EQUILIBRIO EMOCIONAL

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20 de marzo de 2022
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12:03 am
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EQUILIBRIO EMOCIONAL

NO es nada fácil mantener la calma frente a las tempestades, ya sean personales o colectivas, nacionales o internacionales. Un simple ataque de “Influenza” a cierta edad biológica, puede desencadenar una serie de achaques inesperados, unos tras otros, y puede conducir a la desesperación. No digamos un siniestro natural o una guerra desastrosa de inmedibles consecuencias económicas, militares y humanas, a la cual se añaden además las campañas psicológicas, preñadas de desinformación.

Pero un ejemplo clásico de equilibrio emocional, es el que expresan los capitanes, pilotos o timoneles que conducen embarcaciones, grandes o pequeñas, en el océano en medio de una borrasca desmedida y brutal. Desde tiempos inmemoriales se sabe que por regla general los remeros, grumetes y tripulantes protestan o se amotinan cuando un barco penetra por áreas peligrosas de un mar embravecido. Incluso lo primero que se les ocurre es destronar al capitán de la nave, sin tener un sustituto confiable. Todo por descontrol emocional de los viajeros. Pero si el timonel calificado posee inteligencia y autodominio emocional, y se mantiene impertérrito frente a los reclamos de la tripulación y las amenazas de la tempestad, es probable que todos sobrevivan. El problema es alcanzar y guardar ese equilibrio emocional frente a las encrucijadas de la vida y de la historia.

A las generaciones actuales (de jóvenes, maduros y ancianos) nos ha tocado enfrentar fenómenos que jamás esperábamos encarar; o por lo menos sortear. Primero las inestabilidades políticas confusas, ya sean locales o internacionales. Y en los últimos dos años el grave problema de la pandemia del Coronavirus y de todas sus mutaciones habidas y por haber, con los subsecuentes derrumbes humanitarios y económicos experimentados por decenas de millones de personas, ya sea del mundo empresarial, del desempeño de las instituciones estatales e incluso del segmento inestable de los “micronegociantes”.

Ahora mismo nos ha acorralado una nueva tragedia, casi inesperada, como si se tratase de “un rayo que cayese de un cielo sereno”. Nos referimos al gravísimo problema regional en torno del tema de la guerra en Ucrania, que ha desencadenado, además del fenómeno humanitario del pueblo ucraniano, el alza vertiginosa del precio de los combustibles; una crisis inflacionaria; las caídas inevitables de las bolsas de valores; las devaluaciones vertiginosas de ciertas monedas orientales y todo un panorama de incertidumbres que afligen a la humanidad.

Lo que parece más incomprensible, por lo menos durante las semanas recientes, es la negación o incapacidad de encontrar una salida política y diplomática de una guerra regional que perjudica a todos los bandos en pugna, con las respectivas consecuencias internacionales. Por experiencia histórica se sabe que todas las negociaciones implican dureza; pero también un margen necesario de flexibilidad. Las negociaciones incluyen avances y retrocesos salomónicos, emparentados con la sabiduría. Pero los líderes y sus negociadores deben poseer una visión estratégica de la realidad de las cosas, sin autoengaños y sin demagogias. En todo caso se identifican con una lupa las coincidencias a fin de reducir el radio de ataque y las diferencias. En este mismo espacio expresamos, hace algunas semanas, que aquellos que pretenden arrasar o exterminar al adversario, al final se autoliquidan ellos mismos, infiriéndoles un enorme daño a sus propios pueblos.

Necesitamos, hoy más que nunca, dirigentes y líderes globales equilibrados emocionalmente, que cuando menos hayan leído ciertas páginas clave de la historia universal, a fin de evitar el engaño a los demás y el peligroso autoengaño, que a veces se conecta con el hiriente ninguneo al prójimo. Nada se pierde con abrir los libros de historia a fin de descubrir aquello que ignoramos y las páginas inéditas pendientes de escribir.

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