Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)
El futbol es poder. El poder se hace presente donde existe una estructura organizada que impone sus reglas y sus directrices. Resulta lógico: las organizaciones necesitan quien las dirija y las regule para favorecer a todos sus miembros. Lastimosamente ningún poder puede ser inclusivo al cien; siempre habrá quienes se queden al margen de sus beneficios. El Estado es el mejor ejemplo, su “ayuda” no llega sino a unos pocos privilegiados.
Alrededor del poder, grupos de individuos se organizan para acercarse lo más estrechamente posible a ese clúster que lidera la estructura organizada. Se les denomina “grupos de interés”. En una empresa con fines de lucro, los grupos de interés están representados por los inversionistas, clientes y empleados. Todos buscan obtener algún provecho del poder: ganancias, salarios más altos, contratos.
Por eso decimos que el futbol es poder. Si no fuese así, entonces, nadie se interesaría en meter las manos, salvo, claro está, los jugadores y los seguidores. Sería algo parecido a los campeonatos organizados por la Tela Railroad Company allá por los 60 y 70 cuando se enfrentaban las diferentes fincas bananeras entre sí. Más que un trofeo, se trataba del honor y del reconocimiento de los jefes norteamericanos que no entendían nada del deporte.
Pero aquel arquetipo de la competencia por el honor cedió al mercado. Y ahí se complicó la cosa. El futbol funciona como un sistema organizacional que se mueve en un ambiente muy exigente que se llama “el mercado”, o “los mercados”, mientras a su alrededor los grupos de interés tratan de sacar el máximo provecho de la competencia: aficionados, banca, industria, comercio, la prensa deportiva y hasta los partidos políticos.
Fuera del carácter mercantil, el futbol es un fenómeno social y sociológico, que arrastra masas y, al mismo tiempo, atrae el interés de los centros del poder político y económico, de lo contrario, Mauricio Macri nunca le hubiese entrado a la presidencia del Boca ni Carlos Slim invertiría en el Pachuca y en el León de la Liga MX.
En Honduras, el futbol es tan subdesarrollado como la economía y la política. La Liga Nacional y la empresa privada se conocieron en la misma sala cuna de la llamada “Industrialización por Sustitución de Importaciones” que prohijó la CEPAL en los 60 es decir, el futbol surge con el empresariado nacional. Desde su origen, hubo un par de clubes que se beneficiaron del desarrollo industrial, del auge del sistema financiero y, desde luego, del monopolio de los medios de comunicación masiva. El resto de los clubes no corrieron con la misma suerte: desaparecieron o se han mantenido con estrecheces, tratando de competir en circunstancias desproporcionadas, gracias a la cooperación de emprendedores locales, dueños de firmas “luchadoras” de muy escasa rentabilidad.
El poder del futbol nacional no se concentró en la ciudad industrial, sino en el epicentro político: la capital. Los beneficiados de esa centralización siempre han sido los equipos, los inversionistas y los burócratas ligados a ese escenario donde se deciden los destinos de nuestro país.
Además, la crisis de nuestro futbol es la crisis de las instituciones del Estado, y del escaso nivel competitivo de nuestra empresa privada. Los fracasos de la LINA y de la selección nacional, que ya se hicieron endémicos, apenas revelan la punta del “iceberg” de la decadencia económica y política. Es el reflejo del apocamiento del mercado nacional y de la concentración del poder en uno o dos equipos, mientras los demás tratan de ver cómo sobreviven. El resultado: ver ranking de la FIFA.
Pero las masas ignorantes no entienden el problema. Asumen que se trata de un simple deporte de competencia sana y libre, solo que de baja categoría. De hecho, son esas mismas masas ignorantes las que despotrican contra el poder político y económico, mientras aplauden a los equipos que representan a esos mismos poderes.
Advertencia: no es contratando entrenadores ni jugadores de mediana categoría que se salvará el honor del futbol nacional. La respuesta se encuentra allá arriba, en las ligas del poder.