200 años de ciencia en Honduras: LA CIENCIA Y LAS CONSECUENCIAS DE LO QUE HACEMOS (*)

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29 de enero de 2022
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12:50 am
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200 años de ciencia en Honduras: LA CIENCIA Y LAS CONSECUENCIAS DE LO QUE HACEMOS (*)

Juan Ramón Martínez

Al principio el ser humano se preguntó por la existencia de cosas fuera de sí mismo y la utilidad que podía hacer de ellas. Cuando empezó a interrogarse sobre si lo que hacía afectaba a los demás, empezó la filosofía. Esta durante los primeros años de la humanidad, fue fundamental. Entre los griegos, para sus cultores principales, el interés inicial fue sobre la existencia de las cosas. Los tamaños, las distancias y sus efectos, sobre el planeta conocido. Después, con el surgimiento de la ética, hubo la necesidad de la interrogación sobre los efectos de lo que hacíamos. Con el fin de la Edad Media y el principio de la modernidad, la humanidad occidental creyó que la ciencia podía tener una marcha individual y que la filosofía era un peso innecesario para su necesario avance. La ciencia no nace aquí. Y, mucho menos la tecnología. Esta última, cuyos efectos están empezando a preocupar a la humanidad, empezó cuando el hombre produjo las primeras herramientas con las cuales crear otras cosas y entre ellas, otras herramientas. Ahora, después del uso de la energía nuclear como arma de guerra y de cara al cambio climático especialmente, nos hemos empezado a preguntar si hemos hecho lo correcto al separar a la filosofía de la ciencia. Merton fue el primero en llamarnos la atención, en los tiempos modernos al decirnos que cuando, efectuábamos una acción sobre un gran conjunto colectivo, era inevitable, esperar consecuencias inesperadas. Algunas de ellas negativas. El descubrimiento del petróleo y en general el uso de combustibles fósiles que sustituyeron el vapor de agua, alimentó la segunda revolución industrial; pero al desarrollar el automóvil, se inició posiblemente el proceso más sostenido de daño ambiental, solo comparable con la destrucción del bosque y la contaminación de los océanos. Y sin que la mayoría de la humanidad, tomara conciencia de ello. Porque la búsqueda de la tecnología tenía como fin hacernos más cómoda la vida, sin tener en cuenta los efectos colaterales. El agregar etil a la gasolina, que fuera celebrado como una gran innovación y los aerosoles, poco después nos enteramos que sus efectos eran contrarios a la salud humana. Posiblemente el mayor momento en que los científicos, tomaron conciencia de la peligrosidad de sus investigaciones, fue cuando Estados Unidos desarrolló la primera bomba atómica. El uso de la energía nuclear marco el límite de lo permitido por parte de la humanidad, después de lo cual solo vendría el suicidio de la humanidad y la despoblación del planeta tierra. Einstein y Openhaimer, con sus preocupaciones éticas después que el primero había animado al gobernante de Estados Unidos al uso de la energía nuclear para producir artefactos militares y el segundo desarrollar el artefacto nuclear, ilustran que la ciencia no puede seguir operando en forma autónoma. Y mucho menos la tecnología porque como lo había señalado Weber, la operación de la sociedad no podía entenderse, porque era ilógico y torpe imaginar que la sociedad pudiera y la ciencia por otro, sin que la acción de esta pudiera no afectar la operación de aquella. O que la ciencia, solo puede producir respuestas a temas o cuestiones que, de alguna manera, constituyen respuestas a las necesidades reales o percibidas por los investigadores. El desarrollo de la inteligencia artificial, nos está demostrando que el liderazgo del desarrollo científico no lo deben tener los tecnólogos porque corremos el riesgo de volver obsoleto al ser humano. Y que la ciencia, no debe operar sin la compañía de la filosofía.

Carolina Alduvín, bióloga.

