MÁS QUE UN PLAN

ZV
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12 de febrero de 2022
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01:33 am
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MÁS QUE UN PLAN

EL último mensaje de la Conferencia Episcopal a la feligresía, expresa entre otros conceptos, “estamos viendo el inicio de un nuevo gobierno, en el que se han puesto muchas esperanzas, y las esperanzas del pueblo no pueden quedar defraudadas, pues correríamos el riesgo de que cunda de nuevo la decepción, continúe imparable la migración ilegal y surjan comportamientos sociales peligrosos”. Triste es decirlo, pero esa preocupación sobre la imparable migración ilegal, no será nada que pueda detenerse a corto plazo. Las motivaciones son muchas, –falta de trabajo y de oportunidades, temor por la inseguridad, vulnerabilidades consecuencia de los desastres naturales, paupérrimas condiciones de vida, reunificación familiar– sin embargo, el auge migratorio se ha multiplicado, desde mucho antes que golpease la pandemia.

Durante esta crisis sanitaria, el país sufrió el colapso de los mercados, el hundimiento económico, el desplome de la capacidad productiva nacional, el desmoronamiento de negocios y de las actividades empresariales, y una pérdida de trabajos –cuando empresas en apuros tuvieron que despachar trabajadores para reducir costos y pagar a duras penas sus planillas quincenales– sin que a la fecha el país haya mostrado mayor capacidad de recuperación. Los empresarios que fracasaron tuvieron que ofrecer sus instalaciones comerciales en venta o en alquiler, sin clientes dispuestos a ocuparlas. Igual muchas familias que remataron sus bienes, automóviles, viviendas, haberes y propiedades de toda una vida, intentando llevar sustento a sus hogares. Quienes perdieron su empleo no lo han vuelto a recuperar. Cientos de ellos son los que han engrosado esas caravanas de destino incierto. No hay nada todavía –y posiblemente no lo haya por mucho tiempo– del anunciado plan, de recursos millonarios, destinado a atender la causa raíz de los éxodos migratorios. Así que, no se hagan ilusiones que la hemorragia humana vaya a detenerse. Solo para formarse una idea de la desesperación en las calles, allí tienen al activismo político desaforado por conseguir chamba en la administración pública. Entrando unos y saliendo otros –posiblemente saldrán muchos más de los que ingresen– el problema del desempleo no va a solucionarse con esas colocaciones. Más bien podría incrementarse, ahora que los sindicatos andan ansiosos con sus negociaciones del salario mínimo. En la medida que aumenten el costo de operación de empresas lastimadas, habrá más gente en la calle que al extinguir sus pequeños ahorros se encarama en otras caravanas.

Lo otro que preocupa a los obispos es cuando dicen que “no basta la buena voluntad para responder a las esperanzas de la población”. “Estas se hacen eficaces y operativas cuando se les da respuesta a través de un plan de gobierno sólido, realista, dialogado y consensuado con todas las partes implicadas; un plan que sea garantía eficaz de un cambio incluyente y progresivo”. “Necesitamos un plan social y económicamente realista y factible, que garantice mejores condiciones de vida para las familias hondureñas; un plan que reduzca y, si es posible, haga desaparecer el flagelo de la migración, que obliga a tantos hondureños a abandonar la patria; un plan que priorice el empleo, la salud, la educación y la construcción democráticas”. Pues hasta aquí los buenos deseos. Sin embargo, para que el sistema funcione se ocupa de una revisión profunda de tantas cosas, comenzando por el obsoleto sistema educativo. ¿Habrá la voluntad, el empeño, el interés, el conocimiento y el ahínco necesarios para realizarlo? Otra revisión profunda se ocupa hacer al sistema disfuncional, económico, tributario, financiero, administrativo y burocrático que mantiene al país en ese círculo vicioso del atraso. Sí, por fallas estructurales y materiales de distinta índole, pero más que todo por esas conductas, actitudes, y comportamientos colectivos chuecos que impiden al país levantar cabeza. Demás está decir, para que el pueblo otee horizontes de esperanza, es un cambio espiritual lo que se ocupa más que de cualquier otra cosa. (Los planes son papeles, y de lo dicho a lo hecho –recuerda el Sisimite– hay demasiado trecho).

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