LETRAS Y LETRAS

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9 de enero de 2022
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12:59 am
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LETRAS Y LETRAS

Juan Ramón Martínez

I
Albert Camus, de habla francesa, nació en Argelia (1913) -entonces colonia de Francia- hijo de una madre española y un padre francés. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957. Es uno de los escritores más jóvenes que han recibido tal honor. Tres años después, murió prematuramente en un accidente automovilístico. Para entonces había escrito, La Peste, El Extranjero, El mito de Sísifo o Cali gula. Tuvo la clarividencia de anticipar la pérdida de las libertades por los seres humanos en la Unión Soviética y siempre mantuvo un discurso en favor de los derechos a pensar y expresarse sin ninguna intervención negativa por parte de gobiernos o partidos. Entre los amasijos del vehículo en que perdió la vida, se encontró el manuscrito de “El Primer Hombre”, de mucho sabor biográfico, incompleta, incluso con evidentes errores, lo que hace pensar que se trataba de un primer borrador. Por lo que le hizo falta tiempo a Camus para corregirla y pulirla. Sin embargo, se editó porque, pese a lo anterior, es una “novela completa en toda su desgarrada y conmovedora belleza, con toda a carga reflexiva de su privilegiada inteligencia e irreemplazable lucidez”. La hemos leído con enorme satisfacción, haciéndonos reflexionar sobre los destinos del hombre, el sentido de su vida y el origen y mantenimiento de la felicidad. La recomendamos.

II
Arturo Pérez Reverte, es posiblemente, en estos momentos el novelista más leído en el mundo hispánico y uno de los de mayor presencia en otras lenguas relacionadas con el español. Es el narrador que, proviniendo del periodismo de guerra, hace de sus novelas, relatos vivos, existencialmente leíbles en que la descripción de los ambientes, las historias contadas y los puntos de vista desde donde estas se describen, no tiene truculencia alguna y menos trampas para que caiga el lector; ni caminos engañosos; sino que la búsqueda de la oportunidad para que el lector entre a la novela y más bien logra que se haga parte de ella. Hemos leído, de su pluma, su última novela “El Italiano, una historia de amor, mar y guerra”. El fin último de la novela es el rescate de la valentía por los italianos que, en la Segunda Guerra Mundial, salieron muy “desprestigiados”. Aquí, por el contrario, su sentido del honor, la valentía de sus combatientes, la confirman los imaginativos ataques que un grupo de buzos, en condiciones suicidas, efectuaran y mediante las que destruyeron embarcaciones ancladas en el peñón de Gibraltar. La impecable narración, lo cuidadosa del detalle, los diferentes puntos de vista desde donde se narra la historia, hay espacio suficiente para formarse otra idea del talante, la fuerza y el valor de los italianos, las dudas de sus combatientes cuando sus líderes cambian de bando y la fuerza con que mantienen sus convicciones. Pero también, es una historia de amor extraordinaria. En donde la lealtad y el compromiso alcanzan las últimas cotas de sacrificio. En fin, la estructura de la novela, narrada su historia en diferentes planos temporales, con anticipaciones y regresiones, con varias voces narrativas -incluso la suya propia que asume la postura del investigador de los hechos reales en que basar la novela- hace de esta obra, posiblemente una de las mejor logradas por el extraordinario narrador que es Arturo Pérez Reverte. Una gran novela que es obligatorio leer.

