La soberbia: mal de nuestro tiempo

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8 de enero de 2022
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12:05 am
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La soberbia: mal de nuestro tiempo

LETRAS LIBERTARIAS

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

La soberbia, al igual que otros desajustes personales, se ha puesto muy de moda por estos días. No es que sea esta una desviación muy actual o novedosa; al contrario, siempre se ha presentado de manera recurrente en la historia, pero jamás se había revelado con tanta intensidad como en esta época posmoderna.

Desde luego que la soberbia se manifiesta en individuos enfermizos que se consideran superiores a las demás, pero el mayor peligro surge cuando se percibe en los contenidos ideológicos de ciertos grupos organizados que tratan de imponer sus objetivos políticos sin medir las consecuencias de sus actos. Los nazis creían que su misión histórica se erigía sobre el pedestal de la calidad racial mientras los ciudadanos alemanes se tragaban exaltados el cuento de la predestinación germánica que terminó con el exterminio de millones de almas inocentes. Stalin, en nombre de la igualdad justiciera, pervirtió el pensamiento marxista para imitar brutalmente las atrocidades cometidas por su par, Adolf Hitler.

Hoy en día, la soberbia se muestra por todas partes, desde los energúmenos que transitan por las calles de las urbes haciendo sonar el claxon cuando uno no se mueve a la velocidad que ellos quisieran, hasta ciertos intelectuales que levantan los inexpugnables fortines del saber, inaccesibles para el ciudadano común y corriente. En los círculos intelectuales y académicos, este padecimiento se muestra con mayor virulencia por una sencilla pero antitética razón: el poder del conocimiento alienta en el ego la certeza de una supuesta preeminencia sobre aquellos seres “inferiores”, que para explicarse los misterios del universo recurren a la superficialidad que ofrece la opinión individual. No son muy distintos a los nazis.

El conocimiento convoca a la humildad del que domina una disciplina para evitar la formación de un “apartheid” de ilustrados que detentan el saber con fines meramente egoístas o con designios perversos. En un auditorio de la ciudad de San Pedro Sula, un literato le decía a su público que cada mañana desayunaba con Kafka, de modo que los invitaba a imitarle, advirtiendo -eso sí-, que esa tarea no era para cualquiera, y que los escritos del autor de “La metamorfosis” no eran fáciles de entender. Mientras los convidaba al banquete, los expulsaba de su palacete intelectual. Me recordé de Nietzsche cuando decía que “Todos los que quieren hacer exhibición del espíritu dan a entender que están ricamente provistos de lo contrario”.

Más allá de esa pedantería particular, la soberbia suele presentarse cuando algunos se apropian de la obra de los poquísimos genios que nacen en cada centuria, convirtiendo el modelo original en una versión degenerada del pensamiento inicial. Lo detestable no radica en la interpretación sino en la superioridad que el exégeta trata de exhibir, por ejemplo, con la imposición de un lenguaje “moderno” que pretende romper con los valores tradicionales de una sociedad. La soberbia así mostrada, excluye a los otros diferentes, promoviendo la división y el surgimiento de conflictos sociales por el simple hecho de no aceptar que un símbolo ideológico -excluyente como tal-, sea la solución para resolver los graves problemas de una sociedad. Lo que me recordó a Stephen Fray, un prominente líder LGTB e intelectual inglés, que, en una entrevista con Rudyard Griffiths, expresó tajantemente que los temas como la diversidad o la equidad, por bienintencionados que sean, siempre terminan corrompiéndose cuando algunos iluminados se apropian de ellos, provocando el efecto contrario a sus pretensiones liberadoras, es decir, unir más a sus enemigos.

Mientras la psiquiatría se encarga de la soberbia individual, nos toca evitar que los ideales de los grupos organizados caigan en las manos de los políticos o de las ideologías, porque eso significa ahondar las pugnas, crear resentimientos y, desde luego, estimular el surgimiento de los soberbios que ostentarán las enseñas de la verdad absoluta. Y en nombre de ella, millones siguen perdiendo sus vidas, sus patrimonios y su patria; simplemente porque no aceptaron las imposiciones o no formaron filas detrás de los despotismos que genera la soberbia, el mal de nuestros tiempos.

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@Hector77473552

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