MOLINOS METAFÓRICOS

ZV
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30 de enero de 2022
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12:13 am
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MOLINOS METAFÓRICOS

LOS libros y las postales suelen presentar paisajes idílicos del “Viejo Mundo”, adornados con molinos de viento. Mucha gente desconoce cuál es la función de esos aparatos cuyas aspas, de madera, de hierro o de otros elementos, se mueven según sean las corrientes naturales del aire. Don Quijote, un hidalgo caballero que quizás nunca había rebasado los límites jurisdiccionales de su pueblo natal, es decir, Argamasilla de Alba, según lo postulan algunos autores, se sorprende con toda la inocencia que le es peculiar, al encontrarse con esos aparatos que él se imagina como gigantes que conspiran contra las buenas causas y costumbres, y arremete contra ellos a pesar de las explicaciones semi-realistas de su escudero Sancho. También se sorprende, Don Quijote, ante los ruidos horripilantes de media noche, que producen los molinos de agua.

Las sorpresas del hidalgo caballero expresan los estertores de la Edad Media, el tránsito del Renacimiento y los comienzos de la Modernidad, que dejan perplejo a un buen hombre desconcertado, y quizás desencantado por el industrialismo incipiente que se respira en España, en una época de crisis financiera en la península ibérica, por aquello de la devaluación acelerada de los metales preciosos (el oro y la plata) que circulaban a granel desde América Latina hacia los rincones económicos más importantes de Europa.

Pero como Don Quijote, que vive sumergido entre las nuevas realidades de la modernidad capitalista y el mundo de ficción que se desprende de las novelas medievales de caballería, las cuales le han secado los sesos por andar leyendo de “claro en claro y de turbio en turbio”, determina enfrentarse a los molinos de viento y a todas las adversidades imaginables, en una época en que por los caminos europeos deambulan mendigos, viudas, huérfanos, desempleados, bandoleros y galeotes. Y algunos pícaros, burladores y envidiosos como Sansón Carrasco, el bachiller de Salamanca. Y también los quemadores de libros que aparecen en los listados inquisitoriales del “Santo Oficio”.

Ahora sabemos que los molinos de agua y de viento son aparatos bienhechores de las economías antiguas, modernas y contemporáneas, sobre todo aquellos que producen energía eólica limpia, como los de la meseta del Cerro de Hula, al sur de la capital hondureña. Son impresionantes esos molinos de viento, a tal grado que Don Quijote y Sancho quedarían espantados totalmente si resurgieran en la actualidad.

Pero en el caso de Miguel de Cervantes los molinos de viento solamente eran un pretexto literario simbólico, para metaforizar las adversidades a las que tenía que enfrentarse el “Caballero de la Triste Figura”, en una época cargada de incertidumbres económicas e ideológicas. Y en unos años en que los burladores y los pícaros, de diversas condiciones económicas, solían mofarse de todo aquello que les parecía noble y caballeresco. Especialmente se burlaban de los protectores de huérfanos, viudas y mujeres humildes; y se burlaban de los “desfacedores de entuertos”. Ello significa que también ridiculizaban el amor sublime y casi toda trascendencia, especialmente si tal amor provenía del corazón de un hombre noble y de escasos recursos, que había sobrepasado los cincuenta años de edad, cuando el promedio de vida era bajísimo, tanto en la población europea en general, como en los pobladores españoles en particular. Las mentes mediocres eran incapaces de comprender la grandeza de un amor verdadero, que va más allá de las experiencias fácticas. Esto ocurría tanto en la España de la literatura clásica, como en los tiempos actuales, en donde la gente pierde la compostura con una facilidad asombrosa, tal como la perdían los galeotes y los mismos hombres burlescos. Siguiendo la lógica de Miguel de Cervantes, quien además de novelista era un hombre sabio, los molinos fantasmáticos de viento que los hondureños debiéramos enfrentar, son los molinos de la incomprensión, la impostura, la discordia y una subespecie de barbarie.

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