“CON LAS BOTAS PUESTAS”

ZV
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31 de marzo de 2022
/
12:24 am
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“CON LAS BOTAS PUESTAS”

¿CUÁNDO sería que nos conocimos? Uno percibe esas amistades como si hubiesen sido de siempre. Pero, por la diferencia de edad, pudo haber sido en el Banco Centroamericano de Integración Económica. Fuimos con mi padre –en busca de un emprendimiento propio– a indagar sobre posibilidades de financiamiento. Manejaba la presidencia del banco –que aparte de prestigio le permitía codearse con figuras internacionales y con todos los jefes de Estado centroamericanos– como pato en el agua. “¿No sé si recuerdas, Oscar? –pregunta cuando ingresábamos a su despacho– pero tú fuiste quien me dio el empujón con Villeda Morales para la primera chamba que obtuve después de concluir mis estudios en Europa”. Quizás fue allí que por primera vez le escuchamos repetir citas de su maestro de La Sorbona; las anécdotas a que recurría –en los foros públicos– para ilustrar tópicos de conversación.

Un formidable expositor. Desde el púlpito –ameno, dicharachero, elocuente, podía entretener un auditorio por horas sin aburrir– daba cátedra fluida, como si estuviese leyendo de un papel. De más está decir que no salimos de la reunión provistos de proyecto alguno que el banco pudiese financiar. Esos recursos no estaban al alcance de mortales, eran –según deducción de sus frases acostumbradas– para quienes militan en “las grandes ligas”. Sin embargo dejó ir una idea. “Zapatero a tus zapatos”. “Solo tu nombre Oscar, en los campos del periodismo, es marca reconocida”. “¿Por qué no montas un periódico?”. Y si deciden hacerlo –agregó, ofreciendo conseguir anuncios de todas las empresas centroamericanas financiadas por el banco– “no me vayan a dejar fuera de la pomada”. Sucedió, mi padre no salió convencido –“ya que poner un periódico –dijo– es una épica aventura, como trepar esa pared con las uñas”– que tenía razón. Sin embargo, sin patrimonio y recurriendo a accionistas amigos –entre ellos Quique Ortez y Edgardo Dumas Rodríguez– se hizo el llamamiento inicial. Luego invitamos otro grupo afín –receptivos, más por amistad que por fe que aquello fuera negocio– a participar en la segunda aportación. Un paréntesis –sin ánimo de incomodar– el periódico nunca vio un centímetro cuadrado –ni en clasificados– de los anuncios ofrecidos. El gerente recomendado del banco privado al que fuimos en procura del préstamo, nos tuvo horas haciendo antesala; por lo que tuvimos que recurrir a otras fuentes.

Relevado del BCIE –refractarios al brillo de su luz– frecuentaba las oficinas del periódico. Ya en el gobierno, sugerimos a Suazo enviarlo a la ONU. Allá mantuvo estrecha relación con Jeane Kirpatrick –la embajadora de los Estados Unidos– quien acogió con admiración su ponencia sobre el derecho de legítima defensa de Honduras y de las otras naciones “amenazadas”, durante la era de la guerra fría. De su casa en Palmira, después de una reunión convocada por él con intención de conciliar, salimos convencidos, más bien, que el presidente electo no mantendría la neutralidad esperada en la controversia de la presidencia del Congreso. Útil lección, que más valor tiene lo que más cuesta. Como la había tenido su padre, Enrique Ortez Pinel, tuvo destacada participación –sin mucha suerte– en las luchas internas del Partido Liberal. Fue nuestro embajador en Francia durante los infelices momentos del bíblico huracán. La visita al país del presidente Jackes Chirac –que él gestionó– fue decisiva para que Honduras accediese al HIPC (Iniciativa de Países Pobres Altamente Endeudados) mediante la flexibilización de condiciones en el Club de París. Nos confió Quiquito que su desmejora en la salud fue la fractura a raíz de un resbalón en un piso pulido por andar –orgullo de olanchanos– con las botas puestas. Sin duda, un hombre de esa valía, al encomendar su alma al Señor, quería despedirse de la vida con las botas puestas.

 

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