III
Si los argentinos tienen fama de arrogantes, obstinados, solitarios e irreverentes, sin duda el epígono de ello es César Aira, del cual he leído solo una obra: “La Ola que Lee, artículos y reseñas 1981–2010”, publicada por Randon House. Es un libro para eruditos. Pero, además, específicamente argentinos. Porque César Aira, con su enorme talento y erudición, hace de la Argentina el Mediterráneo de la literatura. Fuera de los escritores argentinos, a los que trata con la indiferencia con que un médico cirujano extrae un cáncer, diferenciando lo enfermo, de lo soso, lo publicitario de lo eterno, no cree en nadie. Menosprecia a Carlos Fuentes, (a quien acusa, analizando “El Gringo Viejo, de “veleidades estilísticas de mediocre escritor) y le niega genialidad a García Márquez y a Mario Vargas Llosa. En algún momento, de su más alta irreverencia, los llama figuras públicas que escriben, a las que se les lee, más por su fama que, por la calidad de sus obras. A Borges que a regañadientes le acepta su publicitada genialidad, no lo hace – como la mayoría de nosotros- el primer escritor del santoral argentino. Y Argentina, eso sí, la presenta como una isla del tesoro, rodeada de islotes en donde todavía la escritura no se ha inventado. Centroamérica, no se ha formado porque son insuficientes los sedimentos del rio de Heráclito. Pero no por lo anterior es un escritor desdeñable. Todo lo contrario. Tiene además del mérito de la irreverencia, la vocación por derribar estatuas, una erudición extraordinaria, pocas vistas en escritores latinoamericanos, cuya característica principal no es leer, sino que publicar, lo más pronto posible y en cantidades navegables. Si uno está seguro de sus lecturas y de sus escritores, leer a César Aira es un buen ejercicio. Su erudición es extraordinaria y no deja, de ver, tras de su arrogancia irreverente, una personalidad tímida que quiere llamar la atención tirando piedras al tejado vecino, y mostrar su talento extraordinario. Con un defecto. Típico de los críticos: no ha escrito, hasta donde sabemos una obra suya, que resista las embestidas de otro César Aira. Que le pida a él lo que el César Aira real le pide a los demás y que le aguanten sin perder la calma, los dicterios y los juicios fuera de tono que él les dispensa a los escritores que caen bajo su óptica. Con todo, lo he leído con gusto y riéndome por supuesto el libro que comentamos. Porque los argentinos son adorables, como sujetos. Especialmente cuando hablan de los demás. Tienen justa fama.

IV
Posiblemente el siglo XXI, sea igual que el XIX, será el de las ideologías. Estas son el fruto de las divagaciones, las dudas y los cuestionablemente de las revoluciones tecnológicas que han movido a las sociedades. El vapor produjo, la ilustración, el Positivismo, el Marxismo, el Nacional-socialismo y demás socialismos. Y, le dio al liberalismo, una fuerza extraordinaria, cuya mayor proeza es la democracia representativa. Ahora, ante la cuarta revolución tecnológica, la de la información y la inteligencia artificial, algunos filósofos empiezan a mostrar sus reflexiones, frutos de sus preocupaciones. Byung-Chul Han, coreano del sur que vive y escribe en Alemania, acaba de publicar “No Cosas, Quiebras del mundo de hoy”. Su tesis principal es que, “hoy estamos en la transición de la era de las cosas a la era de las no cosas, sino la información, la que determina el mundo en que vivimos”. Reacciona ante la digitalización de las cosas, desmaterializa y descompone las cosas. Los medios digitales sustituyen a la memoria, sin violencia y demasiado esfuerzo. Y como la información falsea la realidad, perdemos nuestra libertad, en vista que nuestras decisiones son manipuladas desde afuera, en forma automática e inmediata. El mundo que prefigura Byung-Chul Han, no es uno feliz. El progreso no es una palabra alentadora. Anticipa amenazas en la inteligencia artificial y nos hace creer a los lectores que circulamos por un camino que nos llevará, inevitablemente, a la obsolescencia de los seres humanos. Un buen libro para abrir los ojos, despertar del espectáculo visual y de la alegría que nos da el sentimiento de estar informados, comunicados y cercanos a todo. Facilitándonos las tareas Y para saber el precio que tendremos que pagar, cuando las ideologías, empiecen a producir las justificaciones para que el nuevo poder termine imponiéndose en el mundo.

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