LOS dos editoriales, “Con el balde a tuto” y “El mismo cuento”, referidos a la escasez de agua en la capital, desataron un torrente de comentarios. Estas fueron las líneas introductorias del segundo: Hay días, dependiendo del tema, que mandamos el enlace digital del editorial a contactos escogidos. Algunos de ellos reclaman cuando, de repente, no lo enviamos. La mayoría responde con un comentario sucinto al contenido. Hay, pocos por cierto, que lo dan por visto –no hay forma de enterarse si lo leyeron– y mandan un pichingo. Por lo menos, tienen la cortesía del acuse de recibo. Unos cuantos, como quien oye llover. Ha habido veces –si percibimos apatía en la persona receptora (por lo general es gente con alergia a la lectura)–, siguiendo el consejo del Sisimite de “no gastar pólvora en zopilotes”, y hasta ahí no más.
Un buen amigo progreseño responde: “Buenos días. Madrugaste a jalarnos las orejas. Todos los días los leo y los comparto con mi círculo de contactos. El Sisimite no puede ni debe tirar la toalla. Hay que seguir distribuyendo esos editoriales hasta que haya aprecio generalizado por su contenido. Bendiciones querido Presidente”. Un exmagistrado amigo reclama: “Yo los leo todos y disfruto el contenido. Pero hostigar nunca es bueno. Un abrazo”. Una ingeniosa contribución: “A mí, hasta me hace falta leerlos… muchas veces mientras tomo café”. “Con el del agua busqué la referencia pero no la encontré. Era de un joven pidiéndole a una muchacha que se quedara en su casa luego de la fiesta, y ella le respondía… no puedo, mañana echan el agua”. Otro amigo: “Excelente Presidente: Si tan solo quienes deciden atendieran los editoriales, tendríamos luz al final del túnel”. Un talentoso abogado: “Querido Presidente, no sé a cuál categoría pertenezco según esa definición. Sí sé, con certeza, que de sus editoriales he aprendido mucho, la diferencia entre forma y fondo plasmada en una hoja de papel y en bolígrafo, o acaso, en una “Olimpia u Olivetti” bien usadas. No doy consejos, no hago críticas, no espero y seguramente no doy nada. De mí solo es posible el aprecio, el respeto y la amistad”. El poeta: “Gracias Presidente, yo estoy agradecido de recibir su editorial, cuando me lo manda”. “Por cierto, el nuevo libro que tengo en el horno le va a gustar. Descubrí el primer nombre de Honduras…”. Una empresaria: “Muy buen resumen de lo que nos está pasando y de lo que va a ocurrir. Los que podemos darnos el lujo de comprar hasta dos cisternas semanales lo hacemos, pero la mayoría que no puede ¿cómo hace? Ni me lo imagino. Pensemos, unas horas sin agua en casa es para volverse loco; y los que la tienen una vez por semana, si acaso. Sigamos insistiendo con resolver el problema del agua en Tegucigalpa, de lo contrario nuestra ciudad no tendrá futuro alguno. No vaya a dejar de enviarme los editoriales que me encantan. Bendiciones”.
Un empresario: “Muy bueno. Siempre lo leo y aprendo mucho. Un fuerte abrazo. Muchas gracias”. Un diligente funcionario: “¡Buenos días Presidente! Yo siempre leo lo que me envía… un abrazo”. Un diputado: “Bendiciones Presidente. Lo leemos siempre”. Un compañero universitario: “Para que me saqués de esa lista de indiferentes; pobre pueblo acabado, que San Isidro Labrador nos ampare. Saludos”. Un respetado dirigente empresarial: “Se puede ver si fueron leídos tus mensajes por las dos marcas en la parte inferior derecha. Cuando se vuelven azules, se ha visto el mensaje”. “Yo no solo los leo, los reproduzco en Twitter”. Un lector analítico: “Buenos días Presidente. Gracias por incluir nuestro comentario en su editorial. Muy amable. Sinceramente es un gran honor y me impele a seguir dando, aunque sea mi pequeña contribución desde este modesto medio. El WhatsApp. Por lo general la lectura no forma parte de las prioridades de la gente, la razón, es quizá porque se ve como algo inmaterial. Si consideramos que nosotros, más o menos el 90% de los humanos, no tenemos claras las reglas del juego de la vida. Creemos que venimos a este mundo a tener la mejor casa, el mejor yate y la gran cuenta bancaria, ojalá más grande que la de nuestros vecinos, familiares o amigos. Actuamos imitando siempre, pero nunca nos preguntamos, ¿quiénes en realidad somos? La verdad, somos intrascendentes por nuestro enfoque equivocado. La lucha por la vida nos desconecta de lo verdadero, lo espiritual y nos mantiene atados a la incapacitante realidad que se vale de nuestro estrés para esclavizarnos. Es un juego peligroso que nos hace creer que tenemos que sufrir para merecer. Esa es otra mentira que aprendimos perfeccionando el arte de imitar. Afectuosos saludos, que se encuentre bien. Dios lo guarde”. (Mire usted –agrega el Sisimite, alegre por las menciones que recibe– al suave, los lectores hoy le escribieron su editorial).
