La conquista del universo

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28 de marzo de 2022
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12:05 am
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La conquista del universo

Por: Otto Martín Wolf

Una jornada cerca de la ciencia ficción, pero más de la ciencia real (primera parte de tres)

Podremos extender nuestra civilización más allá del sistema solar y de la misma galaxia?

Un viaje a Marte toma alrededor de 6 meses en la nave más veloz de que disponemos en la actualidad.

¿Cuánto le toma a un rayo de luz la misma jornada?
Apenas 3 minutos, la luz viaja 300 mil kilómetros por segundo.

La estrella más próxima a la Tierra, con un sistema solar relativamente parecido al nuestro, se encuentra a más de cuatro años/luz.

La galaxia más cercana -Andrómeda- está a 2 millones y medio de años a la velocidad de la luz también.

El tamaño de esas distancias nos hace entender que los viajes interplanetarios e intergalácticos son asunto serio, toma mucho tiempo en cualquier dirección.

Desde luego que en la ficción se puede imaginar muchas maneras de hacerlo (warp, agujeros de gusano, doblar el espacio tiempo, etc.) pero todo queda en el campo de la imaginación y los sueños.

Entonces, podremos algún día conquistar el universo?
Para tratar de encontrar una propuesta, primero deberíamos de buscar respuesta a una pregunta más que interesante: ¿cómo empezó la vida en nuestro querido planeta Tierra?

Se originó aquí o, como algunos piensan, vino del espacio?

¿Qué ganancia podría haber para otra civilización? Ni siquiera el conocimiento ya que las respuestas a todas las preguntas tardarían millones de años en regresar.
Lo más lógico -y científico- es concluir que la vida se inició espontáneamente en la Tierra, igual debe haber sucedido en todos los mundos allá afuera en donde existan las condiciones para que se desarrolle.

Bueno pues, entonces, cómo haríamos nosotros para “conquistar” el universo?

Un buen ejemplo a seguir es el de los cocos. Sí, los cocos.

Un buen día, en una lejana playa africana, un cocotero soltó un coco que cayó en tierra y, con el tiempo, ayudado por la lluvia y el viento, logró llegar al mar.

Así, inició un viaje a lo desconocido que mucho tiempo después le llevó a la costa de América. Con suerte, pudo salir del agua y llegar a tierra fértil que lo acogió y le permitió reproducirse.

Miles de millones de cocos posiblemente jamás llegaron a su destino, encontraron su destrucción en la inhóspita ruta.

Igual a todas esas semillas viajeras que son enviadas cada día al aire por sus padres, los árboles -algunas con interesantísimos diseños aerodinámicos.

La primera propuesta para poblar el universo sería, entonces, enviar nuestros “cocoteros”, las semillas de la vida, el DNA, millones de muestras al espacio.

Al igual que ese cocotero, sin conocer el destino y jamás esperando saber qué sucederá con ellas, simplemente seguir la orden interna de reproducir la vida.

(Los que no saben qué es el DNA y tienen pereza de buscarlo, encontrarán una nota explicativa al final.)

Esas semillas de la vida viajarían en naves microscópicas, de apenas milímetros y protegidas contra la inclemencia del espacio exterior, ser capaces de sobrevivir muchos millones de años en hibernación y, también deberán ser muchísimas, ya que apenas una pequeña fracción quizá algún día encuentre tierra fértil, un lugar donde empezar un proceso que en la Tierra tomó muchos millones de años.

¿Qué ganaría la especie humana? Nada, excepto seguir el mandato interno de reproducir la vida.
Cualquier éxito que se obtuviera tardaría eras en llegar al nivel de inteligencia como para enviar una respuesta -si es que logran adivinar que su origen fue en nuestro planeta.

Soñemos: vino la vida a la Tierra de esa manera? El deseo de conquistar el espacio obedece a un mandato implantado en algún lugar por una antiquísima civilización?
¿Más o menos como los cocoteros americanos -ahora- también lanzan algunos de sus hijos al mar?

¡Qué magnífica novela se podría escribir con ese argumento!

DNA: El ADN, o ácido desoxirribonucleico, es la molécula que contiene la información genética de todos los seres vivos, incluso algunos virus.

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