Estas reflexiones, confirman que el desarrollo científico y la innovación tecnológica no, necesariamente, tienen que ser un ejercicio libre, sin límite ético alguno. Varios pensadores, han empezado a considerar que es tiempo que la ciencia y la filosofía vuelvan a encontrarse, para evitar que la humanidad se vea afectada por el concepto que los fines justifican los medios. Creemos que el primero de los pensadores que cuestionara la autonomía de la ciencia, fue Henry Bergson. Leszek Kolakowski, dice al respecto que Bergson criticaba “la creencia que las ciencias naturales, tal como fueron implantadas en la segunda mitad del siglo XIX, nos han proporcionado un modelo insuperable de conocimiento genuino, de la idea de que todos los criterios de validación y verdad han quedado establecidos por los procedimientos de la ciencia matemática y empírica y de que todos los resultados cognitivos que merecen este nombre obtienen su legitimidad gracias a la correcta aplicación de estos criterios. Del mecanicismo, es decir, la creencia de que todos los hechos que tienen lugar en el universo consisten en desplazamientos espaciales de partículas materiales que se rigen por las leyes de la mecánica newtoniana y que, en consecuencia, el objetivo natural de todas las ciencias -especialmente las ciencias de la vida- es explicar todos los fenómenos estudiados a partir de esas leyes y, en última instancia, reducir todas las ramas del conocimiento a la física”. Si viviera ahora, Bergson, descubriría que siempre tuvo la razón. Y mucho más, si constatara la forma cómo efectuamos la aplicación tecnológica de los conocimientos logrados por la ciencia. (Leszek Kolakowski, Bergson, 2001: 19,20). Por ejemplo, Kolakowski le da la razón a Bergson, por el hecho que, además del arrepentimiento de Einstein y Openhaimer sobre la aplicación de los conocimientos del átomo, para la producción de la bomba atómica, se cuestione en nuestro tiempo el manejo de datos por parte de Facebook, que provoca la pérdida de la privacidad y al hecho que el ciudadano, en vez de contar con información para vigilar y controlar al poder, lo que está ocurriendo es que este, el poder, no solo tiene información de todo lo que hacemos, consumimos y pensamos, sino que, además, capacidad para influir sobre nuestras ideas y decisiones por tomar.

Y que el Estado, sin nuestra voluntad, tome decisiones sobre nuestras vidas, sin que nosotros nos demos cuenta siquiera. Pareciendo que el gran hermano de Orwell, ya está aquí, plantado en el interior de nuestras vidas. Confirmando que si el siglo pasado, fue el siglo de las ideologías y mediante la derrota en la segunda guerra mundial del totalitarismo representado por Hitler y sus aliados, ahora nos enfrentamos a una nueva invasión totalitaria, casi imperceptible, en que todos los ciudadanos del mundo estamos vigilados por el poder. Es decir que un totalitarismo invisible; pero consistente, gobierna nuestras vidas. Y administra nuestros miedos. Por ejemplo, la toma de conciencia de estos riesgos frente al desarrollo tecnológico y la pérdida de soberanía, no es igual para todo el mundo. Las expresiones de alarma, solo se han producido en Estados Unidos e Inglaterra. Europa, -la culta, la que iluminaba el mundo con sus ideas, ha dejado de pensar- en tanto que, en sociedades atrasadas, evidentemente, como las nuestras, este tema no tiene ningún interés. Vivimos alienados en la cultura del espectáculo. Y mucho menos, en la otra parte del mundo. China, tiene sus propios mecanismos tecnológicos de control y el mundo islámico, en las soledades de las arenas, cree que la ausencia de sonidos, el distanciamiento del otro es una forma de defenderse, cuando sobre la atmósfera, miles de ojos atentos vigilan sus recursos y sus pasos. Pasan por alto que, junto a las cuentas para rezar a Alá, llevan el celular por medio del cual, las potencias controlan y vigilan todos nuestros movimientos.

De cara al Bicentenario de la Independencia que celebramos este año, es inevitable que nos interroguemos sobre el desarrollo científico y tecnológico que ha experimentado la sociedad hondureña. La conferencia que nos brindará Carolina Alduvín, tiene como finalidad, tomar conciencia de lo que ha permitido la estructura de la sociedad y han respondido los científicos. No debemos pasar esta relación por alto. El desarrollo de la ciencia, solo ha apuntado en dirección a los intereses de las estructuras económicas. El gobierno y las universidades públicas especialmente, no han tenido previsiones; ni menos estímulos definidos para animar a los investigadores a crear respuestas desde el ámbito de la ciencia a los problemas que afectan a la población o constituyen obstáculos al desarrollo. Por ejemplo, aunque el paludismo, ha sido endémico en Honduras, no hay hasta donde sabemos, publicaciones de investigaciones o desarrollo de soluciones al problema. Incluso en temáticas como hidráulica y la generación de energía limpia, tan de moda en estos momentos, no ha estimulado la investigación y el desarrollo de alternativas para aprovechar las aguas que caen en el país y circulan por su territorio, sino en forma tardía. Somos entonces, una sociedad subordinada a los centros metropolitanos. Y como es natural, nuestros investigadores científicos, son en su mayoría recolectores de información para que los grandes poderes del mundo, lleguen a conclusiones o hagan sus propias respuestas a los desafíos de su desarrollo. Somos subordinados. O bobos, que agachados, esperamos que todo sea fruto del comportamiento autónoma de la naturaleza, con la cual no nos consideramos integrados.

