El escaparate roto de los subsidios

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12 de febrero de 2022
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01:31 am
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El escaparate roto de los subsidios

Esperanza para los hondureños

LETRAS LIBERTARIAS

Por: Héctor A. Martínez

No hace mucho, los “padres” de la Patria decretaron un subsidio en la factura de la energía eléctrica destinado para “los más pobres”, como dicen los políticos, pensando seguramente en las maltrechas colonias donde pululan los “bolos” y los perritos abandonados por sus amos.

Pero, aunque los subsidios parecen revestirse de un altruismo incuestionable, no siempre surten los efectos benéficos que los gobiernos pretenden hacernos creer. En casi todos los países sirven para mostrar la cara humanitaria del poder, mientras los sectores productivos son obligados a financiar las dádivas otorgadas por el Estado. En las sociedades primermundistas, los subsidios también se utilizan con intenciones políticas, pero, a diferencia de los países pobres, las empresas reportan cuantiosas ganancias anuales, mientras un porcentaje nada despreciable de las utilidades se destina con fines fiscales. Con un presupuesto robustecido, producto de la captación de impuestos, los gobiernos disponen de suficientes recursos para cumplir con los programas sociales. Hasta ahí, nadie pone en tela de juicio que los incentivos sean políticamente legítimos y moralmente correctos.

Sin embargo, a pesar de la apariencia justiciera, es necesario advertir que los recursos utilizados no se fabrican con ninguna “maquinita”, a menos que los gobiernos así lo decidan; pero entonces, las consecuencias pueden resultar fatales, no solo por el problema derivado de la inflación, sino también por la desvalorización monetaria. Entre más dinero sin respaldo circula, menos valor tiene la moneda, al mismo tiempo que se crea un ambiente ficticio de “dinero a manos llenas” que obliga a productores y comerciantes a elevar los precios de la canasta básica. Lo mismo sucede cuando se aumenta irresponsablemente el salario mínimo: los costos de los incrementos se incorporan a los precios de productos y servicios, luego los sindicatos clamarán por aumentos, y así proseguirá el círculo vicioso, sin imaginar que detrás de la aparente acción “justiciera”, se desencadena la inflación y el desempleo.

Entonces, ¿de dónde provienen los recursos que se aprovechan para estos fines de indulgencia estatal? De la riqueza que genera la empresa privada y de los ciudadanos que pagan un impuesto de venta cada vez que adquieren un bien o un servicio. Procede también de los préstamos que contrae el gobierno, deuda que deberán pagar los empresarios y los ciudadanos de las próximas generaciones. En suma: el Estado recibe y regala lo que no produce, mientras su papel se limita a ser el de un “transferidor” de recursos como afirmaba el economista James M. Buchanan. O, como decía mi madre, “Saludando con sombrero ajeno”.

No queriendo hacer alusión al tan gastado proverbio chino que dice “Es mejor enseñarles a los pobres a pescar que…”, los subsidios en realidad resultan más costosos para la economía nacional que el impacto benéfico que reportan. Si una parte del presupuesto se traslada para subsidiar un servicio, otros programas más importantes quedarán solo en los documentos, por ejemplo, la construcción de una escuela, una carretera o un centro de salud. Además de eso, institucionalizar las regalías como la “Bolsa Solidaria” o el llamado “Bono Diez Mil”, implica abultar el aparato estatal, complicar la tramitología y enchambar a miles de “paracaidistas” que se afanaron pegando afiches en las campañas electorales; en suma, los subsidios promueven la dependencia y generan malestar en otros sectores.

En cuanto al subsidio de la energía, la gracia estatal ha sido vitoreada por su espíritu humanitario, pero no podemos negar que los empresarios no se quedarán de brazos cruzados viendo pasar el tren de las prebendas sociales, pues la medida seguramente traerá, como consecuencia, aumentos en los precios, despidos de personal, reducción de beneficios laborales, escasez de oferta de trabajo, y varios etcéteras. Sucederá algo parecido al sofisma del escaparate roto, que dice así: un “cipote” rompe el escaparate de una panadería. El panadero deberá reponerlo comprando uno nuevo por 2 mil lempiras. Era un dinero que necesitaba para comprar un traje nuevo. De modo que el vidriero ganará dos mil lempiras, mientras el panadero ya no tendrá un traje nuevo, y se jode el sastre.

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@Hector77473552

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