GOTAS DEL SABER (76)

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23 de abril de 2022
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12:24 am
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GOTAS DEL SABER (76)

Vicente Mejía Colindres a Carías Andino: “DESEO QUE EN ESTE CARGO SEAS MENOS INFORTUNADO QUE YO”

I
El 1 de abril de 1924, a las 4 de la mañana, tropas dirigidas por el general Vicente Tosta, que estaban acampadas en el Picacho, se precipitaron sobre las posiciones gubernamentales estacionadas en el Berrinche, tomándolas y haciendo correr a sus defensores. Desde aquí, quisieron avanzar hacia el centro de la ciudad; “pero las ametralladoras emplazadas en Sipile, Miramecí y el Cuartel de San Francisco, barrieron las faldas del Berrinche con fuego de cortina, obligando a la vanguardia atacante replegarse a las nuevas posiciones que acababan de conquistar” (Cáceres Lara, 1980,131). Las posiciones continuaron fijas. Ninguno de los contendientes, pese a que la ciudad estaba rodeada, pudo imponerse al otro. Al final, esta guerra, la más espectacular de la historia nacional, terminó vía negociaciones, mediante la intervención de los Estados Unidos que, por primera vez, tenían 200 soldados estacionados en Tegucigalpa. Las negociaciones de paz, se celebraron en Amapala. Allí, los representantes del Gobierno del Consejo de Ministros –hay que recordar que para entonces ya había muerto el general López Gutiérrez, presidente de la República, un poco después de concluir su período presidencial–, fueron, Francisco Bueso, Carlos A. Uclés, Federico C. Canales, Roque J. López y José María Ochoa Velásquez. Por los combatientes de la revolución legitimista, Fausto Dávila, José María Casco, Miguel Paz Barahona y Vicente Tosta Carrasco. Las conversaciones entre los contendientes, se iniciaron el 23 de abril de 1924, a las seis de la tarde. Mientras tanto se continuaba combatiendo en los alrededores de Tegucigalpa. (Lucas Paredes, 1951, 384). El 25 de abril de 1924, en virtud del Pacto de Amapala, el general Vicente Tosta Carrasco, asumió la presidencia provisional de la República de Honduras, hasta el 1 de febrero de 1925, en que le entregó la titularidad del Ejecutivo, al doctor Miguel Paz Barahona.

II
El 1° de abril de 1953, en la ciudad de México donde residía exiliado, falleció el “León del Liberalismo”, José Ángel Zúñiga Huete. Había nacido el 4 de abril de 1885, en San Antonio de Oriente, departamento de Tegucigalpa. En el matrimonio formado por José Manuel Zúñiga Medal y Hortencia Huete. Tuvo un hermano, Ramiro Zúñiga Huete, ingeniero civil. Tenía 67 años al momento de fallecer. Fue casado con la nicaragüense Clementina Tellería Somarriba, con la cual procreo a Ayax Zúñiga Tellería. Se graduó de abogado en la Universidad Central de Honduras, teniendo entre sus compañeros más fraternos, a Juan Manuel Gálvez, con el que competiría en 1948 por la Presidencia de la República de Honduras. Para entonces, la amistad estudiantil, se había trasformado en una enemistad que hizo época en los anales de la política. En la administración pública, se desempeñó como comandante de Armas de Tegucigalpa, ministro de Gobernación y ministro Plenipotenciario de Honduras en Nicaragua. Panfletario feroz, personalidad fuerte y autoritaria, sus enemigos no le perdonaron su arrogancia que por lo demás, él mismo admitía. Escribió que poseía “en grado superlativo el efecto característico de la raza: la arrogancia”. En su autobiografía, escribió que “desearía ver multiplicada nuestra población por el ingreso de inmigrantes; y si no fuera posible por este medio, aun por la supresión de los efectos del Código Penal contra el rapto, el estupro, la violación y el adulterio, que son delitos artificiales como el contrabando, pues no hay motivo fundamental para que sea delito una función natural. Ha de ser labor patriótica por excelencia, el hacer hijos y más hijos. A este país desearía verlo vigoroso y potente y obedeciendo a una organización semejante a la de Rusia. Hay que militarizar a este país, pues es entendido que no habrá ejército, sino se establece la pena de muerte por delitos militares, por lo que precisa reformar la Constitución en este como en aquellos sentidos, yo no creo en la inviolabilidad de la vida humana”. Mostró en algunos momentos, una actitud racista, especialmente en contra de los negros. A Carías Andino, su competidor en 1932, lo acusaba de tener antepasados africanos. Es, posiblemente, el político más inclinado al fascismo, violento, con enorme culto a la fuerza. Si hubiera derrotado a Carías en 1932, el habría sido el dictador. Las masas liberales, le seguían con pasión singular, de forma que desde México dirigió al Partido Liberal, mantuvo la lucha en contra de la dictadura de Carías Andino, a la que enfrentó con pasión singular. Su muerte, le permitió al Partido Liberal, con una generación más moderada, enfrentar a los nacionalistas en 1954 y en 1957. Jacobo Cárcamo, poeta de Arenal, Yoro, que moriría dos años después en México, escribió sobre su muerte: “Yo miré tu ataúd cual horizonte negro/ guardando la nevada caoba de tu cuerpo…/ cuatro velas lloraban nardos de vivo fuego…. / las mujeres sus lágrimas. los hombres su silencio/ y en tu anaquel los libros que sonrieron/ entre tus manos, bajo sus espejuelos” (Óscar R. Flores, Que no llore nadie…Editorial Universitaria, 2003, 147). País de caudillos, tuvo Honduras en Zúñiga Huete, el más grande de todos los caudillos. Después de Carías. Además, el más ilustrado. Hasta ahora.

