Católicos, moral y culpa

MA
/
19 de abril de 2022
/
01:17 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Católicos, moral y culpa

Juan Ramón Martínez

Para nosotros los católicos, no es fácil hablar del pecado. De la culpa o de la moral. Especialmente cuando, esta se ha tornado laica, de forma que la moral católica, es un conjunto de conceptos privados, sin vinculación con lo público. Que hace que los católicos, más entusiasmados con la liturgia, bella, incomparable e importante; pero incompleta en la vida de un católico autentico, pueda vivir una existencia doble: una como católicos, en su casa, en sus actividades profesionales e incluso en la vida comunitaria, en el barrio, la pequeña aldea e incluso la ciudad; y otra como electores, sin obligación de vincular, una con la otra. Por ello, ahora, no se nos plantea el problema más serio de la vida ciudadana: “dar al cesar lo que es del cesar y a Dios los que es de Dios”. Según Domenach, “Ninguna frase del Evangelio ha soportado más exegesis que esta; ninguna ha sido más frecuentemente vuelta contra el Evangelio mismo. Cuando fue pronunciada, su enseñanza estaba clara: Debéis al señor temporal el tributo y otros servicios semejantes, pero no le debéis adoración, es decir, lo que el reclame, fuera de su orden. Y los primeros cristianos mueren antes que reconocer la divinidad del Cesar”.

Pero, las cosas cambiaron. El Cesar se volvió cristiano. Bosuet, trazo la imagen del soberano: “la majestad es la imagen de la grandeza de Dios en el Príncipe. Dios es infinito, Dios está en todas partes. El príncipe, en cuanto príncipe, no es mirado como un hombre particular; es un personaje público, todo el estado está en él; la voluntad de todo el pueblo está encerrada en la suya. Así como en Dios están reunidas todas las perfecciones y todas las virtudes, así el poder de los particulares está reunido en la persona del príncipe”. Y ante ese poder, nada es más difícil y complicado, cuando “los hombres se lo ceden todo”. Ante esa realidad los católicos, se sometieron a esta doble moral: una para juzgar los actos del príncipe y la, propia que, en forma de conciencia, permite diferenciar del bien y el mal. De allí que, en el caso nuestro, confiamos tanto en el poder que no lo vigilamos; ni sospechamos que, en el ejercicio de su poder, olvida servir al bien común, escogiendo el bien suyo, el particular.

Por ello, vemos en las elecciones, a los católicos votar, en forma impune e inconsciente, por candidatos que no tienen nada que ver con su moral particular. Y menos con la idea de Chardín, que la creación es un proceso continuo, iniciado por Dios, pero confiado a nosotros, que debemos darle continuidad, hasta que el reino de los cielos, se prefigure aquí, en esta tierra, escabroza, en donde la vida es prueba y lucha sin fin. Donde caemos y debemos, valientemente, ponernos de pie. Mounier afirmaba que la confianza, en el más allá, nos obliga, a luchar por mejorar el más acá. Vigilando al poder. Controlándolo. Y exigiéndonos cuentas de la forma que lo hacemos.
Estas reflexiones, no son académicas. Son respuestas a dos preguntas: donde estábamos los católicos, que no vimos cómo el poder se corrompía, haciéndose un fin a sí mismo, transformándose en una empresa, al servicio del mal, deshonrándonos y ofendiéndonos a todos, comprometiendo el desarrollo – la creación continua—del país; y empobreciendo al pueblo. Y la de un colombiano, criticando a los católicos, que votaron por Petro, ex guerrillero que, ha matado, destruido propiedades, incendiado fincas de pobres, para que sea presidente de la Republica de García Márquez y Barba Jacob. Las dos preguntas son buenas.

En el caso de Honduras, es evidente que el poder político se emancipó, se laicizo. “Ya no es en nombre de Dios – que lo ejerce—sino que en nombre del pueblo como se gobierna. La autoridad civil, es privada de sus bases divinas, de su prestigio religioso”. Por ello, inventaron una nueva moral, donde los pecadores, los corruptos son los otros. Este hecho no lo hemos comprendido. Y ante la ignorancia, en vez de pensar como Newton, que, entre su conciencia y la fidelidad al poder, rechaza la “razón de estado”, negándose a aceptar que esté por encima de la voluntad, de los que creemos en Dios, obligándolo al servicio de la creación continua, vigilándolo y controlando sus inmoralidades.

Más de Columnistas
Lo Más Visto