¡A socarse la faja se ha dicho!

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16 de marzo de 2022
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12:21 am
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¡A socarse la faja se ha dicho!

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez

Independientemente del nivel de miseria en que se encuentran las finanzas del Estado, a la presidenta Xiomara Castro le ha tocado “bailar con el más feo” de la fiesta, porque ahora no solo tendrá que recuperar lo despilfarrado por el gobierno anterior, sino también que va a tener que quedarles mal a huelguistas y revoltosos que han agarrado la mala costumbre de meterle candado a los portones, y dirigirse en tropel hacia la residencia oficial para pedir cualquier cosa. Quedarles mal, aclaramos, no por demagogia ni tacañería, sino por responsabilidad; sencillamente porque no hay “pisto” en las arcas nacionales.

“¿Cómo es posible? -se preguntarán los líderes gremiales de izquierda-, si este es el gobierno de los pobres, de los ‘descamisados’ como decía Eva Perón; para eso nos pusimos la playera rojinegra en las elecciones”. La respuesta es bien sencilla, aunque estoy seguro de que los “dirigentes populares” fingirán ceguera parcial.

En términos financieros, un Estado es como una gran empresa administrada por un gobierno que opera con un presupuesto general y una contabilidad donde se refleja el balance entre los egresos y los ingresos. Si los egresos son mayores que los ingresos, entonces tenemos un problema, sobre todo si la inyección financiera, en forma de flujos fiscales se mantiene constante o disminuye, mientras el gasto público aumenta. Es lo que normalmente se llama el “déficit fiscal”.

Además, todo gobierno contrae deudas a través de los préstamos, de modo que un buen porcentaje del PIB se destina para pagar esos compromisos, aunque sea en forma de intereses, sin abonar al capital total. A ello hay que sumarle los compromisos mensuales para con los “stakeholders”, entiéndase, empleados públicos, proveedores, organizaciones sociales y contratistas. Es decir, no es fácil ser el gerente de un gobierno.

Dejemos de lado la economía de pizarrón y miremos la dimensión del grave problema. Para sanear las finanzas, el gobierno deberá montar una obra en dos actos, siguiendo el libreto de los organismos internacionales de crédito, por cierto, nada populares entre las gentes de izquierdas. El primer acto se llama “Frugalidad en el gasto” y consiste en ser muy ahorrativos y dejar de regalar la plata. Es la parte “cruel” del rediseño estatal porque implica reducir planillas y eliminar los tradicionales subsidios, pero no existe otra salida. Luego habrá que subir los impuestos a ciertos rubros, pero esta medida solo deberá durar hasta que se equilibre el presupuesto, según lo acordado con los sectores productivos; si se prolonga más allá de los límites, el gobierno tendrá problemas serios más adelante.

La segunda parte se llama “Cómo hacer crecer la economía”. Para tales propósitos, se necesitan dos cosas: que los empresarios inviertan más, expandiendo operaciones, y que venga más inversión extranjera. La primera es casi imposible de lograr porque no hay manera de obligar a la empresa privada a expandirse. La segunda es más plausible, pero debemos ofrecer ventajas competitivas, concediendo privilegios fiscales u ofreciendo regímenes salariales más bajos.

Mientras pasa la obra, habrá algunos que se molestarán con el gobierno, pero, entonces, habrá que decirles que la fiesta se terminó por el bien del país, de lo contrario, se podría caer en una situación de precariedad con las instituciones del Estado. Todo ello a pesar de que Kamala Harris nos ha prometido que la inversión vendrá, cueste lo que cueste. Otras medidas tendrán que ser más drásticas: eliminar los privilegios empresariales, privatizar algunos servicios y dejar de comprar la buena voluntad de los dirigentes gremiales.

Es de suponer que un escenario de esta especie metería miedo a cualquier gobernante, y la presidenta Xiomara Castro no será la excepción. Pero es ahí donde debe funcionar la autoridad del gobierno, en tratar de convencer a los sectores que han sido tradicionalmente privilegiados por el Estado, que, ante los saldos en rojo, resulta un deber ineludible de cada institución amarrarse la faja con el gasto, olvidarse de los privilegios y apoyar al gobierno en sus decisiones.

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