Secreto y corrupción

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18 de abril de 2022
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12:03 am
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Secreto y corrupción

Por: Edmundo Orellana

A propósito de la derogación de la conocida como “ley de secretos”, me permito compartir con el distinguido lector dos curiosos eventos históricos relacionados con este tema.

La Academia de Ciencias de Berlín, en 1778, animada por Federico II de Prusia, invitó al concurso sobre el tema denominado: “¿Se debe al pueblo toda la verdad? ¿Es lícito y útil engañar al pueblo (inculcarle nuevos errores o mantenerle preso en los que ya le atenazan) por su propio bien, por su propia utilidad?”. Dos ensayos se llevaron el primer premio, uno respondió que sí, el otro que no; sin embargo, de los ensayos recuperados y publicados la segunda mitad del siglo pasado, se incluye uno que no participó, el de Condorcet.

El rey de Prusia, modelo de lo que conocemos como “despotismo ilustrado”, fue autor del “Antimaquiavelo” y decía ser el primer servidor del Estado, persiguiendo la felicidad del pueblo, pero sin la participación de este, e hizo de la razón de Estado su evangelio, haciéndola descansar en la necesidad de primar los intereses del Estado de donde deriva la justificación del engaño, el secreto y el abuso de la fuerza. Voltaire, quien fue su amigo, llamándolo “Federico El Grande”, decía: “No me gustaría vivir bajo ninguna tiranía, pero si hubiera que escoger, detestaría menos la de uno solo que la de muchos”.

Condorcet, cuyo ensayo no concursó, afirmaba: “el reino de la verdad se acerca: nunca el deber de decirla fue tan imperioso porque jamás fue tan útil”; “cuanta más fuerza adquiere la verdad, menos necesitan las sociedades ser gobernadas”. Hermosas frases que podrían haber adornado el Decreto Legislativo sobre la verdad, recién aprobado en el Congreso Nacional, corolario del proceso de derogación del secreto como principio rector del Estado autoritario, coronado con esta profecía suya: “Llegará una época en que el sol alumbre solo a un mundo de hombres libres, y no reconocerán otro señor que su razón, y en la que los tiranos y esclavos y los sacerdotes y sus instrumentos estúpidos o hipócritas no existirán sino en la historia o en la escena”.

El poder se desplaza inevitablemente hacia la impunidad, escudándose en el secreto y en el engaño. El rey prusiano, evocando el rey filosofo de Platón, filosofó sobre el poder y la razón, pero en la práctica se decidió por el primero, perdiendo, en el camino, la amistad de Voltaire; igual que ocurrió entre Catalina, la emperatriz rusa, y Diderot (autor de gran parte de la Enciclopedia), amistad que no podía perdurar, siendo él el intelectual de la ilustración más provocador de su tiempo, y ella la representante de la versión más extrema del despotismo ilustrado.

Entre aquella época y la nuestra solo hay una diferencia: las formas. Los gobiernos siguen haciendo lo mismo bajo sistemas diferentes en la forma, que, afirman, son democracias.

Sobre la corrupción, evocamos la conferencia cuyo anuncio apareció un día en la Sorbona, a impartirse por uno de sus insignes profesores, probablemente el más grande historiador de la Revolución francesa, Albert Mathiez; el título: “La corrupción parlamentaria bajo el terror”. En su desarrollo demostró que las prácticas corruptas arraigadas durante el “antiguo régimen” siguieron en la República: revolucionarios que decían estar animados únicamente por la virtud, estaban impulsados por sus vicios, ciertamente. Fue el caso de muchos, entre estos Danton, “el Mirabeu de la chusma”, que acumuló riquezas enajenando su conciencia y atropellando los principios de la revolución, no así en el de Robespierre, conocido como “El Incorruptible” por su impecable conducta. Sin embargo, mientras Danton tiene estatuas (y hasta se menciona en nuestro Himno Nacional), Robespierre está confinado al sótano de la historia. Es el eterno enfrentamiento entre el vicio y la virtud, con el mismo resultado siempre. La ingratitud de la historia.

Con el nuevo gobierno ha habido avances importantes en respuesta al contundente mensaje del pueblo manifestado el 28 de noviembre, entre estos eliminar el secreto como principio rector del gobierno, pero también algunos de enorme carga simbólica, como el reconocimiento de los méritos de quien ha consagrado su vida a la defensa de los derechos humanos, en la persona del Dr. José Leo Valladares Lanza. Un ejemplo de rectitud, de convicción y de compromiso. La ministra de Derechos Humanos, Natalie Roque, por decisión del Consejo de Ministros, reivindicó, en nombre del gobierno, al gran hondureño. Algún día lo hará el Congreso, ese que, en el pasado, prodigó títulos como el de “héroe nacional” a quienes avergüenzan la patria.

Seguir avanzando sin pausas es el orden del día. Avanzar en la restauración de la República, de la democracia y del Estado de derecho es la dirección correcta. Por eso, en apoyo al mecanismo internacional anticorrupción que apoyará la ONU, debemos ofrecer como contraparte un Fiscal General y una Corte Suprema de Justicia que, en lugar de impunidad, proporcionen seguridad jurídica. Para que las prácticas corruptas no vuelvan más, digamos: ¡BASTA YA!

Y usted, distinguido lector, ¿ya se decidió por el ¡BASTA YA!?

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