Una nueva era

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17 de enero de 2022
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12:05 am
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Una nueva era

Por: Arístides Mejía Carranza
Abogado

El viejo mundo muere. El nuevo tarda en aparecer. En ese claroscuro surgen los monstruos.
Gramsci sobre el interregno.

El tiempo, tema de interminables discusiones de físicos y filósofos adquiere sentido para nosotros, seres finitos, con su medición que está determinada por el espacio, los fenómenos, los acontecimientos.

Por eso los siglos no pueden ser considerados sino con relación a grandes acontecimientos que caracterizan a una época, por ejemplo, el siglo XX comienza con la Primera Guerra Mundial en 1914 y termina con la caída del muro de Berlín en 1989. Un siglo corto, marcado por las dos grandes guerras, las luchas ideológicas, el fin de los imperios coloniales.

Una nueva era podría comenzar para Honduras a partir de ahora que hemos recobrado cierta paz y no pocas expectativas luego de las elecciones.

Si al final fue cambio de Era o no, lo sabremos hasta después. Es con retrospección que podremos evaluar si se innovó en un determinado período de tiempo como para considerarlo un momento de inflexión y ruptura con el pasado.

El triunfo de Xiomara Castro marca por ahora un hito en los doscientos años de independencia: Primera mujer en alcanzar la Presidencia y primera victoria de un tercer partido que además es de izquierda. Estas novedades pasarían sin embargo como simples acontecimientos pasajeros si no se hacen reformas que cambien el curso de la historia.

Debe considerarse que el ser humano es el único ser viviente con doble historicidad: la propia y la de la colectividad. La primera está signada por su libertad y la segunda por la política y la cultura.

Comenzando por la política, lo primero: el restablecimiento de las instituciones republicanas manejadas actualmente como feudos. Lo siguiente, es con respecto al malestar en la democracia, si ha de ser participativa debe generar el debate nacional porque las diferencias siempre suponen disensos y contradicción.

Por supuesto que para lograr esto, debemos elevar el nivel de entendimiento de los ciudadanos para que en adelante éste pueda identificar y rechazar a los autócratas, corruptos, mentirosos e impostores que pulularon en el régimen de los doce años.

Cabe aquí recordar que lo propio de la cultura occidental es el espíritu crítico, la iniciativa individual y el gusto por el cambio, estas deberían ser las actitudes a promover para impulsar una nueva era.

Para iniciar un proceso de transformación debemos terminar con la ignorancia reductora de la libertad. La comprensión solo se puede dar con la adquisición de conocimientos. Lo grave ahora es la distancia entre una generación y otra debido a la falta de comunicación que se va generalizando.

Es por ello que todo cambio pasa por actualizar la educación, introducir la lectura obligatoria, elevar la vida intelectual al primer plano, promover el arte y las demás expresiones de la cultura.

Construir un sistema de Justicia independiente y eficaz sería el otro elemento de la transición.

La sociedad se corrompe en todos los niveles cuando la élite se pervierte pues “corrupta optima pésima”, la corrupción de los mejores es la peor. Aquí todo el mundo ha sido testigo de esa hambre insaciable de oro (auris sacra fames) que llevó al Partido Nacional a cometer los peores excesos y a su estrepitosa caída.

Luego está el tema de la reconciliación, muy importante tras una década de división y confrontación. Las premisas de esta son el establecer la verdad, el juzgar y perdonar.

El perdón es de orden moral, pero debe estar supeditado a establecer las responsabilidades. Ninguna sociedad se libera de una lacra dando vuelta a la página sin averiguar, el perdón es para poner punto final al tema, no para fomentar la impunidad.

Por supuesto que muchas otras cosas deben cambiar, no solo de estilo, no solo de vocabulario. Lo políticamente correcto cambia con cada época.

Por ejemplo la izquierda siempre se reivindicó en el pasado de las mayorías, del proletariado y del campesinado. El proletariado como clase social beligerante ha ido desapareciendo en las sociedades industrializadas donde su concentración geográfica en barrios y fábricas generó toda una cultura ahora inexistente. Su dispersión causada por la globalización dejó sin un sustento fuerte a las izquierdas que pasaron a defender a las minorías marginales. Algo similar ocurre en Honduras con la clase obrera y campesina diezmada por las migraciones, las remesas, los negocios por cuenta propia, el crecimiento de la economía informal y otros cambios estructurales.

Ahora la izquierda pone el acento sobre la causa feminista, las minorías étnicas, la ecología y las reivindicaciones de los lgtb, problemas considerados secundarios antes de 1989. Lo importante es atender estos reclamos sin anteponer los derechos de las minorías sobre las mayorías.

El mandato de los ciudadanos expresado en las urnas va en ese sentido, es el de la mesura, el de buscar la transparencia, el progreso racional, la eliminación de las terribles desigualdades, rescatar la dignidad humana.

El partido Libertad y Refundación deberá hacer honor a su nombre: mantener las libertades del individuo, herencia del liberalismo y refundar, es decir volver a fundar lo que ha sido desvirtuado, a comenzar por nuestra bandera (oscurecida por los nacionalistas).

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