Jesús El Salvador

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16 de abril de 2022
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12:03 am
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Jesús El Salvador

¡Liberales! La victoria se construye la derrota también

Luis Alonso Maldonado Galeas
General de Brigada ®

Jesús se muestra al mundo como el enviado de Dios, para ofrecerse ante la humanidad como el camino para la redención, el perdón, la salvación y el merecimiento a la vida eterna; una misión hasta hoy parcialmente cumplida, debido a que el hombre como sujeto beneficiario de la divina gracia, no ha reconocido plenamente la naturaleza omnipotente de su benefactor, ni ha valorado conscientemente y con fe, los alcances inmensurables que implica tan solo creer en Él.

Un entorno hostil, cargado de envidias, deslealtades, traiciones, poder absoluto, fanatismo, contradicciones religiosas e injusticias, caracteriza las circunstancias en las cuales trascurrió la vida de Jesús hecho hombre; desde su huida a Egipto cuando niño para evitar ser asesinado, hasta su expiración en la cruz del Gólgota. Destacan como hechos de interés: el surgimiento del Imperio romano, como consecuencia del fin de la República en el 27 a. C. siendo Octavio Augusto el primer emperador, quien nombrara a Herodes Antipas de origen judío como Tetrarca de Galilea, Poncio Pilato ejerciendo el cargo de gobernador romano de Judea, Caifás Sumo Sacerdote de Judea, así como los escribas, fariseos, sacerdotes y el Sanedrín Consejo Supremo nacional y religioso de los judíos, todos en contra del nazareno porque su representación en la tierra y las buenas nuevas de su palabra redentora, implicaban intereses contrapuestos de naturaleza diversa.

La pasión, muerte y resurrección de Jesús, circunscribe el período crítico de su estadía física entre nosotros, es así que, “para que se cumpliesen las escrituras”, anuncia su cruento destino, testimoniado en Marcos 10:33-34 así: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán, más al tercer día resucitará”. El hecho de que la multitud exclamase a su entrada triunfal a la ciudad “¡Hosanna!, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel!”; significó una afrenta a las creencias religiosas de quienes le adversaban. Marcó su reinado, también su final.

La conspiración en contra de Jesús, se dio al interior de sus discípulos, es durante la última cena, cuando les dice según Marcos 14:18 “De cierto os digo, que uno de vosotros que come conmigo me va a entregar”, tal designio recayó en Judas, quien por 30 monedas de plata y con un beso en la mejilla del Redentor, consumó la traición.
Pedro es también parte de las fragilidades del espíritu, cuando muestra su deslealtad al maestro, negando su pertenencia al cuerpo de seguidores, aunque haya expresado con aparente firmeza “Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré”; eso en respuesta a lo que anteriormente Jesús le advirtiera: “De cierto te digo, que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces”. En efecto, así pasó.
Tras ser apresado y conducido ante Caifás, ser sometido a un juicio amañado y condenado a muerte por un tribunal judío, Jesús es presentado a Poncio Pilatos, para que, por presiones de Herodes, de los sacerdotes, de los fariseos, ejecutara la sentencia. Pilatos se “lavó las manos”, optando en el marco de una costumbre de las fiestas de Pascua, en la cual se daba opción al pueblo a escoger entre dos reos la liberación de uno de ellos. La decisión de la muchedumbre instigada fue libertad para Barrabás, crucifixión para Jesús. Un castigo propio de las leyes de Roma.

Jesús es flagelado, vestido de púrpura y le pusieron una corona de espinas; burlándose al exclamar sus verdugos “¡Salve rey de los judíos!” Después le desnudaron y le pusieron sus propios vestidos.
Es crucificado junto a dos ladrones, uno de ellos, Dimas en un gesto de arrepentimiento, de reconocimiento de sus pecados, de conversión, y convencido del poder de Jesús; le pide con fe y humildad: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le contesta complacientemente: “Hoy en verdad te digo, estarás conmigo en el paraíso”. Ese diálogo resume el para qué de la oferta salvadora de Jesús, la reafirmación de que la limpieza del pecado por la sangre de Cristo y la convicción de que Él es el “camino, la verdad y la vida”; definitivamente son las garantías infalibles para alcanzar la vida eterna.

Aún en la cruz, continúa la crueldad y la tortura en contra de Jesús. Ningún rencor, ningún reclamo, ninguna protesta, en vez, expresa con acento misericordioso: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Solo de un espíritu divino, superior, puede surgir tanto amor, traducido en perdón.
El carácter humano de Jesús antes de partir es manifiesto al exclamar: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Reconoce el poder del Padre, no renuncia a ser hombre y a su condición de sacrificado, aunque seguro está de su profética resurrección.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” es la última exclamación de Jesús, no se olvida de lo que es, ni tampoco de quién es la facultad para conceder la eternidad.

Si con todo lo que Jesús nos ha concedido, con su legado de amor expreso en Juan 3:16 “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”, con su perdón, con su sangre, con su fidelidad, con su magno sacrificio; todavía hay duda en nuestra mente, opacidad en nuestra conciencia y debilidad en nuestra fe; está viva una esperanza de salvación: nacer de nuevo, en Cristo Jesús.

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