Criptografía indiana

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17 de febrero de 2022
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Criptografía indiana

Por: Jorge Raffo
Embajador del Perú en Honduras

“Mañana a las 10 de la mañana me colgarán ¡Maldito trabajo!” así terminaba su carta de despedida Carlos Bergadd ó Bergud, oficial napoleónico de origen polaco partidario de Francisco de Miranda que al negarse a revelar códigos secretos de los patriotas fue colgado el 21 de julio de 1806. La misma suerte mortal corrió Manfredo Bertolazzi, oficial italiano que combatió por Francia en Waterloo, fusilado el 18 junio de 1818, al proteger las valiosas claves bolivarianas.

Trescientos años atrás, las intensas rivalidades políticas del s. XVI europeo llevaron a las naciones en pugna a fortalecer sus sistemas criptográficos, el investigador Narváez (2007) observa que “a partir del último cuarto del siglo XV las técnicas de cifrado alcanzaron una complejidad extrema. Políticamente la criptología se convirtió en un instrumento de comunicación a tal grado vital para los estados europeos que la mayoría de las cortes instauraron secretarías donde criptógrafos y criptoanalistas laboraban a tiempo completo sobre cada despacho interceptado”, y la Corona española no fue la excepción e involucró en el uso de tal lenguaje a sus posesiones en América.

La investigadora Mena (2013) afirma que “el primer historiador que afrontó su análisis en profundidad para el ámbito americanista fue el (diplomático) peruano Guillermo Lohmann Villena, quien en la década de 1950 realizó un estudio de lo que él mismo denominó “criptografía indiana”, con un afán retrospectivo, examinando rigurosamente los distintos métodos empleados (por las autoridades de la Metrópoli y las virreinales)”.

El propio embajador Lohman (1954) expone cómo desde mediados del siglo XVI la Casa de la Contratación contaba con un código propio para comunicarse con las armadas y flotas de la Carrera de Indias y otras claves más perfeccionadas para tener informado al monarca de los sucesos del Nuevo Mundo.

En el año 2012, Mena presentó un material criptográfico de primer orden. Se trata de la carta codificada de Rodrigo del Castillo, tesorero de Honduras, fechada el 12 de mayo de 1527, denunciando los manejos inadecuados de los caudales ediles, así como los abusos perpetrados por Diego López de Salcedo, gobernador de Honduras. Es una de las cartas cifradas más antiguas que existen, incluso más antiguas que las dos cartas codificadas escritas por el conquistador Hernán Cortés en 1532 y 1533 respectivamente y que necesitaron -trescientos noventa años después- de un concurso público en 1925 -llevado a cabo en México- para descubrir qué decían ya que las claves para decodificar se hallaban extraviadas.

Rodrigo del Castillo corrió un gran riesgo y era consciente que su vida peligraba si era descubierto ya que se colocaba entre dos fuegos, precisamente en medio de la disputa entre Pedrarias -considerado legítimo gobernador- y Salcedo -visto como usurpador-. Por ello escribió dos cartas. La primera elogiando la gestión de Salcedo y, la segunda, cifrada, relatando cómo la tiránica conducta de este había llevado a un estado de zozobra a los territorios de Nicaragua y Honduras. Aun cuando Castillo soborna a los guardias responsables de la correspondencia y las cartas parten hacia la Metrópoli, Salcedo logra enterarse de los hechos y por orden suya, el tesorero fue reducido a prisión y acusado ante la Inquisición “porque había comido cierta carne de un perro un viernes”. La oportuna llegada de Pedrarias y el encarcelamiento de Salcedo en la fortaleza de León, lo salvaron del suplicio y de la muerte. La investigadora Mena señala que “(…) ambas (cartas) se conservan en (el expediente) AGI, Patronato, 26, junto al “
Testimonio notarial del envío de una carta cifrada a la corona, a petición de Rodrigo del Castillo, tesorero de Honduras” 20 julio 1528”.

Criptógrafos de la trascendencia del benedictino Tritemio, del aristócrata francés Blaise de Vigènere, del inglés Francis Bacon y de los italianos Juan Bautista Belasso, Gerolamo Cardano y Juan Bautista Porta influyeron en el esfuerzo imperial español por crear criptogramas seguros (Galende, 2006).

La forma de cifrar los mensajes entre los distintos virreinatos en América -mediante “tablas cifradoras” o “nomenclátores”- sufre un cambio cuando los Borbones asumen la conducción del imperio español, se introduce la usanza francesa que combina letras y números en lugar de símbolos (Lohman, 1954; Galende, 2000).

En los años previos a las guerras de independencia que protagoniza América Latina a inicios del s. XIX, los conspiradores también desarrollaron sus propias técnicas de cifrado para no ser descubiertos por las autoridades virreinales. Tiene lugar entonces un duelo intelectual entre criptoanalistas patriotas y españoles que bregaban por descifrar las claves del oponente. Recae en Andrés Bouchard, oficial francés de pasado napoleónico que adopta la nacionalidad argentina el 6 de julio de 1816, el desarrollo de los mensajes cifrados utilizados por las fuerzas del Libertador José de San Martín en las campañas que emprendió por la independencia de Chile y Perú. Bouchard es también llamado Hipólito en otros documentos como cuando obtiene el primer reconocimiento oficial de la República Argentina en el reino de Hawai en 1817. Muere asesinado en 1837 en su hacienda en el Perú y sus restos, reencontrados enterrados en 1962, fueron repatriados a Buenos Aires (Puigmal, 2013).

Por su parte, en el ejército del Libertador Simón Bolívar durante las campañas por la libertad de los territorios del norte del continente sudamericano, la tarea de desarrollar códigos secretos la lleva a cabo Hippolyte Bouffet, conde de Montauban, oficial de caballería francés de la “Grande Armée” que fue edecán de Bolívar entre 1820-1821 y coronel del ejército colombiano (Bronne, 1939). El período dorado en la historia de la criptografía americana se produjo entonces durante la etapa de la emancipación (Galende, 2006).

Un sistema de claves de “lápiz y papel” que implicaba sustituciones, transposiciones y combinaciones letras y números puede parecer cosa del pasado, pero en la lucha por alcanzar la justicia virreinal y, más tarde, en la de la libertad política de Hispanoamérica, cumplieron su propósito de “escamotear temas delicados y encubrirlos a los profanos” (Lohman, 1954).

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