Valle y Monteagudo: dialogando a favor de las independencias

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15 de febrero de 2022
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12:15 am
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Valle y Monteagudo: dialogando a favor de las independencias

Juan Carlos Arosemena*

Hace unos meses, el Perú y Honduras coincidieron en celebrar el Bicentenario de sus independencias. Este proceso emancipatorio tuvo sus matices según cada región, aunque la difusión escrita de las renovadas ideas ilustradas se dio por medios comunes como periódicos -muchas veces de corta vida-, cartas, pasquines, ensayos y diálogos.

Este último recurso literario, empleado de manera didáctica por Platón, con el devenir de la historia sufrió ciertas variaciones hasta una de sus variantes: “el diálogo de los muertos”. Acorde a Carolina Carvajal (2017), citando a Mijaíl Bajtín (1986), su ventaja es ser un género liberado “de todos los convencionalismos, estamentos, obligaciones y reglas de la vida normal”.

José Cecilio del Valle, figura clave de la Independencia de Centroamérica quien redactó el Acta de su Independencia, cuenta con un interesante texto de 1821, denominado “Diálogos de diversos muertos sobre la Independencia de la América”, donde conversan, por ejemplo, Colón y Rousseau, entre otras tres parejas de seis personajes históricos. El navegante y el filósofo discuten sobre la legitimidad de los derechos de conquista por parte de los europeos contra los indios americanos, la evangelización, la imposición de la “civilización” y la defensa de la monarquía como mejor forma de gobierno.

Colón se precia del descubrimiento y de su empresa civilizatoria impulsada por la Corona española. Argumenta que, si no fuese por el descubrimiento de América, se continuaría idolatrando al sol y que “las luces del Evangelio nunca hubieran iluminado a los Andes” (Valle, 1982). Rousseau replica indicando que el descubrimiento fue funesto para la especie humana. La ambición y codicia de los conquistadores, no solo de los españoles, por la plata y el oro corrompieron a los hombres y generaron guerras sucesivas entre ellos. En este proceso se subyugó a los americanos, se esclavizó a los africanos y se corrompió a los asiáticos. Además, considera como una falacia el sometimiento voluntario de los pueblos conquistados, puesto que el cálculo de la cantidad de cadáveres producto de la colonización que hizo el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, indica lo contrario. Añade que, los hombres nacen libres. Incluso conjetura que, si en su oportunidad, “los caciques (…) quisieron vender su libertad a los Cortés y los Almagros, ¿tendrían derecho para sacrificar la de sus descendientes?” (Valle, 1982).

Por otro lado, el diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, 1809, de Bernardo de Monteagudo, nos presenta a un Inca intelectual cristiano frente a un rey joven e ingenuo al cual se le instruye y persuade por medio de la razón. Primero, Atahualpa empatiza con él por la injusta e inicua conquista de España por el ambicioso Napoleón, pues en experiencia propia Atahualpa conoce el dolor de verse privado del cetro y de una corona. Luego, hace una distinción entre la evangelización y las atrocidades cometidas en su nombre. El vasallaje, continúa, se revierte cuando el monarca no cuida de la felicidad de sus vasallos. Así, si está adormecido por ocio y desinterés, entonces, ha roto toda vinculación. Esto es el sentir de los hombres justos y sabios resalta. Por último, Atahualpa sentencia: “yo también a Moctezuma y otros reyes de la América darles quiero la feliz nueva de que sus vasallos están ya a punto de decir que viva la libertad” (Monteagudo, 1809).
Cabe recordar que, Monteagudo, de manera similar a Valle, fue protagonista de la independencia sudamericana y brazo derecho del libertador José de San Martín. Parte de este protagonismo se debió a la difusión de sus ideas apelando a figuras históricas muertas, con los matices y la provocación que estos causan. Asimismo, ambos llegaron a ser cancilleres de México y Perú.

Este par de eminencias se reunieron en 1822 y, conforme bien señala Mariana Alberto (1821), “ese encuentro fue un momento importante en la formulación de proyectos de unidad latinoamericana, tal como lo postularán luego Simón Bolívar (convocatoria al Congreso de Panamá, 1824) y el propio Monteagudo (“Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los pueblos hispano-americanos y plan de su organización”, 1825)”.
No sin razón, Máximo Soto Hall, renombrado escritor y diplomático guatemalteco, en 1926 consideró a Valle y Monteagudo como próceres de América, soñadores del ideal de una poderosa y magnífica confederación americana.

* Diplomático, filósofo, Lic. en Relaciones Internacionales y Jefe de la Sección Consular de la Embajada del Perú en Honduras

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