Los rezagados de la pandemia

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26 de enero de 2022
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01:03 am
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Los rezagados de la pandemia

Guillermo Fiallos A.

Parece que con el correr de los días, todos los protagonistas públicos de la vida nacional, andan detrás solo de sus propios asuntos y -como es su costumbre-, se han olvidado de ciertos sectores que siguen sufriendo y aguantando en silencio.

Como funcionarios públicos, salientes o entrantes, están en la obligación de velar por los más necesitados y sufridos del país. Para eso fueron elegidos.

Son tantos los sectores vulnerables de la nación, que sería difícil priorizar cuál es el que necesita la primera atención. Sin embargo, hay un grupo que es sosegado, no se toma calles, no protesta, ni tiene voz y como no genera votos para mantener a un montón de ineficientes en el aparato estatal; nadie se preocupa realmente por aquel.

Me refiero al sector estudiantil de la educación pública, particularmente, en sus niveles primaria y secundaria. Desde marzo de 2020, estos infortunados niños y muchachos, se encuentran excluidos de un sistema educativo que les provea lo mínimo en enseñanza-aprendizaje, para poder afrontar la vida de mejor manera.

De forma abrupta, el coronavirus vino a empeorar la vida de toda esta juventud, quien se encuentra ayuna, no solo de vacunas sino también, de tecnología y de los medios económicos para poder adquirirla. Por un lado, los maestros no estaban preparados para impartir sus clases desde un aula hogareña pues, muchos de ellos, tampoco contaban con los aparatos y diseños pedagógicos modernos para hacer frente a esta desgracia que, asimismo, se ha ensañado con la educación.

¿Y qué decir de los indefensos muchachos? Sus padres apenas contaban con un frágil salario para cubrir las necesidades básicas y ante la llegada del nuevo virus, las entradas económicas disminuyeron; y lo primero por cubrir era: comida y techo. El pan del saber quedaba rezagado para cuando la nube regalara un poco de agua al presupuesto familiar.

Esta es la historia de miles y miles de niños, quienes ya van por su tercer año aprendiendo muy poco pues las circunstancias, la enfermedad, los huracanes, la pobreza y la despreocupación del gobierno, les pasará la factura dentro de muy poco; ya que no podrán insertarse exitosamente en una sociedad que no detuvo su destino, ni congeló el paso de los meses.

Se les prometió en estos años pasados a los alumnos: computadoras, Internet gratis, aparatos telefónicos capaces de recibir instrucciones académicas; sin embargo, nada llegó o si se brindó, fue para una ínfima minoría.

¡Pobres infantes y adolescentes! Su fuente del saber se perdió en una inusual bruma de un mes de marzo de 2020, cuando apenas retornaban a la escuela. Sus esperanzas por un porvenir lleno de retos, se desvanecieron frente a la encrucijada de comer o aprender. Sus horizontes se esfumaron ante las faltas de señales de auxilio de un Estado y una sociedad que no supieron dar respuesta a sus lamentos discretos.

Estamos comenzando un año lectivo y la situación se presenta en un “totum revolutum”, para la niñez y juventud estudiosa del sistema público hondureño; pues el gobierno que se despide no hizo mucho en estos años; y peor para que haga algo en sus días finales por estos pequeños ciudadanos. Al mismo, solo le importó actuar como el rastrillo, únicamente recogiendo para él y su pandilla de timoratos, egoístas y sinvergüenzas.

Ya febrero está a la vuelta de la cuadra, cuando deberían comenzar las clases el primer día del mes. No obstante, el nuevo gobierno no tiene definido un plan de emergencia para tratar esta gravísima situación de la educación pública. Sus huestes andan más preocupadas en recoger donaciones para un acto público, cuyo invitado de honor será el invisible ómicron con sus primas delta, flurona y otras malas hierbas que se vestirán de gala -con vestimenta donada también-; para asistir a un evento abierto cuyos millones para realizarlo, debieron destinarse mejor para los rezagados de la pandemia.

Así son las realidades en nuestra Honduras, cuando unos salen cargados de desprecio, aborrecimiento e impunidad; otros, entran coloreados de azul turquesa, celebrando con imprudente alegría mientras en las barriadas y en la miseria de los campos: “¡qué triste se oye la lluvia en las casas de cartón!…, ¡qué lejos pasa la esperanza de los techos de cartón!”.

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