En elogio del cerebro: complejo centro creador

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22 de abril de 2022
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12:04 am
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En elogio del cerebro: complejo centro creador

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

En comparecencia radiofónica, el médico siquiatra Héctor Heredia, dominicano, ubicado en política al otro extremo del corazón, dedujo hace poco que “el cerebro creó a Dios”. Antes, tras largas lecturas y reflexiones llegué a similares conclusiones con respecto al alma, el espíritu y el corazón, preguntándome una y más veces si no eran más que filosóficas, mitológicas y religiosas manifestaciones metafóricas ancestrales. Una indagación -como la que sigue- da basamento a esa convicción, en todo caso personal.

Dícese del alma que es el principio vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida; del espíritu: esencia o sustancia que no constituye materia en el hombre, en oposición al cuerpo; del corazón: el lugar donde anidan los sentimientos. “Te quiero con el alma”, reza una dulce tonada; “las almas de los inocentes van al cielo”, ejemplariza un texto léxico-gráfico; “mi espíritu has mirado” acuñó Manuel Acuña en su fatal despedida a Rosario Peña; “la fuerza del espíritu supera a la del cuerpo, y los sufrimientos espirituales son más intensos que los corporales” cavilaba Aristóteles; “parece que no tiene corazón”, quejumbra al enamorado; “a pelear con alma, vida y corazón”, azuza el cabecilla.

A la luz tenebrosa de la Biblia, el alma tiene el carácter de “aliento”, del “soplo” con que Dios “hizo del hombre un ser viviente”. Es también ese algo invisible que reside en el ser, que siente, por caso, una pena (…pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba. Génesis). En el Antiguo Testamento, el vocablo hebreo “ruah” equivale a viento, a espíritu (cuando “la tierra estaba desordenada y vacía el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”). El término griego “pneuma”, viento, viene a ser espíritu, tal como aparece en Juan 3:6-8: “lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del espíritu, espíritu es”, o como Lucas profiere: “un espíritu no tiene carne ni huesos”. Las mismas escrituras hablan del corazón humano como “asiento de las emociones y la voluntad”, por lo general en sentido negativo, puesto “que es engañoso más que todas las cosas, y perverso”, como se lee en Jeremías (17:9).

En literatura y en textos inspirados en concepciones teístas y politeístas, discurren -cual más, cuál menos- las almas de los muertos, espíritus malignos y benignos, corazones cobardes y aguerridos. La Ilíada y la Odisea, los vedes y El Paraíso perdido.

El pensamiento filosófico -profusamente idealista- postula la inmortalidad del alma que, a tenor de Cicerón, fue infundida en nuestros cuerpos por obra de los dioses “para que mantuviesen la máquina del universo” y posibilitara “la viveza de ánimo, la memoria de lo pasado, la prudencia de lo venidero”. En autores un tanto divergentes -Hegel, las obras de arte, las instituciones, los objetos técnicos, son parte “del espíritu colectivo”. Convincentemente, estas cosas abstractas -alma, espíritu y corazón- no tienen cabida en la cavidad torácica -sede del órgano impulsor de la fluidez sanguínea- sino en la masa de tejido nerviosos ubicada en la parte anterior y superior de la cavidad craneana: el cerebro; seso que, en su sano juicio, raciocina, elabora y posibilita ideas, sentimientos, recuerdos, creencias, aprendizajes, deseos, fantasías, emociones, actitudes y conductas, y el cual -en procesos histórico del hombre en sociedad- ha producido todo ,o que abarca el acervo cultural, científico y técnico, caso de igual modo ha sido involucrado en hechos destructivos de diversa procedencia y magnitud.

No escapa al entendimiento que el avance humano cerebral, se va haciendo más dependiente de la gran industria capitalista, atenta a cada invento, a cada nuevo descubrimiento, en interés de usuarios y sectores sociales, pero a la par con fines de dominio económico, de alineamiento político, de control militar como es patente en las sofisticadas plataformas tecnológicas -Internet, dispositivos móviles, drones, anfibios, aparatos y proyectiles balísticos.

En sentido semejante, las potencias de hoy en día -Estados Unidos, Rusia, China empleando sus mejores cerebros- se lanzan hacia la infinitud del universo a la búsqueda de espacios habitables, en competencia no exenta de manías hegemónicas. Serán nietos y tataranietos, videoespectadores portentosos eventos no previstos en las fuentes genesíacas, en las obras de ficción, ni en las más recientes lucubraciones de Carl Sagan, obsedido en esa “pequeña mota de polvo” suspendida en un rayo de sol y perdida en una vasta arena del cosmos, en la cual respiramos, procreamos y subsistimos… todavía.

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