CON EL BALDE A TUTO

ZV
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24 de marzo de 2022
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12:53 am
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CON EL BALDE A TUTO

AQUÍ la celebración del Día Mundial del Agua fue, como es costumbre –no solo en esta temporada de quemas, humo y calores infernales, sino en las demás estaciones del año– padeciendo una insoportable sequía. No hay agua en la capital, no ha habido por muchos años y ni se hagan ilusiones que vaya a haberla pronto. Pero eso poco importa con tal que la desordenada ciudad luzca las obras –para satisfacción del caótico hormiguero y del tráfico de once mil demonios– dejadas por la administración edilicia anterior. Ello es las estructuras de hormigón armado y puentes sobre hilos de ríos que ya no crecen; y pasos a desnivel que, de todas maneras –por pereza de subir tantas gradas– los peatones cruzan zumbados los abarrotados carriles, capeando carros. Además, las imágenes de gente cargada con baldes a tuto –de lo que necesitan para beber, cocinar y asearse– hay que verlas por el lado pintoresco.

Cual escenas pueblerinas de la vida bucólica de antaño que despiertan recuerdos de épocas inolvidables que se fueron para no regresar. Falta hacen las mujeres –en la fotografía– de copiosos canastos de junco empotrados en la cabeza sobre un yagual. Con maromas balanceando la pesada carga que solo Dios sabe con qué fuerza la levantan para volvérsela a colocar encima. Los cestos repletos de verduras, de frutas frescas recién llegadas del interior. Y la mula mohína cargando al anca tambos de leche de vacas recién ordeñadas. En aquellos días, dicho sea de paso, el agua era suficiente para abastecer el consumo de los pocos vecinos de la pequeña ciudad. De allá para acá –ocurrió la invasión migratoria– la capital –ante el ojo abúlico y la acción displicente de su autoridad municipal– fue creciendo de manera desordenada. Desde 1993, cuando se construyó el último embalse, las ciudades de Tegucigalpa y Comayagüela triplicaron su población. Después de La Concepción –para complementar el suministro de Los Laureles y de El Picacho– no hubo otra represa. La capital ya sobrepasa los dos millones de habitantes. La mitad de los capitalinos no tienen acceso al servicio de agua potable. El agua no llega a los cinturones de miseria, pero tampoco llega a las colonias de gente de bien. Traspasaron el manejo del servicio –que durante algún tiempo estuvo a cargo de una institución pública ineficiente dependiente del gobierno central– a la municipalidad. Año a año, los racionamientos del agua se agudizan. Y todos los años salen con el mismo cuento.

Entran y salen alcaldes –algunos consiguen reelegirse– ofreciendo solucionar el bestial desabastecimiento de agua de la capital, pero nada sucede. Aparte del recorrido –para efectos de la foto de prensa– que realizan por las represas ya existentes para constatar que están secas. ¿Cuántos dependen de tanques cisterna y cuánto cuesta cada viaje? Solo son estudios. De todo han estudiado los “estudiosos” que nada o poco leen. Desde taladrar pozos, canalizar el agua de los arroyos, hasta traerla de departamentos aledaños. Con tanto invertido en estudios, en expertos, en proyectos chineados, en burócratas, ya días hubiesen ajustado para darle una solución real al problema. El mentado embalse en Río del Hombre sale a bailar todos los años cuando aprieta la sequía. Una semblanza que data de 1886 refería: “Cada gota de agua utilizada para cualquier propósito en la ciudad es transportada en las cabezas de las mujeres por medio de grandes apastes”. (Solo que después de todo ese tiempo transcurrido, –apunta el Sisimite– a la fecha presente, en ese aspecto, pareciera que no mucho haya cambiado).

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