miralda y Águeda Chávez. Así que mis felicitaciones para todos ellos y ellas, incluyendo los nombres de las personas que algún día, Dios mediante, conoceré.

Se trata de un libro lujoso. Bonito. Cuyas lindas páginas he hojeado un tanto a la ligera. Digamos que provisionalmente. Por eso deseo centrarme, de modo preliminar, en la descripción que William E. Curtis hace de Comayagua y Tegucigalpa, durante el gobierno del general Luis Bográn, más específicamente en los años 1886 y 1887, cuya travesía fue una cabalgata de doce días, a lomo de mula, desde el puerto de Trujillo hasta llegar a Comayagua, transitando por “agrestes montañas”.

Hay lagunas o imprecisiones históricas y geográficas en este libro de William E. Curtis, si comparamos el trabajo realizado previamente por el también explorador y diplomático estadounidense Eprhaim George Squier. Sin embargo, son interesantes las descripciones que Curtis realiza, desde su óptica anglosajona, sobre “cinco mil mestizos holgazanes y desvalidos” que habitan Comayagua, y los mendigos que piden limosnas en las calles (tal como ocurre ahora mismo en varias ciudades importantes de nuestro país), cuando nadie redactaba informes científicos; excepto el padre Antonio R. Vallejo.

También habla acerca del deterioro de las casas coloniales de Comayagua y sobre los destrozos que han provocado las montoneras civiles, de distintos bandos, contra las construcciones eclesiásticas, de estilo “semi morisco”, según sus propias palabras. Desde la perspectiva de este cronista norteamericano, la antigua capital de Honduras no ha avanzado para nada desde la época en que ocurrió la Independencia. Es decir, la República de Honduras se mantuvo estancada pese al florecimiento y la alegría que el viajero estadounidense experimenta en la nueva capital: Tegucigalpa.

No obstante, lo anterior, William E. Curtis simpatiza de inmediato con la personalidad emprendedora del presidente Luis Bográn, y con sus proyectos para el arranque de un capitalismo con presencia de inmigrantes y de inversionistas, al grado que el cronista expresa, con enorme optimismo, “que en ninguna parte de la superficie de la tierra existen mayores incentivos para el trabajo”, y añade que “no existe otra parte del mundo donde se pueda producir tanto con tan poco esfuerzo”. Y para que a nadie le quede ninguna duda remata la parte central del párrafo profetizando que “Los vastos recursos de la República de Honduras presentan la oportunidad más tentadora para lograr la inversión de capital extranjero”. Esto recuerda las ensoñaciones económicas previas de José Cecilio del Valle, y la propuesta de Simón Bolívar (ratificada por nosotros en un artículo del año pasado) que la capital del mundo deberá localizarse en algún momento en América Central. Se trata, además, de un lenguaje que suena familiar pero cuyo fondo ha sido desestimado por los hipotéticos emprendedores catrachos.

De las palabras de William E. Curtis se puede derivar que en la segunda mitad del siglo diecinueve los dirigentes de Estados Unidos parecían estar realmente interesados en compartir con los países hispanoamericanos el “futuro promisorio” industrial sobre el cual poetizará más tarde, desde otra óptica, el hondureño Froylán Turcios. Es más, el autor habla “de nuestras repúblicas hermanas” para referirse a los países de la América Hispana, con un lenguaje que hoy por hoy es desconocido, o ignorado, en las entrañas del poder metropolitano. (¿Qué les ha ocurrido a los estadounidenses de hoy en día?).

 

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