La mayoría de la investigación científica la han efectuado, en nuestro país los productores agropecuarios. Desde el cultivo asociado de los mayas y lencas, -maíz, frijoles y ayote, en la misma postura- hasta avances en manejo del beneficiado de café, los hondureños no universitarios han introducido cambios e invenciones muy oportunas, en forma de tecnologías apropiadas. La investigación científica propiamente dicha, la han animado y efectuado los empresarios dirigentes de la industria bananera. El Jardín Botánico de Lancetilla, en Tela, obra de Wilson Popenoe, contratado la Tela Railroad Company y el Centro de Investigación de la Lima, dedicado a la búsqueda de variedades resistentes a los hongos que afectan al banano, son un ejemplo de lo dicho anteriormente. Hay que agregar las contribuciones en educación de los jóvenes de Brosius en la escuela creada en Malcotal, Minas de Oro. La Universidad de Honduras, ha efectuado algunas contribuciones. Pocas por la visión que en el país se tiene de la investigación científica. La investigación no ha ocupado su interés convirtiéndola en prioridad. Y la sociedad no ha trabajado para que, en el ocio, el investigador científico encuentre el espacio para la reflexión, la experimentación y el descubrimiento de la verdad. Y de aquí, se produzcan técnicas, procedimientos y tecnologías para aumentar la eficiencia, el aprovechamiento de recursos pocos usados y la competitividad. Sin embargo, muchos de sus profesionales se han destacado en el interior y en exterior en el campo de la investigación química, el control de la epilepsia, la distrofia muscular y la medicina vascular, en las figuras de Salvador Moncada (Londres), Marco Tulio Medina (Tegucigalpa), Fabio Enrique Posas Bardales (Manila), y Mary Vallecillo Zúñiga (Utah, Estados Unidos), Melissa Cruz (Tegucigalpa) y María Elena Bottazy (Estados Unidos). Quiero finalizar hablando, antes de escuchar las palabras de nuestra conferencista Carolina Alduvín, terminar recordando un extraña mención de cuatro investigadores locales del pasado que, dentro de la precariedad aldeana, hicieron valiosas contribuciones: Juan Ayala, (pluma para escribir en la noche y revolver de seis tiros que podía aceptar proyectiles de diferentes tamaños) de la ciudad de La Paz; Sergio Castro en Olanchito (creación y manejo de los sistemas hidráulicos de irrigación aérea y superficial en plantaciones bananeras), Modesto Herrera Munguía que, hiciera magisterio en Olanchito; e incursionara, en la mejoría de especies de henequén, hidráulica y producción de tintas y jabones y Roberto Salas, que, en el manejo de abejas, efectuó importantes cruces y aumentos de productividad en las especies locales. Aunque modestas estas contribuciones, hay que valorarlas en los limitados contextos en que se han producido, como base para demostrar que los hondureños de ahora, han honrado a José Cecilio del Valle -nuestro primer investigador científico- y a los que desde Copán, desarrollaron un lenguaje escrito y hecho de las investigaciones atmosféricas, útiles para determinar la fecha de la siembra y la cosecha, exploradores de los cielos, una prueba que confirma que los hondureños en estos 200 años, hemos demostrado que podemos enfrentarnos al futuro, abriendo los ojos y desarrollando pensamientos nuevos y creadores. Para hacer ciencia y tecnología. Sin abandonar la obligación de un feliz reencuentro de la ciencia y la filosofía.

Necesario y urgente, especialmente ahora que los tecnólogos parecen llamados a gobernar nuestras vidas.

(*) Discurso pronunciado en la Academia Hondureña de la Lengua, en la presentación de Carolina Alduvin que diserto sobre la ciencia en Honduras, en el Bicentenario de la Independencia.

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