III
El 3 de abril de 1903, el país estuvo en guerra nuevamente. Manuel Bonilla, que había tenido mayoría en las elecciones –las primeras con tres candidatos: Arias (25,118 votos), liberal gobiernista, Manuel Bonilla (28.550) liberal “manuelista” y Marco Aurelio Soto (4,857) – no fue elegido por el Congreso Nacional, sino que Juan Ángel Arias, lo que lo obligó a resolver las diferencias tiros nuevamente. En la fecha citada, los coroneles Calixto Carías, Eligio Herrera y Teófilo Cárcamo, después de un encarnizado enfrentamiento, derrotaron en las proximidades de Choluteca, a un contingente de caballería que, había ordenado luchar en su contra, el comandante de esa plaza militar, general Julián López García, con el propósito de defender la ciudad bajo su mando e impedir que las fuerzas atacantes, consolidaran sus posiciones y debilitaran las tropas que en nombre del nuevo gobierno de Arias, dirigía el expresidente Terencio Sierra. El conflicto se dirimirá, en la batalla de El Aceituno, en el que Manuel Bonilla derrota en forma total, a Terencio Sierra que, dejando atrás su tren de guerra, y a sus heridos, se interna en Nicaragua. El 13 de abril de 1903, Manuel Bonilla entró a Tegucigalpa, deponiendo a Arias que hubo de exiliarse (Luis Mariñas Otero, Honduras, 2022, 282). Terencio Sierra, con el apoyo de Zelaya, presidente de Nicaragua, volverá, cuatro años después, para derrotar, en los combates de Namasigüe, a Manuel Bonilla, que dejara el poder y huiría hacia El Salvador, camino a Belice, donde tenía una hacienda para entonces.

IV
El 3 de abril de 1961, el señor Jerónimo Pérez, comunicó al gobierno de Honduras sobre la captura del general Francisco Lope, que había penetrado a Nicaragua, después de luchar en San Marcos de Colón, Choluteca, como parte de los incidentes de la llamada guerra de los curas, acaudillada por el vicario de la diócesis Miguel del Cid, disgustado porque el presidente Guardiola no dio su complacencia al Vaticano para que, le nombraran obispo, sucesor de Hipólito Casiano Flores, fallecido un tiempo antes. El mensaje era el siguiente: “Managua 3 de abril de 1861.- Señor Ministro. Habiendo corrido rumores que, en León, el general Francisco Lope, asilado en la República, trataba de engañar a cierto número de hombres con objeto de revolucionar al estado de Honduras, las autoridades encargadas de la Policía Interior, instruyeron las informaciones del caso, de las cuales resulta culpable dicho General. De todo esto dieron cuenta por medio del Prefecto departamental al jefe Político de Choluteca. Sin embargo, mi gobierno que desea el bienestar de Honduras y la seguridad de su administración, tiene a bien participar directamente este suceso, añadiendo al mismo que los planes de los perturbadores quedan completamente frustrados. El general Lope fue residenciado en la capital. Jerónimo Pérez” (Cáceres Lara, 1980, 113)

V
El 12 de abril de 1797, llegaron a Trujillo y a Roatán cerca de 2,564 garífunas –hombres y mujeres–, expulsados de San Vicente. Desde entonces, han mantenido intacta su cultura, no se ha integrado racialmente; y han logrado importantes posiciones en la administración pública y en el Congreso Nacional. Su presencia viva y el relato que han construido, ha hecho creer a muchos que antes de esa fecha, no habían llegado africanos a Honduras. Y ello es un error. Casi al inicio de la colonización y ante la falta de mano de obra suficiente para la explotación minera y después de “la promulgación de las leyes Nuevas de 1542, obligó a sustituir a los indígenas por cuadrillas de esclavos africanos, fomentando así la introducción masiva de un componente humano novedoso en el ya complejo panorama étnico americano” (Pastor Gomes Zúñiga, Minería Aurífera, esclavos negros y relaciones interétnicas en la Honduras del siglo XVI (1524—1570, 2012, 9). Como llegaron solteros, los hombres se mesclaron con las mujeres indígenas y le dieron paso al inicio de un mestizaje particular, — especialmente en las zonas auríferas de los ríos de Olancho, Yoro, El Paraíso, Santa Bárbara, Choluteca y otras zonas–, fenómeno hasta ahora muy poco estudiado por la falta de fuentes documentales especialmente, pero que muestra el proceso de conformación de la identidad nacional.

VI
El 17 de abril de 1875, nació en Comayagüela, Juan Ramón Molina, hijo del inmigrante español, Federico Molina y Juana Núñez de Molina, originaria de Aguanqueterique. Desde muy joven, destacó por su talento. Viajó a Guatemala, en donde realizó estudios inconclusos de derecho. Regresó al país y desde muy joven, ocupó importantes puestos públicos. A los 19 años, fue subsecretario de Fomento, y en 1907, acompañó al expresidente Manuel Bonilla, al exilio, después de la derrota militar que le infringieran en la batalla de Namasigüe, Choluteca, las tropas liberales, apoyadas por el presidente Zelaya de Nicaragua. Murió en El Salvador, el 2 de noviembre de 1908. Tenía 33 años. Desde entonces, hasta ahora y para siempre, probablemente, es el mejor poeta de Honduras. En el parque la Libertad, Comayagüela, hay un monumento a su memoria.

 

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