TIENEN “toda la apertura de apoyar al gobierno”, expresó la jefe de la misión del FMI que se encuentra en el país en visita relámpago de cortesía. (Será en consonancia con las lluvias, los truenos y los relámpagos de mayo, que por cortesía iniciaron temprano a finales de abril). ¿Y qué esperarían los hondureños de esta nueva misión? Si el FMI, sus tías las zanatas y las aves agoreras, a estas alturas de sus indagaciones, no han descubierto que el problema del país no es focalizado a la ENEE –porque igual, parecido o peor está todo lo demás– sino que es de carácter estructural, en nada andan. Y cualquier diagnóstico de la fiscalización que realicen, será quimérico. La reciente crisis –a raíz del confinamiento de la pandemia– fue provocada por la debacle de los mercados y el colapso del sistema productivo nacional.
El patatús vino a agudizar el mal que ya se padecía. Un mal que llevan chineando, meciendo y arrullando, hace tiempos, frotándole aplicaciones de agua florida en los sentidos. Pero sin encontrar el remedio eficaz que lo cure. Nada contundente que rompa el círculo vicioso del atraso. ¿Cómo se explican que después de tantos programas ESAF –dizque para corregir los desequilibrios fiscales– crece en vez de disminuir el número de desesperados que salen despavoridos, caravana, tras caravana? Sencillo, porque poco se ha hecho por corregir ese sistema disfuncional que tiene arruinado al país. Que les niega a ellos oportunidades dignas y el sustento básico a sus familias. Las recetas del FMI son las mismas de siempre. Asumen que todo se arregla asfixiando más la demanda. Una demanda que, en estos pintorescos paisajes acabados, no es de consumo, sino de subsistencia. Nada, ni remotamente parecida a la de pueblos consumistas en países desarrollados. El problema, si la pobreza es persistente y la gente se muere de hambre, no es que la demanda sea excesiva. Es que la oferta, además de raquítica, es pavorosamente insuficiente para abastecer mínimas necesidades. Es una crisis, entonces, por desequilibrios de abastecimiento del aparato productivo. Y como el sistema disfuncional –con las pesadas cargas que lleva en el lomo– no da trabajo, la gente los busca en otro lado. Es un error enfocarse únicamente a lidiar con los déficits públicos descuidando totalmente los déficits y las carencias del resto del sistema. ¿Qué han hecho –en forma directa y adecuada– por asistir al agonizante sector empresarial que es la fuente de los trabajos?
Y algo más, aparte del tema económico y financiero, que debe debatirse. Muchos de los que se van, lógicamente salen por motivos de precarios o inexistentes ingresos. Pero hay otra circunstancia que se está dando igualmente perturbadora. Ello es la migración de otro nivel social de hondureños. Entre ellos profesionales, técnicos, personas preparadas que tienen un buen trabajo y devengan un buen salario. ¿Cuál será ese motivo poderoso que los induce a dejar un trabajo seguro y bien remunerado para separarse de su tierra natal y de sus familias? No hay una sola razón, sino varias. Sin embargo, alguna influencia ha de tener en los estados de ánimo de muchos esta atmósfera tóxica, pesada, irritable; efecto nocivo de tanto odio instigado a la sociedad. Contribuye, además, la perniciosa percepción que se alimenta –en nuestro criterio inmerecida– de un país desguañangado y sin futuro. Esa sensación de poco orgullo, de baja autoestima, –de embeleso a lo ajeno y desconfianza del talento y de las capacidades propias– es enfermiza. Pero no tiene arreglo con medidas materiales. (Requiere más de terapia colectiva –previene el Sisimite– que de otra cosa. Que ayude a cambiar los malos hábitos, y a reencauzar actitudes y comportamientos).