Desde mi balcón

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17 de marzo de 2022
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12:05 am
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Desde mi balcón

PERFILES

Por: Carolina Alduvín

Darío Padilla Herrera, rodeada por las plantas que hiciste prosperar, a varios metros altura, de cara al sol naciente, contemplo el montañoso horizonte, salpicado por la mancha urbana que se extiende cada día; a lado izquierdo, una gran cruz de concreto, haciendo juego con enormes muros de contención, señalan el punto de última morada terrenal, desde aquí celebro tu vida, tu compañía, nuestras aventuras, momentos felices, la conjugación de nuestros genes en un par de seres humanos sanos, hermosos, inteligentes y buenos, a quienes supiste suavizar las exigencias de crecer como personas de bien, con valores, sueños, sentido del amor y del deber, alegría y responsabilidad, rectitud, tu mismo don de gentes, tolerancia y espíritu de servicio.

Recuerdo las historias que me compartías de tu niñez, con la nostalgia de una madre que debía ausentarse, el consuelo que procuraban darte tus hermanos también niños, desviando tu atención con algún dulce o desafío que te ayudaron a superar, la alegría del retorno, el olor de los establos, la leche recién ordeñada sobre una porción de pinol y rapadura que marcaron tu infancia. La peculiar historia de los motivos para migrar a la capital, tus días en la Escuela Panamá, el barrio alto de la ciudad en el que forjaste amistades y lealtades de las que siempre escuché los mejores conceptos. Las profesoras que con tanto respeto saludabas en las calles, recodando sus enseñanzas, su disciplina y colaboración con el hogar de familia numerosa.

Tu paso a la adolescencia con vocación artística y bohemia, tu facilidad para hacer amigos y ganar voluntades, tus comienzos como mensajero y, con ayuda de amigos y parientes que nunca faltan, la plaza permanente para ir pasando los años de estudio, los ensayos con el Cuadro Nacional de Danzas Folklóricas, fuente de sano entretenimiento, anhelos de superación, amistades para toda la vida y diario esfuerzo para salir seleccionado, la emoción de las presentaciones en público, la camaradería forjada durante ensayos y giras, el honor de representar nuestro arte ante visitantes de otras latitudes y en otras tierras. La oportunidad de ver más allá de las fronteras, otro modo de vida y hacer hermanamientos en el estado Vermont.

Nuestro encuentro en el área administrativa del IHSS, donde también llegué recomendada, haciendo malabares para cumplir los deberes universitarios, con tu ayuda para obtener la necesaria documentación, donde nos movimos por pasadizos para burlar la vigilancia y colarnos en las áreas de hospitalización, donde rescatamos miles de medicamentos de los sótanos en el Barrio Abajo, inundados por el azote del Fifí, o permanecimos en largas jornadas para presionar por una justa compensación al costo de vida. Tomé unas vacaciones y volví con un regalo típico, que a tus ojos fue una promesa latente. Salí a construir metas profesionales en el extranjero y, un día ya de vuelta, con tu maletín repleto de muestras con él visitabas las farmacias, te vi cruzar mientras esperaba que un establecimiento abriera, pensé en que volvieras la cabeza y, lo hiciste hacia donde me encontraba. La fortuna quiso que, al momento, ninguno tuviera compromiso.

El resto son casi 40 años de camino compartido, de aprender a vivir con las fortalezas y debilidades del otro, de darnos espacio para que cada uno pudiera ser lo que estaba llamado a ser, de viajar, de dejarnos libres y volver porque siempre nos pertenecimos, por los lazos que voluntariamente anudamos, viendo crecer a los muchachos, aportando uno lo que al otro no se le daba tan bien, comunicando sin hablar, decidiendo sin invadir, creciendo en servicio y tolerancia, recorriendo nuestro sendero, a veces sin tomarnos de la mano, pero nunca fuera del alcance de la vista, nos quisimos, nos cuidamos, hicimos florecer lo que nos correspondió en la jornada y pudimos declarar misión cumplida, superando etapas y con la satisfacción de haber formado ciudadanos de bien que sirven a la sociedad y te supieron cuidar hasta decir adiós.

Como adulto, dejé que cuidaras de tu propia salud, siempre evadí las instalaciones con enfermos, te descuidaste y no me di cuenta, la pandemia fue mi excusa para no poner un pie, hasta ser tarde, aun superado el problema, te dejaste convencer por el pánico que nos vendieron los medios y los que se dejan engañar, no necesitabas vacunas, no te infectaste ni cuando te atendía sufriendo la infección. Cada dosis coincidió con el paulatino deterioro y rebrote de la vieja dolencia que terminó privándote del oxígeno que mantuvo tu vida, y así sigues a mi lado. RIP.

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