Rafael Delgado
Los países que han estructurado esfuerzos coherentes y efectivos para el combate al desempleo han aprendido que esto no se trata de algo ni de corto plazo, ni de decisiones aisladas. Han aprendido que la integración exitosa y sostenible en el mercado laboral de un joven o de un adulto, es el resultado de una cadena de decisiones acertadas de la persona que han sucedido en el tiempo y que se gestaron seguramente desde la familia; de decisiones correctas por parte del empleador, de políticas públicas efectivas en el sistema escolar en cada uno de sus niveles, así como del sistema universitario y de la educación no formal, de un sistema financiero apoyando con productos financieros que resuelvan los problemas del emprendedor y el empresario. En definitiva, se trata de un objetivo que se convirtió en una preocupación general que obligó a los principales actores, a alinearse detrás del mismo objetivo y a emprender acciones que individualmente no son nada, pero en suma van generando espacios propicios para la creación de puestos de trabajo completos y personas capacitadas para ello.
A la luz de esas experiencias es necesario insistir que en el país debiera de ocurrir algo similar para que tengamos un mercado laboral en crecimiento, abriendo plazas de calidad, ajustadas a las necesidades que plantean las empresas, los consumidores y los trabajadores. Indudablemente que, si desde el hogar no se inicia con el fomento a los valores del trabajo, del emprendimiento, de la disciplina y la perseverancia faltará uno de los pilares fundamentales para formar el futuro ciudadano útil que necesita la misma familia y la sociedad. Si desde muy temprano en la escuela no se enseñan las competencias y conocimientos básicos útiles para el trabajo, si no se informa a los jóvenes sobre las profesiones del futuro y no se despierta el interés por ellas, transcurrirá el tiempo con jóvenes sin objetivos precisos en cuanto el camino de formación que deben tomar.
Una parte de toda esa cadena de circunstancias y eventos es la aprobación por parte de la política pública de iniciativas legales que fomenten la integración de la población al mundo laboral. Si bien es cierto, necesitamos flexibilizar el mercado laboral para ajustar a segmentos especiales de la población trabajadora a las oportunidades de jornadas cortas y de tiempos limitados que se dan en las empresas, es dañino abrir las puertas para convertir estos tipos de contrato en una regla general aplicable para todo el mercado laboral. Evidentemente que esa conducta ya no es para reaccionar ante la variabilidad en la demanda de mano de obra que se presenta durante el año, a raíz de las fluctuaciones del mercado de bienes, sino que es una manera de simple reducción de los costos laborales. Mucho de lo último está ocurriendo cuando vemos que ya no existen límites para poder contratar bajo la modalidad de contratos por hora y tiempos limitados.
Si el propósito es generar bienestar, la construcción de relaciones de trabajo precarias en todos los sectores no conducirá a un mercado laboral saludable. Al final eso solamente repercute de manera negativa en la demanda global que no crece ante la prevalencia de miniempleo y minisalarios que no satisfacen las necesidades básicas. Por ello, es necesario un análisis exhaustivo de la actual ley de empleo por hora para ver si lo que ha hecho es solamente sustituir un tipo de contratos por otro o ha abierto las puertas para el crecimiento del mercado laboral. Sería de mayor impacto volver a la idea de crear condiciones para la integración de sectores especiales de la población, por ejemplo jóvenes estudiantes, para facilitarles el trabajo parcial en algunas industrias de demanda muy variable. No se debe olvidar además que las regulaciones en el mercado laboral no tendrán tampoco sentido, sino se trabaja en una reforma profunda del sistema de educación formal y no formal que son finalmente los que preparan a un trabajador capaz y con actitudes firmes hacia el trabajo.
