Esos títulos estrambóticos…

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19 de febrero de 2022
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03:01 am
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Esos títulos estrambóticos…

José María Leiva Leiva.

 

La historia del cine está hecha de títulos impactantes, seductores, atractivos, intrigantes y descriptivos, pero también los hay, sosos, extremadamente extensos (que parece más una sinopsis que otra cosa), obvios o poco creativos, y hasta difíciles de recordar. Filmes que rompieron récord de extensión en su nombre, más no necesariamente en taquilla. Aclarando, no obstante, que algunas producciones han salido airosas y han logrado triunfar, a pesar de sus horribles nombres.

 

En muchos de los casos, son una referencia a la comedia soslayada, o en su defecto, a la crítica sardónica, bien inspirados en ensayos literarios o en piezas teatrales. Pero también han sido la piedra de toque de algún hoy sobresaliente director que, en su génesis artística, amén de inspiración con sabor a revelación, se mostró ensayista y experimentador. Tales han sido los ejemplos del manchego Pedro Almodóvar con sus “Pepi, Lucy y Bom y otras chicas del montón”, “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, y “Mujeres al borde de un ataque de nervios”.

 

Similares ejemplos encontramos en títulos como “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”, del español Fernando Colomo. “Escenas de la lucha de clases en Beverly Hills”, “¿Y si nos comemos a Raúl?”, de los estadounidenses, Paul Bartel. “Los hombres que miraban fijamente a las cabras”, de Grant Heslov. “Todo lo que usted quería saber acerca del sexo y no se atrevió a preguntar”, de Woody Allen, y dos clásicos, “El hombre que mató a Liberty Balance”, de John Ford, “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, de Stanley Kubrick.

 

O bien, es el caso de los británicos, Peter Greenaway, con “El vientre del arquitecto” y “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”; de Stephen Frears, con títulos tan sugestivos como “Mi hermosa lavandería”, “Ábrete de orejas” y “Sammy y Rossie se lo montan”. Así mismo destacar los casos del galés Christopher Monger que dirigió “El inglés que subió una colina, pero bajó una montaña”, y el del cineasta neozelandés Andrew Dominik, con “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”. También es cierto que muchísimos títulos originales en lengua no hispana, son libremente adaptados al idioma español con el fin de su comercialización, perdiendo en muchos casos el alcance que la lengua materna pretendió darle.

Por ejemplo, “After hours”, de Scorsese, literalmente significaría “Después de las horas o jornada del trabajo”. En España, la película fue titulada “Jo, qué noche”, donde el “Jo” es una abreviatura de la expresión popular española “Joder”, entendida en el caso que nos ocupa, como “situación” o “problema”. Lo cierto es que, en España, abundan en su cinematografía, cualquier cantidad de estos títulos estrambóticos, cítese para el caso, “Gary Cooper que estás en los cielos”, de Pilar Miró; “¡Pim, Pam, pum… fuego!”, de Pedro Olea; “La muchacha de las bragas de oro”, de Vicente Aranda; “Sé fiel y no mires con quien”, de Fernando Trueba; El hermano bastardo de Dios”, de Benito Rabal; “El disputado voto del señor Cayo”, de Antonio Jiménez-Rico; “Yo me bajo en la próxima, ¿y usted”, de José Sacristán.

“Makinavaja, el último chorizo”, de Carlos Suarez; “Un negro con un saxo”, de Francesc Bellmunt; “Amo tu cama rica”, de Emilio Martínez-Lázaro; “Cómo ser mujer y no morir en el intento”, de Ana Belén; “Los gusanos no llevan bufanda”, de Javier Elorrieta”, y “Hay que zurrar a los pobres”, de Santiago San Miguel. Otro país europeo muy dado a los títulos estrambóticos es Francia, véase sino títulos como “Mamá hay un hombre blanco en tu cama”, de Coline Serreau; “La vida es un largo río tranquilo”, de Etienne Chatiliez, o “Una chica tan decente como yo”, de Francois Truffaut.

 

Suecia no se queda atrás y aporta al repertorio la trilogía millennium: “Los hombres que no amaban a las mujeres”, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y “La reina en el palacio de las corrientes de aire”, la serie de novelas criminales creada por Stieg Larsson, llevadas al cine, la primera por Niels Arden Oplev, y las restantes, por Daniel Alfredson. En este hacer, también se apuntan títulos peyorativos como “Los hombres blancos no saben meterla”, de Ron Shelton. O si usted prefiere títulos más “expresivos” y “sonoros”: “Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse”, del canadiense Jacques Benoit; “La puta del rey”, del austríaco Axel Corti; “El niño que gritó puta”, de Juan Antonio Campanella, y “Puta miseria”, del español Ventura Pons.

Del caribe destacamos dos títulos cubanos: “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, de Fernando Birri, y “Los pájaros tirándole a la escopeta”, de Rolando Díaz. Y si desea reírse por lo burlesco, sólo tiene que saber de títulos mexicanos como “Un macho en la cárcel de mujeres”, de Víctor Manuel Castro o, “El garañón”, de Alfredo B. Crevenna. Véase, por supuesto, el “Cine de Ficheras”, para mayor amplitud de títulos. De Argentina, recordar a Tulio de Michelli, con sus “Renglones torcidos de Dios”; a María Luisa Bemberg, con “Yo, la peor de todas”, y a Alejandro Agresti, con “El amor es una mujer gorda”.

 

Figuran también, “Las tortugas también vuelan”, película kurda, dirigida por el iraní Bahman Ghobadi. De China, recordar, “Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos”, de Zhang Yimou. Finalmente, de la cinematografía estadounidense, otros títulos raros que rozan la extravagancia son: “Mujer blanca soltera busca”, de Barbet Schroeder; “Tomates verdes fritos”, de Jon Avnet; “Sexo, mentiras y cintas de video”, de Steve Sodenberg; “Te amaré hasta matarte”, de Lawrence Kasdan; “Murieron con las botas puestas”, de Raoul Walsh; “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas”, de Paul Newman; “Todavía sé lo que hicieron el verano pasado”, de Danny Cannon, y  “¡A Wong Foo, Gracias Por Todo! Julie Newmar”, dirigida por la cineasta y activista británica Beeban Kidron.

 

 

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