Ingrato regreso a Toncontín

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14 de enero de 2022
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12:03 am
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Ingrato regreso a Toncontín

Contracorriente:

Por: Juan Ramón Martínez

Salí de Toncontín, el 7 de diciembre vía Panamá, rumbo a España, para participar en actividades de la RAE. Y regresé, un mes después, al aeropuerto del mismo nombre; pero por la zona de ingreso para los pasajeros nacionales. La diferencia: abismal y ofensiva. Tomé un avión de CM, muy envejecido de turbo hélice, fabricado en fecha ignorada, en Checoeslovaquia posiblemente, con unas letras sobre un blanco desconocido, donde leí unas siglas de una empresa de Guatemala. En el pasaje que tengo a mano, se habla de un “Embraer” brasileño. Una aeromoza, guapa, blanca, sin mascarilla, con mala cara me negó el único espacio que puede acoger mis largas piernas, para dárselo a una señora y a su hija. De modo que hice el viaje, junto a un grupo de cansados hondureños, la mayoría que habían llegado conmigo en un avión de Air Europa que había aterrizado en SPS. Allá, ningún empleado tuvo una sonrisa para nadie. Mecánicos e indiferentes, nos atendieron sin ninguna cortesía. Antes de abordar me llamaron, junto a un joven con pinta de extranjero, para revisar nuestras maletas. Siempre me ocurre cuando traigo libros. Abrieron las mismas y se dieron cuenta que no traía drogas. Un joven indiferente con un tatuaje en la garganta, tenía dificultades para abrir la cremallera. Cuando abrieron la maleta de mi joven acompañante, vi que traía diez ejemplares de “Búsqueda del Tiempo Perdido” de Proust. Lo interrogué; y me contó, que era francés y venía a dar clases a la Alianza Francesa.

Como pudimos, nos acomodamos en el turbo hélice. Todos apretujados. Nadie habló durante los 35 minutos que duró el vuelo, bajo la dirección de dos pilotos sin mascarilla. El avión, siguió la misma ruta para aterrizar. La piscina azul, la casa techo rojo y la vuelta hacia la izquierda para tomar la pista. El aterrizaje brusco. Me pareció un piloto sin experiencia. Ignoro su competencia. Le pregunté el nombre de ellos y de la aeromoza; y me lo negó con arrogancia. Aunque había mucho espacio, el avión se colocó largo de la sucia sala que se le ha dispensado desde su modernización, a los nacionales, a los cuales se nos trata con evidente desconsideración. Nuestros parientes y amigos nos esperaban en el sol, mientras el área internacional, está cerrada. Un joven me ayudó con las maletas hasta donde se encontraba nuestro hijo José Ernesto y mi asistente Omar Sierra. Salí disgustado, tratado como un hondureño de tercera clase, entendiendo mejor porqué los compatriotas están disgustados. Especialmente los que usan los aviones locales, para hacer viajes en el interior.

Conocí Toncontín en 1960. Dos plantas. Una amplia sala, que sostenía con columnas elevadas que llegaban al techo, un segundo piso en donde además de oficinas técnicas operativas, se accedía por dos escalinatas, con leve aire italiano, a una zona en donde los que recibían a sus amigos y familiares tenían acceso a una terraza. Los aviones de Sahsa – DC-3 de la Segunda Guerra Mundial-, estacionaban casi junto a la puerta. Dos escalones para bajar. El sobrecargo tomaba a las mujeres del brazo, para evitar un traspiés e inmediatamente, entregaba la maleta. Uno, con los oídos obstruidos, limitada audición, atravesaba el hermoso salón, cuyas paredes estaban adornadas con cerámicas de Rodezno, representativas de 17 departamentos del país. El piso brillante y limpio. Era evidente, su aire singular. Tan es así que, en 1965, la fiesta por la asunción del ejecutivo por López Arellano, se efectuó allí. Al salir, tomábamos un taxi y contentos llegábamos a nuestros destinos. Ahora no. Hay que salir y caminar, injustamente cerca de un kilómetro, hasta el estacionamiento. Pasando al lado de la sección internacional, cerrada y en silencio; y en donde creía que nos recibirían a los pasajeros nacionales, que nos merecemos, igual que los internacionales, el mayor de los respetos y la atención.

Creo que las autoridades deben revisar el tratamiento que nos dan a los viajeros nacionales. Somos sus hermanos. No tienen por qué maltratarnos. Los espacios que antes se usaban para viajes internacionales, hay que acondicionarlos para los nacionales. La cortesía es una obligación de los funcionarios a los que pagamos con nuestros impuestos. El gobierno democrático de cualquier color, debe entender, dónde reside la soberanía. Y aceptar que servir, es la mejor forma de existir.

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