LA REGRESIÓN

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14 de enero de 2022
/
12:48 am
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LA REGRESIÓN

NO hay que engañarse. Esas cifras optimistas de crecimiento que avizoran las fuentes oficiales deben interpretarse como avance ¿a partir de dónde? Para tener punto de referencia se ocupa una noción de la magnitud del estropicio. Una medida de cuánto se hundió la economía virtud de la crisis que azotaba antes que pegara la pandemia. Y sumarle los efectos de la debacle provocada por esa peste sanitaria y sus secuelas que, dicho sea de paso, los perniciosos contagios –de una y de otra variante– provocan agresivos rebrotes. Hay que computar, entonces, la cuantía de todo lo perdido durante todo ese período de empeoramiento. La contracción de los mercados, la paralización de las transacciones comerciales, la ingrata cantidad de trabajadores que fueron a parar a la calle, el derrumbe de las finanzas de las grandes, medianas y pequeñas empresas, la ruina de tantas actividades productivas, la merma en los ingresos familiares, entre otros males padecidos, acumulan una suma casi imposible de percibir.

¿Cuántos han debido ofrecer en alquiler o en venta las instalaciones de sus fracasados negocios sin que haya clientes que los quieran ocupar? ¿Cuántos remataron sus viviendas, sus automóviles, sus bienes de toda una vida para llevar algún sustento a su familia? ¿Cuántos más de los que regularmente se van del país, en su desesperación no encontraron otra salida que engrosar esas fatídicas caravanas con destino a la tierra prometida? Así qué ¿cuál crecimiento es el que vaticinan? Un informe de CEPAL contiene una proyección más conservadora de 4.5, en la tasa del crecimiento del PIB para el 2022. Y esos son números de lo medianamente cuantificable. Pero ¿y los intangibles? Por ejemplo ¿el retroceso sufrido en el sistema educativo? Eso no hay forma de medirlo en dinero ya que se trata de una pérdida irrecuperable en la formación de las personas. Después que tantos se quedaron sin aprender nada o aprendiendo a medias, todavía siguen metidos en discusiones revolventes. No en la formulación de la profunda reforma educativa que es urgente sino en cuándo deciden, si es que deciden, ir a clases presenciales. ¿Qué van a hacer con el arcaico andamiaje educativo que educa para un mundo que ya no existe, con los obsoletos currículos académicos y con los títulos y profesiones –cartones que entregan para adornar paredes– que no le sirven al mercado laboral del presente, mucho menos al cambiante panorama del cercano futuro? ¿Qué esperanza hay de corregir lo que planteamos si ni pensamiento han dado a esa devaluación en los niveles formativos, educativos y culturales, hoy que el buen hábito de la lectura quedó como herrumbrosa reliquia del pasado?

Y lo otro. El obsequio del mayor avance tecnológico en la comunicación. La regresión a la edad rupestre. Utilizar pichingos y no el alfabeto para comunicarse. Lo que sucede hoy en día –en la era de la sociedad líquida y superficial, de la frivolidad y de la pendejitud– cuando los adictos a sus aparatitos inteligentes –más inteligentes que sus dueños– desprecian la escritura, el texto, la palabra escrita, para saludar, despedirse, platicar y expresar sus incontables estados anímicos con Emojis, Bitmojis y Stickers. Pero estos no son los únicos valores intangibles que involucionan. Tanto en lo material como en lo inmaterial el país ha experimentado un retroceso irremediable. Lo que nos lleva a lo último. No es con prácticas ni recetas convencionales –aplicables a una realidad pasada que ya no es ni remotamente la realidad de ahora– que Honduras vaya a salir de este atolladero. La nueva normalidad –que no tiene nada de normal– requiere de una inventiva y creatividad sin precedentes. (Es un desafío –advierte el Sisimite– de otras alturas).

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